miércoles, 28 de abril de 2021

NOVENA A SAN JOSÉ. DÍA OCTAVO: Pureza más que angelical de san José.

 


NOVENA A SAN JOSÉ. DÍA OCTAVO: Pureza más que angelical de san José.

 

Poniéndonos en la santa presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

ORACIÓN A SAN JOSÉ

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en esta novena, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

DÍA OCTAVO

MEDITACIÓN

Pureza más que angelical de san José.

 

Composición de lugar. Contempla a san José con el lirio de la pureza en sus manos, que te dice: “Si no eres puro, no verás a Dios ni a mí en la gloria”.

 

Petición. Dadnos, Santo mío, la pureza de alma y cuerpo.

 

Punto primero. Pureza más que angelical de san José. San José fue ayo y custodio del cordero sin mancilla, lirio de los valles y que se apacienta entre azucenas, Cristo Jesús... San José fue verdadero esposo de la más pura y cándida azucena del paraíso de Dios, María Madre de Dios… San José fue siempre virgen en el alma y en el cuerpo; santificado en el seno materno, sin sentir el fómite del pecado, fue más que de ángel su pureza, porque el pudor virginal de María no teme ni se sobresalta con la compañía de san José en las soledades de Egipto, ni en el retiro de casa; y no obstante se turba con la presencia del ángel, y se alarma su pureza virginal al decirle que va a ser Madre de Dios. ¿Cómo he de ser madre si soy virgen, replica, pues yo no conozco ni conoceré varón...? Custodio de la pureza virginal de María, esposo de la Virgen María Reina de las vírgenes, con quien vivió treinta años en la más íntima familiaridad y trato, no podía menos de aumentar con esto su pureza el purísimo José… Dios en sus altísimos decretos tenía determinado, dice san Francisco de Sales, que Jesús naciera bajo la sombra del santo matrimonio que la Virgen contrajo con san José, porque solo de un matrimonio totalmente incomparable en la pureza podía nacer Jesucristo… San José, por su pureza angelical, mereció ser esposo de la más pura de las Vírgenes: este fue el premio de su angelical candor. Cristo fue digno fruto del matrimonio de María y José; porque solo este matrimonio apareció a los ojos de Dios adornado con tanta pureza, que pudo descansar en él Aquel que se apacienta entre lirios y azucenas… Los dos lirios del campo, las dos azucenas de virginal fragancia son María y José, con quienes Jesús moró y conversó familiarmente como hijo por espacio de treinta años, y halló sus delicias al desposarse con la naturaleza humana y vivir en este destierro. ¡Qué ejemplo tan sublime de pureza y candor virginal! ¡Oh devoto josefino!, ¿no te animarás con este ejemplo a ser puro en pensamientos, palabras y obras?

 

Punto segundo. ¿Eres puro y casto, devoto josefino? Cualquiera que sea tu edad, estado y condición, no te eximen de tener esta virtud. Solo siendo puro y casto, serás admitido en el reino de los cielos y verás a Dios, abismo de pureza. Si pecaste, y por consiguiente manchaste tu alma, debes lavarla y devolverle su pureza por la penitencia y contrición. Ya seas soltero, ya casado, ya viudo, ya sacerdote o religioso o virgen consagrada a Dios, devoto josefino, todos debemos ser puros y castos en nuestro estado, poseer nuestro cuerpo y nuestra alma en honor, guardando pureza y castidad. Pero ¡ay dolor! qué pocos son los que conservaron la pureza bautismal, más pocos son los que conservaron la integridad o virginidad de su cuerpo, pues este pecado impuro lo invade todo, lo corrompe todo, lo marchita o empaña todo. Bien decía el sabio y experimentado misionero san Ligorio, que murió de más de noventa años, que no hay alma en el infierno que no esté allí por los pecados de impureza o con un pecado feo. ¿Quién se escapará de este diluvio de corrupción siempre creciente? ¡Ay de mí! Es tan delicada esta flor y tiene tantos enemigos, que sin una gracia especial del cielo es imposible conservarla. La vista, el oído, el tacto, el gusto, el olfato, la memoria, el pensamiento, el mundo, el demonio, la propia carne; los libros, periódicos, folletos, grabados, romances, canciones, diversiones, músicas, bailes, saraos, teatros, … ¡Oh! Todo, todo está armado para perder a esta hermosa virtud, a esta angelical virtud. Diríase que este mundo no puede sufrir en su hediondez el celestial aroma de ella, y por eso la persigue y la quiere desterrar de él. ¡Oh mi inocencia y pureza perdidas! ¿Quién os podrá recobrar? Solo la penitencia puede hacerlo. Confiésate y no peques más. Pídelo al castísimo esposo de María, san José.

 

EJEMPLO

En la crónica de los padres capuchinos se lee, que viajando fray Jerónimo de Pistoya, misionero apostólico, con un compañero desde Roma a Gandía, por obediencia al sumo pontífice, equivocó de noche el camino cerca de Venecia. Hallándose los dos muy fatigados y afligidos, a causa de las molestias del viaje, recurrieron, puestos de rodillas, a Jesús, José y María, de quienes era muy devoto Fr. Jerónimo, suplicándoles su auxilio en aquel caso de tanta necesidad, y vieron al momento resplandecer cerca de ellos una luz. Se dirigieron hacia ella, y a poco trecho hallaron una casa, en la cual había un anciano, una mujer y un niño, los tres de singular hermosura, quienes los hospedaron con mucha complacencia. Por la mañana, habiéndose despertado los religiosos para emprender el camino, se hallaron en medio de un prado y mirando por todas partes no vieron ya la casa en que habían sido hospedados, y juzgaron que los que les habían recibido en ella eran Jesús, María y José, a quienes dieron infinitas gracias por tan singular favor o beneficio. ¡Cuánto, pues, podemos esperar de su extraordinaria protección! Invoquémosles con toda confianza, y siempre seremos socorridos por él en todo peligro y necesidad.

 

ORACIONES FINALES

PARA CADA DÍA DE LA NOVENA

 

Pídase con toda confianza la gracia que se desee alcanzar en esta Novena.

 

ORACIÓN FINAL

 Acordaos, santísimo esposo de María, dulce abogado, padre y señor mío san José, que jamás se ha oído decir que ni uno solo de los que han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia en este día, y me encomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Oh padre adoptivo de mi redentor Jesús! No desatendáis mis súplicas; antes bien acogedlas propicio, despachadlas favorablemente y socorredme con piedad. Amén.

 

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía. 

Jesús, José y María, amparadme en vida y en mi última agonía.

Jesús, José y María, recibid, cuando yo muera, el alma mía.

Alabados sean los corazones de Jesús y de María, y san José y santa Teresa de Jesús. Amén.