martes, 27 de abril de 2021

NOVENA A SAN JOSÉ. DÍA SÉPTIMO: Templanza de san José

 


NOVENA A SAN JOSÉ. DÍA SÉPTIMO: Templanza de san José

 

Poniéndonos en la santa presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

ORACIÓN A SAN JOSÉ

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en esta novena, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

 

DÍA SÉPTIMO

MEDITACIÓN

Templanza de san José

 

Composición de lugar. Contempla a san José adornado con la templanza y modestia de Cristo.

 

Petición. Alcanzadme, santo mío, ser templado y modesto en todas las cosas.

 

Punto primero. La templanza es una virtud que reprime la complacencia inmoderada del apetito sensitivo al gozar de los bienes sensibles. Es esta virtud como el ornato y elegancia de todas las demás; y así como la gallardía, gentileza y belleza en el cuerpo humano realzan y ennoblecen a una persona ilustre, atraen la atención y gánanse el afecto de todos, así en la parte moral la templanza hace amable al hombre en la sociedad. Hasta a la prudencia pone tasa y modo para que no decline en astucia sagaz e insidiosa, y a la fortaleza para que no se desmande a la arrogancia. San José fue perfectísimo en esta virtud. No le fue necesario para templar los ardores de la concupiscencia, porque no experimentó el Santo las rebeldías de su carne; al contrario, puesto por Dios por defensa y baluarte de la pureza y candor celestial de María, no sintió jamás los estímulos de la concupiscencia. Fue templado en la comida y bebida, por su pobreza voluntaria y su sobriedad y frugalidad en la mesa… Templado en su habla, pues fue tan mirado en sus palabras que ninguna salió de su boca que no fuese santa y buena, no ociosa ni de murmuración. Moderado fue san José en su trato con el prójimo, afabilísimo y dulcísimo en la conversación, grave y suave en su porte exterior.

Su templanza en acciones y palabras, y su aspecto que reverberaba una santidad y vida celestial, fue el imán suavísimo que cautivó los ánimos de los judíos, egipcios y de cuantos le trataban, de tal modo que pudo llevar a efecto los designios del Padre celestial al confiarle la obra de la redención del mundo en su Hijo. Mejor que Judit pudo el Santo andar por medio de los enemigos con seguridad, siendo amado y respetado de todos por aquel conjunto admirable de virtudes, de las cuales la templanza era la belleza y esplendor. Oigamos, por fin, el mejor elogio de la templanza del Santo de boca de su esposa la Santísima Virgen María. Dijo así a santa Brígida: “José jamás dijo palabra de chiste, de murmuración o de impaciencia. Era en su pobreza pacientísimo y pronto al trabajo. Si algunos le ofendían, lejos de vengarse, mostraba en sus agravios una admirable mansedumbre. Me servía con profundísimo respeto, y era juntamente un gran defensor de mi pureza virginal contra aquellos que la contradecían. Fue testigo muy fiel de las maravillas de Dios. Sus deseos siempre se dirigían a los bienes del cielo, de tal suerte que parecía estar muerto al mundo y a la carne. Creía tan firmemente lo que Dios le había prometido, que continuamente decía: “¡Ojalá me conceda vida el Señor para tener la dicha de ver cumplida su santísima voluntad!”. En las juntas y consejos de los hombres se halló rarísimas veces, porque todos sus deseos fueron tratar con Dios y hacer lo que sabía era de su agrado: por esto ahora grande es su gloria”. ¡Qué divinas enseñanzas!

 

Punto segundo. Si san José debía aparecer en el mundo adornado de todas las virtudes en grado heroico, y por lo mismo en la templanza, no podía faltarle la modestia, que es como la flor, ornato y belleza de todas. Cuando Dios elige a alguna persona para desempeñar algún cargo, dicen todos los doctores de la Iglesia, adórnale de las cualidades proporcionadas a la elevación de su cargo y a la ejecución de él. San José, escogido por Dios para jefe de la Sagrada Familia, para representante de Él en la tierra y hacer sus oficios cerca de Jesús y María, debía resplandecer en todas las virtudes, y de un modo especial en la modestia. Por esto fue san José dotado de un aspecto lleno de majestad y de belleza, superior al antiguo José, tan celebrado por su hermosura entre los egipcios. Era san José de una rara modestia, y de un talle en que brillaba una maravillosa disposición. Consorte de la más hermosa de la vírgenes, y juzgado padre de Jesús por los hombres, debía aparecer el Santo semejante a una y otro por las virtudes del alma, por la belleza, majestad y modestia de su exterior… ¡Qué apacibilidad en el aspecto!, ¡qué nobleza de corazón!, ¡qué concierto en todas las potencias de su ánima!, ¡qué rasgos de cordura!, ¡qué modales!, ¡qué gallardía en toda su persona!, ¡qué atractivo!, ¡qué mansedumbre!. Dios que adornó a Saúl de cierto esplendor de majestad, ¿de qué virtudes y prendas de naturaleza y de gracia no enriquecería al ilustre descendiente de cien reyes, heredero del trono de Judea, y esposo de la Madre de Dios y Reina de los cielos? José, que debía pasar lo más florido de su vida entre las dos azucenas del paraíso, Jesús y María; José, que las debía cuidar, mandar, gobernar, y aspirar más de cerca que ningún otro mortal sus divinos aromas, debía aparecer entre ellas con la modestia de Cristo y de María, por no turbar el concierto y armonía divina de la familia de Nazaret, de la trinidad de la tierra. Solo con mirar a Jesús, la modestia por esencia, y a María, que la reverberaba en su exterior, debía el Santo empaparse de esta virtud, copiarla en sí y aparecer como un dechado bellísimo de ella. Porque si en nosotros, inmodestos y desconcertados, la vista, presencia, comunicación y trato con una persona modesta nos inspira esta virtud y nos obliga a ella, ¿qué no haría la divina modestia de Cristo en el ánimo justo y concertado de san José? ¡Oh!, ¡admiremos en silencio tan hermosa virtud en el santo, y confundámonos e imitémosle!

 

EJEMPLO

Se lee en el legendario franciscano del día 21 de agosto, que viajando la venerable sor Juana Rodríguez con otra mujer, se puso nublado, lo que atemorizó a la compañera; pero se vieron consoladas inesperadamente de un personaje, quien se les ofreció cortésmente a acompañarlas en su viaje, asegurándolas que la lluvia no las molestaría. Llovió mucho, y no se mojaron. A la vista de este prodigio creyó Juana que aquel guía y compañero no era otro que san José, su carísimo protector, quien las acompañó hasta el punto deseado, y vieron que desaparecía. Feliz tú, si san José te acompaña hasta el término de tu camino. El diluvio de las tentaciones no te dañará, y llegarás a ser recibido en los tabernáculos eternos.

ORACIONES FINALES

PARA CADA DÍA DE LA NOVENA

 

Pídase con toda confianza la gracia que se desee alcanzar en esta Novena.

 

ORACIÓN FINAL

 Acordaos, santísimo esposo de María, dulce abogado, padre y señor mío san José, que jamás se ha oído decir que ni uno solo de los que han acudido a vuestra protección e implorado vuestro socorro haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia en este día, y me encomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Oh padre adoptivo de mi redentor Jesús! No desatendáis mis súplicas; antes bien acogedlas propicio, despachadlas favorablemente y socorredme con piedad. Amén.

 

Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

 

Jesús, José y María, yo os doy el corazón y el alma mía. 

Jesús, José y María, amparadme en vida y en mi última agonía.

Jesús, José y María, recibid, cuando yo muera, el alma mía.

Alabados sean los corazones de Jesús y de María, y san José y santa Teresa de Jesús. Amén.