domingo, 10 de septiembre de 2023

LA MUERTE ESPIRITUAL.- Dom Gueranger

 


LA MUERTE ESPIRITUAL

Dom Gueranger

 

XV domingo después de Pentecostés

 

LA MUERTE ESPIRITUAL. — Comentando este Evangelio, nos dice San Agustín en la homilía que se lee esta misma noche en Maitines: “Si la resurrección de este joven colma de alegría a la viuda, su madre, nuestra Madre la Santa Iglesia se regocija también todos los días al ver resucitar espiritualmente a los hombres. El hijo de la viuda había muerto de muerte corporal; éstos habían muerto en el alma. Visiblemente, empero, se lloraba la muerte visible del primero, mientras que ni siquiera se advertía la muerte invisible de estos últimos.

“Nuestro Señor Jesucristo quería que los milagros que obraba en los cuerpos se interpretasen en un sentido espiritual. No hacía milagros por sólo hacer milagros, sino que deseaba que, al excitar la admiración de los que los veían, a la vez estuviesen llenos de verdad para los que comprendían el sentido. Los que fueron testigos oculares de los milagros de Jesucristo, sin comprender su significado, sin penetrar lo que ellos dicen a las almas ilustradas, estos tales sólo han admirado el hecho material del milagro; pero otros han admirado a la vez los hechos y han comprendido su significado. De éstos debemos ser nosotros en la escuela de Jesucristo…

“Escuchémosle, pues, y el fruto sea éste: en los que viven, conservar solícitamente la vida, y en los que están muertos, recobrarla lo más pronto posible.”

EL BUEN CELO. — Cristianos preservados de la defección por la misericordia del Señor, a nosotros nos toca tomar parte en las angustias de la Iglesia y ayudar en todo las diligencias de su celo para salvar a nuestros hermanos. No basta no ser de los hijos insensatos que son el dolor de su madre y deshonran el seno que los llevó. Aunque no supiésemos por el Espíritu Santo que honrar a su madre es atesorar el solo recuerdo de lo que la costó nuestro nacimiento, nos induciría a no perder ocasión de enjugar sus lágrimas. La Iglesia es la Esposa del Verbo, a cuyas bodas aspiran también nuestras almas; si es cierto que esa unión es la nuestra igualmente, lo debemos probar, como la Iglesia, manifestando en nuestras obras el único pensamiento, el único amor que comunica el Esposo en sus intimidades, porque no tiene otro en su corazón: el pensamiento de restaurar en el mundo la gloria de su Padre, el amor de salvar a los pecadores.