ALELUYA ES NUESTRO CANTO. Homilía
Vigilia Pascual 2020
Queridos
hermanos.
¡El
Señor ha resucitado, aleluya, aleluya!
Desde
la dominica de septuagésima la iglesia había expulsado de sus ritos y oficios
la palabra hebrea “Aleluya”. Palabra que es una invitación a dar gloria a Dios
y rendirle el cántico de nuestra. Aleluya significa «alabad, cantad, entonad
himnos al Señor». Aleluya es casi
actuado como grito de alegría y de júbilo. Es curiosa una tradición arraigada
en algunos lugares donde el sábado antes del Domingo de Septuagésima se realiza
un “entierro” con todo su ritual exequial del aleluya.
Y
hoy, en esta noche santa, ha vuelto a resonar en nuestras iglesias el aleluya.
Lo hemos repetido tres veces para hacerlo un cántico infinito. Cántico del
aleluya que estará muy presente toda la cincuentena pascual y que se prolongará
a lo largo de todo el año en la celebración de la los misterios de nuestra.
Aleluya
es nuestro canto: porque Jesucristo nuestro Señor ha resucitado, ha triunfado de
la muerte y del sepulcro, ha tomado la vida que se le había quitado y ha
glorificado su cuerpo uniéndolo nuevamente a su alma inmortal. Aquel que es
omnipotente porque es Dios, que creó todas las cosas de la nada, que realizó
milagros, resucitó su propio cuerpo glorificando y dotándolo de esa nueva realidad
que es la vida del cielo. Un cuerpo glorioso no limitado ya a las leyes físicas
de nuestra naturaleza, pero un cuerpo real y vivo como experimentará el apóstol
Tomás tocando las llagas gloriosas del resucitado.
Aleluya
es nuestro canto: porque aquel que murió por nosotros en la cruz, ha vencido al
poder de las tinieblas y de la corrupción. De la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo
brota una luz, pues él es la luz que ilumina al mundo, que irradia nuestra
realidad y nuestra existencia. La muerte no tiene la última palabra, la
sepultura no es nuestro destino, no estamos destinados a ser polvo. En él, el Hijo
de Dios que asumió nuestra naturaleza, hemos sido salvados y redimidos. Por la
victoria de su resurrección, por la gracia del Bautismo que esta noche hemos
renovado, somos miembros de su Cuerpo y destinados a la resurrección.
Aleluya
es nuestro canto: porque venció el Hijo de Dios, tres veces santo, sobre el
pecado. Sí, la muerte de Cristo, el sacrificio del Cordero de Dios que quita
los pecados del mundo, se hace efectivo por su resurrección. Sin ella, su
muerte, como toda su existencia terrena, no habría servido, no nos hubiese
liberado de la esclavitud eterna del pecado y de la muerte. En su resurrección
también vencemos nosotros. Vencemos al pecado, porque él ha pagado por nosotros
nuestra culpa, y se convierte en fuente de misericordia y perdón para los que
arrepentidos de sus pecados, piden perdón y reciben los sacramentos. Vencemos a
la muerte, no porque no veamos libres de ella, sino porque vivimos de la
esperanza en el Hijo de Dios que nos resucitará. Con el Apóstol, también
nosotros podemos decir: “Con Cristo he sido crucificado, y ya
no soy yo el que vive, sino que Cristo vive en mí; y la vida que ahora
vivo en la carne, la vivo por la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí.”
Aleluya
es nuestro canto: porque hoy es la victoria de Dios. Y esta es la certeza que
como creyentes, como católicos hemos de renovar cada día. No nos encontramos en
medio de nuestra realidad en un combate, en una guerra; no contra los poderes
de este mundo, sino contra aquel que puede quitarnos la vida del cuerpo y del
alma…. Pero hay una certeza fruto de la resurrección: la victoria es de nuestro
Dios –como canta el Apocalipsis. No nos dejemos influenciar por teorías gnósticas
y orientales del Bien y el Mal como dos fuerzas iguales… ¡No! ¡La victoria es
de nuestro Dios! ¡Él ha resucitado! Y ahí, en él está nuestra fuerza, nuestra
fe, nuestra esperanza, nuestra caridad.
Hoy
y cada día de nuestra vida, en medio de las adversidades y de la problemática
de nuestra existencia, el cristiano como san Pablo se yergue apoyado en
Jesucristo resucitado y con tono desafiante puede enfrentarse a la muerte, al
pecado, a la enfermedad, a los problemas:
¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria? (…)
Nosotros entonamos nuestro aleluya, cantamos nuestro
cántico porque gracias han de ser dadas a Dios, que nos da la victoria por
medio de nuestro Señor Jesucristo. (cfr. 1 Corintios 15, 55)
Aleluya
es nuestro canto y lo podemos entonar en medio de esta situación que estamos
viviendo de la pandemia que asola al mundo entero. ¿Podemos cantar victoria,
podemos cantar aleluya?
Sí,
podemos cantarla.
Pero
no la cantemos pensando que somos nosotros los que venceremos. No cantemos
pensando que son nuestros medios, nuestra inteligencia, nuestras técnicas,
nuestras políticas y nuestras estrategias quien nos librará de la enfermedad y
de la muerte. El coronavirus se pasará si Dios quiere, pero cada día en
expresión paulina “estamos expuestos a la muerte, somos corderos preparados
para ir al matadero”. Esta situación nos
asusta y angustia, es compresible, pero mientras vivimos estamos expuestos a la
muerte de una forma o de otra.
¿Cómo
entonces podremos cantar nuestro cántico? ¿Cómo entonces podemos cantar
aleluya? Podremos cantar victoria, podremos cantar aleluya; si acogemos a Cristo, si creemos en su poder, en su resurrección.
En
esta noche hay un mensaje para nosotros y para nuestro mundo de hoy. Es lo
mismo que san Pedro dijo a los judíos que lo apresaron después de la curación
de aquel tullido que pedía limosna en el templo: —«Jefes del pueblo y ancianos: (…) Jesús es la piedra que desechasteis
vosotros, los arquitectos, y que se ha convertido en piedra angular; ningún
otro puede salvar; bajo el cielo, no se nos ha dado otro nombre que pueda
salvarnos».
Se
oye en la TV, en las redes sociales: “Después de esto, todo será distinto.” Sí,
todo puede ser distinto, todo puede cambiar, podemos hacer un mundo más justo,
más fraterno, podremos construir
sociedades con valores fuertes, podremos experimentar como toda la creación se
renueva, pero sólo si acogemos a Aquel que es la piedra angular que el mundo
moderno ha despreciado, sólo si cada uno de nosotros creemos en el único que
nos puede salvar: Jesucristo resucitado. Todo puede cambiar si instauramos todo en
Cristo.
Feliz
Pascua de Resurrección. Cantemos aleluya, porque es nuestro cántico. Amén.