VÍA CRUCIS
de la Virgen Dolorosa
compuesto
por la Madre Adela Galindo, Fundadora SCTJM
EJERCICIO DEL SANTO VIACRUCIS
Por la señal…
Acto de contrición: Señor mío
Jesucristo
Al principio de cada estación se puede decir:
V/. Te adoramos, oh Cristo, y te bendecimos
R/. Que por tu santa Cruz redimiste al mundo.
Y al final de cada estación:
V/. Señor, pequé.
R/. Tened piedad y misericordia de mí y
de todos los pecadores.
V/. Bendita y alabada sea la Pasión y
Muerte de nuestro Señor Jesucristo
R/. Y los Dolores de su Santísima Madre
al pie de la cruz.
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Para ganar las indulgencias del Vía Crucis es
necesario levantarse y arrodillarse en cada estación.
ESTACIÓN I
JESÚS CONDENADO A MUERTE
Oh, Madre Dolorosa... ¿qué sintió tu
corazón cuando escuchaste la sentencia de muerte que imponían a tu adorado
hijo? Tú que le diste vida, que lo llevaste en tus entrañas, que lo
amamantaste, que lo viste crecer, caminar, hablar... serías testigo de su
muerte. ¡Qué dolor, Madre, para ti, verlo recorrer el camino pedregoso y
estrecho que lo llevaría hacia su crucifixión! María, Madre del injustamente
condenado, sé que hubieras querido tomar el lugar de Jesús, pero sabias que era
el momento de su martirio. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón...
¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
ESTACIÓN II
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
Oh, Madre Dolorosa... tú que has sentido
el gran dolor de ver a tu hijo con una corona de espinas enterrada en su
cabeza; tú que has visto su cuerpo con latigazos, sangrando, y su carne con
llagas... ahora tienes que ver cómo, sin ninguna consideración, en esa piel tan
herida y adolorida, le colocan una cruz. Tú, Madre, sientes en tu corazón el
peso apremiante de ese madero que colocan sobre los hombros de tu amado hijo. Y
tú, María, sin poder tomar su cruz, aunque eso era lo que tu corazón deseaba
hacer. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste
porque confiabas en el amor del Padre!.
ESTACIÓN III
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Oh, Madre Dolorosa... tú que viviste
para cuidar a tu hijo, ¡qué duro fue para ti verlo indefenso! María, todo tu
ser reaccionó y quisiste ir a recoger a Jesús, acariciarlo, mitigarle su dolor,
igual que cuando niño se caía y lo limpiabas, lo curabas. Pero no podías
hacerlo, debías solo orar y pedirle al Padre Celestial que le diera las fuerzas
necesarias para continuar... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu
corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
ESTACIÓN IV
JESÚS EN CUENTRA A SUMADRE
Oh, Madre Dolorosa... tú corazón no
aguanta más el deseo de darle un poco de cariño a tu hijo. Entonces te adentras
entre la multitud gritando el nombre que tantas veces llamabas para que fuera a
comer, a estudiar: "¡Jesús, Jesús, mi hijo...!", y por fin logras
llegar a donde está tu hijo Jesús. Tus ojos llenos de lágrimas y angustia… sus
ojos llenos de dolor, de soledad, mendigando de los hombres un poco de amor...
En ese momento tomaste fuerzas del amor que le tienes y con tu mirada
silenciosa, pero mucho más elocuente que las palabras, le dices:
"Adelante, hijo, hay un propósito para todo este dolor... la salvación de
los hombres, de aquellos a quienes quieres devolverles el poder ser hijos de tu
Padre Celestial. Y regresas, Madre, silenciosa a tu lugar, escondida entre la
muchedumbre, guardando todo esto en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque
confiabas en el amor del Padre!.
ESTACIÓN V
EL CIRINEO AYUDA AL SEÑOR A LLEVAR LA CRUZ
Madre Dolorosa... qué alivio sentiste
cuando viste que un hombre iba a ayudar a tu pobre y destrozado hijo a cargar
con esa cruz tan pesada. No sabes quién es ese hombre, sabes que no lo hace por
amor o por compasión, pues lo están obligando a llevar la cruz de tu hijo. Lo
único que sabes es que jamás olvidarás el rostro de aquel hombre que alivió el
dolor de tu hijo... Por eso oras y pides a Dios que mientras carga la cruz, la
sangre de Jesús, que corre por el madero, toque su corazón y le haga comprender
cuánto amor se revela en esa cruz, cuánta misericordia se manifiesta en ese
evento del cual él está siendo partícipe. Y tú, Madre, recordarás por siempre
el rostro de aquel extraño que desde ese momento se convirtió para ti en un
hijo. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste
porque confiabas en el amor del Padre.
ESTACIÓN VI
LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTO DE JESÚS
Dolorosa, has estado orando y
suplicando al Padre que mueva el corazón de alguien para que generosamente
corra a auxiliar a tu hijo. Deseabas que fuera una mujer, para que con su
delicadeza maternal aliviara la aspereza y brusquedad que ha recibido Jesús. Y
cuando ves a la Verónica acercarse a limpiar el rostro desfigurado de tu hijo,
sientes que tu corazón va a estallar. Ves cómo su velo blanco y limpio se posa
sobre el rostro sangriento y sudado de tu amado Jesús... Y sabes, Madre, que
ante una acción tan amorosa, tu hijo va a dejar una huella de su presencia. El
rostro de tu hijo, grabado en un velo blanco, así como está grabado en tu
Inmaculado Corazón. Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón. ¡Todo lo
hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
ESTACIÓN VII
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Oh, Madre Dolorosa... sientes que con
Jesús también vas a caer... Tratas de ir a socorrerlo, pero un soldado te
detuvo. Tu corazón parece que va a desfallecer; puedes imaginarte el dolor que
debe sentir tu hijo Jesús al caer y volver a caer sobre las piedras, rasgándose
las rodillas y abriéndosele más las llagas de los azotes. Madre, ¿qué sentías,
qué deseabas...? Solo si pudieras llegar a donde estaba tu amado hijo y le
dieras un poco de agua, un poco de ternura... Madre, tú querías darle todo con
tal de aliviar su sufrimiento y su fatiga... Y todo lo guardaste
silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor
del Padre!
ESTACIÓN VIII
JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
JESÚS CONSUELA A LAS HIJAS DE JERUSALÉN
Madre Dolorosa... tus lágrimas han ido
humedeciendo el camino tan seco y árido que recorre tu hijo; tus lágrimas de
amor y sacrificio van mezclándose con la sangre de tu hijo que cae sobre la
tierra. Sufres al ver la frialdad de los hombres ante un espectáculo tan
doloroso, pero de pronto ves que unas mujeres lloran de compasión al ver a tu
hijo tan destrozado y descubres que Jesús se detiene ante ellas... Les dice que
no lloren por El, sino que lloren más bien por ellas y por sus hijos... Quizás
ellas no entendieron, Madre, pero tú sí comprendiste la profundidad de aquellas
palabras de tu hijo. Sabías en tu corazón que El las llamaba a un
arrepentimiento verdadero, a que lloraran más bien por sus propios pecados. Tu
amado hijo, en medio de su gran sufrimiento, seguía siendo el gran maestro de
los hombres... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo lo
hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
ESTACIÓN IX
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Oh, Madre Dolorosa... ves cómo los
soldados obligan a tu hijo a apresurar el paso para acabar con tan incómoda
misión. Lo hacen caminar tan rápido, que Jesús, en su debilidad y agotamiento,
tropieza y cae de nuevo. Los soldados le gritan y lo golpean para que se
levante... y tú, Madre sufriente, lo único que deseas es susurrar en el oído de
tu hijo aquellos cánticos de amor, aquellos versos tiernos y dulces que le
cantabas por las noches cuando era un niño. Deseabas abrazarlo y ayudarlo a
levantarse para que llegara a su meta final: la cruz. Ya le queda muy poco, y
tu corazón está tan desgarrado de compasión por tu hijo, que lo único que
deseas es que ya llegue a su descanso... Y todo lo guardaste silenciosamente en
tu corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
ESTACIÓN X
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
Madre Dolorosa... en este momento recuerdas ese glorioso momento cuando
tuviste a Jesús por primera vez en tus brazos, en medio de la pobreza del
portal de Belén. Lo envolviste en pañales y lo colocaste en un pesebre. Querías
que no pasara frío, que no estuviera desnudo, sino que esa ropita que le habías
hecho con tanto amor cubriera su inmaculado cuerpo. Qué dolor para ti, María,
ver a tu hijo despojado de su ropa... tú que viviste para cubrirlo, protegerlo
y cuidarlo, hoy lo ves indefenso, desnudo... muriendo en la misma pobreza en
que nació. Y de pronto ves, Madre, en el rostro de Jesús un gesto de profundo
dolor, y es que al quitarle la túnica, también arrancaron pedazos de su cuerpo
que se habían pegado a la tela... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu
corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
ESTACIÓN XI
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
JESÚS ES CLAVADO EN LA CRUZ
Oh,
Madre Dolorosa... te preguntas si no es suficiente todo lo que le han hecho,
pues todavía falta más... Ves cómo colocan a tu hijo en la cruz; ni siquiera
podrá pasar sus últimos momentos con algún descanso. No, ahora ves cómo amarran
a la cruz su cuerpo herido. Pero, Virgen Mártir, tu corazón se detuvo al oír
los martillazos que atravesaban sus huesos. Sus manos y sus pies estaban
completamente taladrados por esos clavos. Tú, María, recibes esos clavos como
si verdaderamente te los clavaran. Quisieras decirles a los soldados que todo
eso no era necesario... No tenían que usar clavos para mantener a tu hijo Jesús
en la cruz, pues su amor por los hombres lo hubiera sostenido allí, en la cruz
hasta la muerte... Y todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo
lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
ESTACIÓN XII
JESÚS MUERE EN LA
CRUZ
Oh,
Madre Dolorosa, estás al pie de la cruz de tu hijo... firme, de pie como toda
una reina. Al lado de tu hijo, ofreciéndote como sacrificio de consolación. Y
ves cómo un soldado traspasa con una lanza el corazón de tu hijo... y tu
corazón, María, en ese momento fue traspasado espiritualmente por la misma
lanza... La unión indisoluble de tu corazón con el corazón de Jesús queda
revelada para toda la eternidad. Tu corazón recibe místicamente los efectos del
traspaso físico del corazón de tu Hijo. Oh, Madre, tu hijo ha muerto, y sientes
el dolor, el vacío, la soledad, pero también el descanso de saber que ya el
mundo con toda su hostilidad no le puede hacer más daño... Qué grande eres,
María; tú, igual que tu hijo Jesús, llegaste hasta el final. Es en la cima del
monte Calvario, en esa cruz donde tu hijo es elevado en su trono de rey, que te
conviertes en reina. Tu reinado, María, lo alcanza tu gran amor y tu fidelidad
en el dolor. Todo parece acabado... y todo lo guardaste silenciosamente en tu
corazón... ¡Todo lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!
ESTACIÓN XIII
JESÚS ES BAJADO
DE LA CRUZ
Oh,
Madre Dolorosa, ahora sí puedes tener a tu hijo en tus brazos. Te parece
mentira que aquel niño que tantas veces acunaste, arrullaste y estrechaste
contra tu pecho, se vea en ese momento como un despojo humano. Pero lo único
que te importa es tenerlo de nuevo en tus brazos maternales. Sabes que no puede
sentir tus caricias ni tus besos, pero aun así lo besas y lo acaricias... con
tu ternura y tu amor quieres borrarle el horror de lo que los hombres le
hicieron. Madre, cómo lo estrechabas, cómo abrazabas ese cuerpo tan
desfigurado... Sabías que El había llevado sobre sí toda nuestra culpa, que con
su dolor había sanado las llagas de nuestros pecados, que con su ser destrozado
había devuelto la belleza a nuestras almas... Y al mirarlo inmóvil en tus
brazos solo pensabas que El vivió para amar y ahí estaba la prueba más grande
de su amor. Por eso... todo lo guardaste silenciosamente en tu corazón... ¡Todo
lo hiciste porque confiabas en el amor del Padre!.
ESTACIÓN XIV
JESUS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
JESUS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
Oh, Madre Dolorosa, nunca dejas a tu
hijo, vas con los que lo llevan a enterrar, pues quieres acompañarlo hasta su
tumba. Quisieras arreglar su cuerpo, vestirlo, ponerle un manto blanco, suave y
perfumado, pero nada de eso se te permite hacer. Recuerdas en ese momento los
nueve meses que lo tuviste en tu vientre. Donde lo guardabas con tanto amor,
cuidándolo del maltrato del mundo. Y es así como lo depositas en la tumba. Es
hora de dejarlo y de cerrar la puerta del sepulcro. Qué dolor, Madre, saber que
El se queda ahí y que tú debes continuar aquí en la tierra, enfrentándote a la
oscuridad, a la burla, a la indiferencia y al desprecio que aun después de muerto
sigan haciéndole los hombres. María, tú caminas despacio, como si no quisieras
separarte de tu hijo, pero una gran paz envuelve tu corazón traspasado de
dolor... La paz y el gozo de saber que tu hijo muy pronto RESUCITARÁ.