ESTE
ES EL DÍA. Homilía
Domingo
de pascua 2020
“HAEC
DIES, quam fecit Dóminus: exsultémus et laetémur in ea.”
“ESTE ES el día que ha hecho el Señor; alegrémonos
y gocémonos en él.”
Estas palabras están tomadas del salmo 117. Desde hoy
y durante toda la octava serán repetidas insistentemente en la liturgia: en la
santa misa y en el rezo del oficio.
Hoy es el día del Señor, el día que ha hecho, el
día en que actúo: porque Jesucristo que fue crucificado ha resucitado. Es el
anuncio del ángel a las mujeres: ¿Buscáis a Jesús Nazareno, que fue
crucificado; pues bien, resucitó; no está aquí; ved el lugar en donde le
pusieron. Cristo ha resucitado es el anuncio permanente de la Iglesia a lo
largo de la historia, y es el anuncio que hoy nosotros recibimos.
Es un anuncio que ha de resonar para nuestra
sociedad de hoy, para el hombre de hoy, que se ha dejado cautivar y convencer
por aquellos que afirmaron la muerte de Dios. No, no es verdad. Dios no ha
muerto, Él es el Resucitado, y vive para siempre.
Por eso, es la gran noticia, en este gran día, para
todos aquellos que han perdido el sentido de su vida, para los que han perdido
la fe, para aquellos que se encuentran esclavizados de su pecado, para todos
aquellos que viven afligidos por la enfermedad y por esta pandemia, por la
miseria y los problemas… Dios está vivo. Dios ha resucitado.
Este es el día en que actúo el Señor, alegrémonos y
regocijémonos.
Queridos hermanos: quisiera invitaros a reflexionar
sobre el simbolismo que encierran los días en que celebramos el misterio de
nuestra redención.
Si recordamos el primer texto de la creación, con
el que se abre la sagrada Escritura, Dios crea todo cuanto existe en el periodo
de una semana. Como sabéis, el pueblo judío como todo el oriente, siguen el
ritmo de la luna para establecer los días, las semanas según las 4 fases
lunares, y los meses… En seis días Dios
crea todo cuanto existe: lo escuchamos ayer en la primera lección de la Vigilia
Pascual.
Al sexto día, el viernes, Dios después de crear a
los animales y bestias del campo, decide a primera hora de la tarde, crear al hombre
a su imagen y semejanza. Es un momento solemne, Dios se recoge y reflexiona:
Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Este hombre que Dios ha puesto
como guardián de su creación y a quien ha creado para establecer un trato de
amistad con él. “Lo hiciste poco inferior a los ángeles” –canta el salmo. Sí,
Dios ha desbordado en amor en la creación del hombre y la mujer. Son la cumbre
de la Creación visible, los ha dotado de la dignidad de ser su imagen y
semejanza.
Jesucristo nuestro Señor es crucificado por
nosotros y nuestra salvación en viernes, el día sexto de la semana, en el que
Dios había creado al hombre y a la mujer. No es una simple casualidad. Dios lo
quiso así. El hombre y la mujer pecaron, desobedecieron al mando del Creador. En consecuencia, perdieron inmediatamente, para sí y para todos
sus descendientes, la gracia de la santidad y de la justicia originales, hallándose
su naturaleza herida en sus propias fuerzas naturales, sometida a la
ignorancia, al sufrimiento y al poder de la muerte, e inclinada al pecado. Dios no quiso abandonar su Creación ni a su
criatura, el ser humano, al poder de la muerte y prometió la victoria. Aquellas
palabras misteriosas que dieron comienzo a la esperanza de la Salvación: un descendiente
de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente.
En Jesucristo, estas palabras se cumplen. En su
muerte de cruz, en viernes, el día sexto, Cristo aplasta con la fuerza de su
cruz la cabeza de Satanás. Son hermosas esas representaciones en las que a los
pies de la cruz con la cabeza aplastada está la serpiente. Por la cruz, Jesucristo
pagó nuestro pecado, saldó nuestra deuda, venció a Satanás. Por eso, la cruz se
convierte estandarte de victoria, de triunfo, en gloria de la humanidad, porque
es la victoria de nuestro Rey. Es el solemne canto del prefacio de la cruz:
Padre santo, es digno y de justicia darte gloria porque “pusisteis la salvación
del género humano en el árbol de la cruz, para que de donde salió la muerte, de
allí renaciese la vida; y el que en un árbol venció, también en un árbol fuese
vencido por Cristo nuestro Señor.”
El viejo Adán, creado en el día sexto, y herido por
el pecado bajo el arbol –y ese viejo adán es la humanidad sin Dios- ha sido
restaurado en el día sexto en el Calvario en Jesucristo crucificado en el árbol
de la cruz: es el nuevo hombre, el nuevo Adán, según el cual nosotros somos
revivificados por la gracia a la vida nueva de los hijos de Dios.
No ha sido casualidad, encierra todo un simbolismo,
todo un misterio.
Continuemos con todo esto tan grande.
El séptimo día, Dios descansó de todo cuanto había
hecho. Dios vio que todo lo que había creado era bueno y descansó. Es el
sábado, día solemne y grande para el pueblo judío, en el que absteniéndose de
todo trabajo, rendían en su descanso culto al Dios vivo. Sábado que comienza en
el anochecer de nuestro viernes, en la mente judía.
Nuestro Señor Jesucristo será acusado por no
respetar la ley de Moisés, y particularmente el sábado. Jesús recordará,
frecuentemente que el descanso del
sábado no se quebranta por el servicio de Dios o al prójimo y es lo que él
realiza con sus curaciones. Y él, que no
ha venido a abolir la ley, sino que ha venido a darle plenitud y cumplimiento, descansará en su sepultura todo
el sábado. Sábado santo en el que la iglesia –porque se han llevado a su Divino
Esposo- ayuna y llora a su Señor; y acompañando a la Virgen María, Madre
Dolorosa, en su soledad aguarda con esperanza de la resurrección. El atardecer
que dará pasó al primer día de la semana.
Primer día de la semana, en el que solo la noche,
como cantamos ayer en la Angélica, conoció y fue testigo de la resurrección de
Nuestro Señor. El primer día de la creación cuando Dios creó la luz y disipó las tinieblas y tiene su cumplimiento
Cristo resucitado, Luz del mundo, que ilumina a todos los hombres, simbolizado
en el bellísimo cirio pascual.
Primer día de la creación en la que todo comienza,
donde la creación es restaurada, donde el hombre es redimido; porque Cristo
resucitado ha recibido todo poder sobre el cielo y la tierra y él es Aquel que
hace nuevas todas las cosas.
Primer día de la semana, que tendrá nombre propio:
Domingo –dies Domini- día del Señor.
Día del Señor del que habla la sagrada Escritura,
sobre todo en los profetas, como día en que Dios se manifestará portentosamente, de forma notoria. Este el día del Señor,
porque el Resucitado es la manifestación de este Dios.
Día del Señor del que habla la sagrada Escritura,
terrible y amargo, como día en el que Dios
se vengará de su enemigos. Sí, hoy el Dios de la venganza, se ha vengado… ¿De
quién? De Satanás, del pecado y de la muerte.
Día del Señor del que habla la Escritura como día
de juicio en que Dios descubrirá las intenciones del corazón de los hombres y
podrá de manifiesto sus obras. La resurrección de Cristo es el día del Señor
porque ya nadie puede ser indiferente ante él. Los que crean y se bauticen se
salvarán, los que se resistan a creer, serán condenados. Incluso los modernos
de hoy que dicen que pasan de todo y les da igual, ya han tomado parte rechazando
la salvación del resucitado.
Domingo, día del Señor, primer día de la semana
pero al mismo tiempo octavo día, siguiente al séptimo. Porque este primer día,
se convierte en octavo porque ya la historia camina hacia su realización plena
cuando Cristo vuelve glorioso al final de los tiempos. La historia no es sin
sentido, un conjunto de acontecimientos aislados. La historia que comienza en
el principio en Dios, tendrá también su conclusión en Dios. Él es –así lo hemos
marcado en el cirio- el alfa y la omega, el principio y el fin. Dios teje
nuestra historia y lleva hacia sí, hasta que todas las cosas sean recapituladas
en Cristo y seamos uno en Dios.
Es la Pascua, Cristo ha resucitado. Acojamos la enseñanza
del Apóstol en la epístola de la misa y vivamos vida nueva: “Purificaos de la
antigua levadura, para convertiros en nueva masa como ázimos que sois. Pues ha
inmolado Cristo, nuestro cordero pascual. Por tanto regalémonos no con vieja
levadura, ni con levadura de malicia y de perversidad, sino con ázimos de
sinceridad y de verdad.
Es la Pascua, Cristo ha resucitado. Y una vez más
oigamos el mensaje del Ángel: No temáis; buscáis a Jesús Nazareno, que fue
crucificado; pues bien, resucitó.