Comentario al Evangelio
Primer Domingo de Pascua
San Jerónimo
No tendría suficiente con un día si quisiera daros
cuenta de todo lo relativo al misterio de este día. Me limitaré a decir que la
gracia entera del sábado y aquella antigua festividad del pueblo judío fueron
trocados por la solemnidad de esta fecha. Ellos no realizaban durante el sábado
tarea servil alguna; para nosotros en cambio, esto sucede el domingo, es decir,
el día de la resurrección, pues en ese día no servimos a los vicios ni al
pecado. “Pues siervo es quien comete pecado” (Jn 8, 34). Ellos no salen de sus
casas; nosotros, por nuestra parte, al estar en la Iglesia, no salimos de la
casa de Dios. Ellos durante el sábado no encienden fuego alguno; nosotros, en
cambio encendemos el fuego del Espíritu Santo, purificándonos de toda mácula y
pecado; acerca de este fuego dice el Señor: “Fuego he venido a traer a la
tierra. Y ¿qué quiero, sino que arda?
(Lc 12,49) El Señor desea que este fuego arda en nosotros y que, según,
el apóstol Pablo lo avivemos con el Espíritu Santo para que el amor hacia Dios
no se enfríe en nuestro corazón. Durante el sábado, ellos no salen a caminar,
porque han perdido a Aquel que dijo: Yo soy el camino; nosotros en cambio,
decimos: Bienaventurados quienes se mantienen sin tacha en su camino, quienes
caminan ajustándose a la ley de Dios. Ellos coronaron de espinas al Señor;
nosotros por el contrario como si fuéramos piedras preciosas, servimos de
corona a nuestro Señor. Una diadema adorna la cabeza del emperador de este
mundo, y precisamente para que adornemos la cabeza de nuestro Rey se nos ha
colocado en ella. Ellos no aceptaron a Cristo, pero sí al Anticristo; nosotros,
por nuestra parte, recibimos al humilde Hijo de Dios para poseerlo triunfante
después.