COMENTARIO AL EVANGELIO
SAN JERÓNIMO
XVIII DOMINGO DESPUES DE PENTECOSTES
Y vino a su ciudad. Y de pronto le presentaron un paralitico acostado en una camilla. Más viendo Jesús la fe de ellos dijo al paralitico: Confía, hijo; tus pecados te son perdonados (9,1), y lo demás. La ciudad de él no pensemos que sea otra que Nazaret, por la que también se le ha llamado Nazareno. Y le presentaron, como arriba hemos dicho (Mt 8,23), el segundo paralitico, acostado en una camilla porque no podía andar por sí mismo. Y viendo Jesús la fe no del que era presentado, sino de aquellos que lo presentaban, dijo al paralitico: Confía hijo; tus pecados te son perdonados. ¡Oh, admirable humildad! Al despreciado y débil y sin fortaleza en todas las articulaciones de sus miembros, al que no se dignaban tocar los sacerdotes, lo llama “hijo”. O, lo más seguro, lo llama hijo precisamente porque se le perdonan sus pecados. Conforme a la tropología, a veces, el alma que yace en su cuerpo con todas las fuerzas de sus miembros debilitadas es presentada para ser curada por el doctor perfecto, el Señor; la cual, si por la misericordia del Señor ha sido sanada, recibe tanto vigor que al instante puede cargar con la camilla.
Y he aquí que algunos de los escribas dijeran entre sí: este blasfema (9,5) Leemos en el profeta hablando de Dios: “Yo soy el que borro tus iniquidades” (Is 43,25). Consecuentemente, por tanto, los escribas, porque lo consideraban hombre y entendían las palabras de Dios, lo acusan de blasfemia. Pero el Señor, viendo los pensamientos de ellos, se muestra como Dios que puede conocer lo oculto del corazón y, sin hablar en cierto modo les dice: con la misma grandeza y poder que contemplo vuestros pensamientos puedo también perdonar sus delitos a los hombres; entended, por vosotros mismos, que es lo que consigue el paralitico.