domingo, 4 de abril de 2021

ALEGRÉMONOS AL VER GLORIFICADO A NUESTRO SALVADOR. San Alfonso María de Ligorio

 


 DOMINGO DE RESURRECCIÓN 

San Alfonso María de Ligorio

Jesucristo resucitó con la gloria de poseer, no sólo como Dios, sino también como hombre, todo poder en el cielo y en la tierra, por manera que todos los ángeles y todos los hombres le rinden vasallaje. Regocijémonos, pues, al ver glorificado a nuestro Salvador, nuestro padre y nuestro mejor amigo; alegrémonos, porque la resurrección de Jesucristo es prenda segura de la nuestra y de la gloria que un día hemos de gozar en el cielo en cuerpo y alma. 
 
 Apoyados en esta esperanza, padecieron los santos mártires con alegría todas las penalidades de la vida y los más crueles tormentos de los tiranos. Pero convenzámonos de que no gozará con Cristo quien no quiera padecer ahora con Cristo ni alcanzará la corona de la inmortalidad quien no combata varonilmente para alcanzarla. Que nos sirva de aliento el consejo del mismo Apóstol, que asegura que todos los sufrimientos de esta vida son nonada y pasajeros en cotejo de los bienes inmensos y eternos que esperamos disfrutar en el paraíso. Esforcémonos, pues, por conservar siempre la gracia de Dios y pedirle la perseverancia de su amor, porque sin oración, y continua oración, no lograremos la perseverancia ni alcanzaremos la salvación. 

¡Oh dulce y amable Jesús mío!, ¿cómo habéis podido amar tanto a los hombres, que, para demostrarles vuestro amor, no rehusasteis morir desangrado y afrentado en tan infame leño? ¡Oh Dios!, y ¿cómo son tan pocos los hombres que os amen de todo corazón? ¡Ah, querido Redentor mío, entre estos poquitos quiero contarme yo, pobrecito que en lo pasado me olvidé de vuestro amor y troqué vuestra gracia por míseros deleites! Conozco el mal hecho, me arrepiento de todo corazón y quisiera morir de dolor. Ahora, amado Redentor mío, os amo más que a mí mismo y estoy presto a morir mil veces antes que perder vuestra amistad. Os agradezco las luces que me habéis dado; Jesús mío, esperanza mía, no me abandonéis y continuad prestándome vuestra ayuda hasta la muerte.