domingo, 17 de septiembre de 2023

LA INVITACIÓN A LAS BODAS. Dom Gueranger

 


LA INVITACIÓN A LAS BODAS

Dom Gueranger

 

XVI DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS

 

LA INVITACIÓN A LAS BODAS. — La Santa Madre Iglesia revela hoy el fin supremo que pretende en sus hijos desde el día de Pentecostés. Las bodas de que se trata en nuestro Evangelio, son las del cielo, que tienen por preludio aquí abajo la unión divina consumada en el banquete eucarístico. La llamada divina se dirige a todos; y esta invitación no se parece a las de la tierra, donde el Esposo y la Esposa convidan a sus parientes como simples testigos de una unión que es además para los invitados extraña. El Esposo aquí es Cristo, y la Iglesia la Esposa; como miembros de la Iglesia, estas bodas son por tanto también nuestras.

 

LA UNIÓN DIVINA. — Pero, si se quiere que la unión sea tan fecunda cuanto debe serlo para honor del Esposo, es necesario que el alma en el santuario de la conciencia guarde para Él una fidelidad duradera, un amor que vaya más lejos y dure más que la recepción sagrada de los misterios. La unión divina, si es verdadera, domina nuestro vivir; esa unión hace que persevere constantemente el alma en la contemplación del Amado, que promueva activamente sus intereses y suspire de continuo y de corazón por El aunque a veces la parezca que el Amado se oculta a sus miradas y se sustrae a su amor. Y, en efecto, ¿deberá la Esposa mística hacer menos por Dios que las del mundo por un esposo terrestre? Sólo con esta condición se puede creer que el alma está en los caminos de la vía unitiva y que lleva en sí los frutos propios de ella.

 

CONDICIONES PARA LA UNIÓN. —Para llegar a este dominio de Cristo sobre el alma y sus movimientos que la convierta en suya de verdad, que la sujete a sí misma como la esposa al esposo es necesario no dar nunca lugar a ninguna competencia extraña. Demasiado lo sabemos: el nobilísimo Hijo del Padre”, el Verbo divino, ante cuya beldad se arroban los cielos, encuentra en este mundo pretensiones rivales que le disputan el corazón de las criaturas, por El rescatadas de la esclavitud e invitadas a participar del honor de su trono; aun en aquellas en que su amor acabó por triunfar plenamente, ¿cuántas veces estuvo a punto de perder? Mas El, sin impacientarse, sin abandonarlas por justo resentimiento, prosiguió durante muchos años invitándolas con llamamiento apremiante esperando misericordiosamente a que los toques secretos de su gracia y la acción de su Espíritu Santo saliesen triunfantes de tan increíbles resistencias.

 

LA HUMILDAD. — La guarda de la humildad, más que otra cosa cualquiera, debe llamar la atención de quien aspira a conseguir un puesto eminente en el banquete de Dios. La ambición de la gloria futura es lo natural en los santos; pero saben que, para adquirirla, tienen que bajar tanto en su nada durante la vida presente, cuanto más altos quieran estar en la vida futura. Mientras llega el gran día en que cada cual recibirá según sus obras, nos debemos dar prisa a humillarnos ante todos; el puesto que en el reino de los cielos nos está reservado no depende, en efecto, de nuestra apreciación ni de la de otros, sino tan sólo de la voluntad del Señor, que exalta a los humildes. Cuanto más grande seas, más te debes humillar en todas las cosas, y de ese modo hallarás gracia ante Dios, dice el Eclesiástico; pues Dios sólo es grande.

 

Sigamos, pues, el consejo del Evangelio, aunque sólo sea por interés; creamos que debemos ocupar el último lugar entre todos. En las relaciones sociales no es verdadera la humildad del que, apreciando a los otros, no se desprecia un poco a sí mismo, adelantándose a cada uno en las señales de honor, cediendo con gusto a todos en lo que no toca a la conciencia, y esto por el sentimiento profundo de nuestra miseria, de nuestra inferioridad ante aquel que escudriña los riñones y los corazones. La humildad hacia Dios no tiene piedra de toque más segura que esta caridad efectiva para con el prójimo, la cual nos inclina sin afectación a hacerle pasar antes que a nosotros en las varias circunstancias de la vida cotidiana.

 

Conforme se van extendiendo las conquistas de la Iglesia, el infierno aviva su furia contra ella para arrebatarla el alma de sus hijos.