jueves, 8 de octubre de 2020

LA DEVOCIÓN DE LA MISA. Calderón de la Barca

 


LA DEVOCIÓN DE LA MISA. Calderón de la Barca

Verdades ciertas

no se atienda a quien las dice,

sólo a que lo son se atienda.   

La ley natural, en quien  

Adán su culpa lamenta,  

cuando en él comprometida    

toda la naturaleza

la dejó por mayorazgo   

de su miserable herencia

que pan de dolores coma        

y agua de lágrimas beba,

en la confesión que hace

el preste se representa   

cuando fuera del altar    

nos dice que el hombre fuera   

de su feliz primer patria 

viador gima, llore y sienta.      

Compadece a Dios su llanto     

y viendo que al hombre sea,    

siendo como es infinita  

por el objeto la deuda,  

imposible que por sí      

alcance a satisfacerla,    

determina su bondad,    

su amor, su poder, su ciencia  

que hombre y Dios la satisfaga.

Dios hombre, para que tenga   

lo infinito en lo infinito  

conforme la recompensa.        

A este fin elige el pueblo

de Israel, para ascendencia      

a quien de esclavitud saca       

y en Sinaí la ley le entrega       

escrita, significada         

en la sumisión primera   

con que entra el preste al altar

que es decir que el pueblo entra        

ya en tierra de promisión        

con que en el introito empieza

la escrita, cuando besando      

la ara el preste al misal llega    

porque como ley escrita 

explique que lo es el leerla.     

De ella y de la natural,   

patriarcas y profetas      

teniendo del cielo tantas,        

tan infalibles promesas, 

de que había de llover    

su rocío el alba bella,     

de que había de cuajar  

el blanco vellón sus perlas,      

de que habían de medir 

ángeles la escala excelsa,        

siendo el hombre cuando suban        

y el verbo cuando desciendan, 

y en fin, que había de enviar   

Dios su salud y la tierra  

producir su salvador,     

en dulces lágrimas tiernas        

al cielo clamaron, cuyas 

voces desde las tinieblas

del seno de Abraham repiten   

los quiries y así se alternan      

una y más veces pidiendo        

misericordia y clemencia.        

Vuelve Dios compadecido        

a oír sus ansias, que no cierran

nunca a músicas de llanto        

sus piedades las orejas  

con que en fee de la esperanza

que ya va cumpliendo suena    

consecutiva a los quiries

la gloria, cantando llenas         

de angélicas armonías    

una y otra dulce esfera   

gloria a Dios en las alturas       

y paz al hombre en la tierra.    

Nace, pues, Cristo encarnado  

en las siempre puras, bellas,    

entrañas de Virgen Madre        

antes del parto doncella,

doncella en el parto y    

después del parto; y aunque esta      

señal prometida a Acaz  

de que una intacta pureza       

fecunda y virgen sería    

trujo tan claras las señas

de la ley de Gracia, no   

por eso la escrita cesa   

que ha de vivir aunque nazca   

Cristo hasta que Cristo muera.

Y así la epístola dice      

lo que de vida le resta,  

que es el tiempo que durando  

su predicación, la ciega 

sinagoga ni la admite,    

ni la estima, ni la precia

con que pasar el ministro        

el misal de la siniestra   

mano a la diestra, es decir      

que por no recebir ella    640

la evangélica ley, pasa   

a la gentilidad; esta       

es la causa porque el coro       

en la epístola se sienta  

y en el evangelio en pie  645

se pone, bien como en prueba 

de que ya la anciana ley 

caduca, yace y flaquea   

y la nueva ley está

y ha de estar siempre en pie atenta   

al credo, que al evangelio        

sucede, porque no fuera

bastante al fiel el oírla   

sin protestar el creerla.  

Y como ya entre las sombras   

de luz fallecida es fuerza

haber luces, los ciriales, 

con luz encendida llegan

al diácono y al credo     

sigue el ofertorio en muestra   

de que ya sus sacrificios 

no han de ser como antes eran

de sangre de reses, siendo       

en cumplimiento a la eterna    

orden de Melquisedech   

de pan y vino la ofrenda.

Pónese la Hostia en el ara       

y en fee de que presto sea       

carne y sangre de Dios hombre,        

el vino y el agua mezcla 

la preparación del cáliz, 

significando la inmensa  

divinidad en el vino       

y en menos noble materia       

la humanidad en el agua.         

Por esto, al vino no se echa    

bendición y al agua sí,   

mostrando que una se eleva    

por la hispostática unión

de las dos naturalezas,    680

y otra aunque se abata, siempre       

bendita está por sí mesma.     

Al ver aquí el preste al pueblo  

que ore le absorta y le alienta;

oye el judaísmo absorto

la proposición y ciega    

su obstinación se espavece      

confundido de que pueda        

ser que caribe de Dios    

el hombre su sangre beba        

y su carne coma, andando       

su incredulidad tan fuera

de sí que prevaricada     

en preguntas y respuestas,       

tal vez maquina calumnias       

y tal vez previene fiestas.        

Dígalo el prefacio, pues  

para darle muerte fiera  

al quinto día le aplaude  

diciendo «bendito sea    

el que en nombre del Señor     

viene» y a sus plantas puestas  

olivas, palmas y ropas    

una y mil veces vocea    

santo, santo, santo; aquí        

entorpecida la lengua

no se atreve a proseguir 

que el respeto y reverencia      

de los misterios que incluye     

cada ápice, cada letra     710

de sacro canon me turba

sin que a articular me atreva   

que el memento es la oración  

que hace al padre, en que encomienda,      

segundo Adán de la Gracia,

toda la naturaleza

también en él comprehendida  

en fee de cuya obediencia,      

refiriendo las palabras    

de la sacramental cena, 

el preste obra el sacramento   

que Él obró con la suprema     

delegada potestad

que Dios a Pedro le entrega     

y Pedro a sus sucesores

vicedioses de la tierra,   

para que comunicada     

a los obispos se extienda         

a sus sacerdotes, dando 

a cinco palabras fuerza  

tan superior que a sus manos  

baje Dios. ¡Oh!, aquí enmudezca      

otra vez sin que pronuncie      

que la consagración hecha       

es el levantar la Hostia   

levantar la cruz y en ella

pendiente de tres escarpias     

puesto Dios a la vergüenza;     

con la diferencia solo     

(si en Dios se da diferencia)     

que allí fue cruenta oblación    

y aquí oblación incruenta.       

Vuelva, pues, a enmudecer      

sin que ni aun a pensar vuelva 

que es la sangre que derraman 

sus rotas heridas venas  

la que alza el cáliz, corriendo  

en agua la sangre envuelta       

de su costado los siete   

sacramentos de su Iglesia;

que el partir después la Hostia 

es el dividirse aquella     

divina alma del humano 

cuerpo, siendo la pequeña       

partícula que da al cáliz 

significación perfecta     

de que la divinidad        

en el sepulcro se queda  

unida al cuerpo y unida  

al alma, quedando entera,

también va entera a romper    

de los infiernos las puertas;     

que volver las dos mitades       

a unirse en la Hostia postrera  

es volver a unirse cuerpo

y alma en la suma, en la excelsa       

resurrección suya, siendo        

el quitarse allí la hijuela 

que al cáliz cubre quitarse       

de su sepulcro la piedra;

con que el consumirle haciendo        

que a la vista desparezca         

es subirse al cielo donde

por siglos de siglos reina.        

Y pues no puedo atreverme     

yo a tan sagradas materias,     

baste decir que el hacer 

que el ministro el misal vuelva 

a su primero lugar,        

es decir que en la postrera      

edad la predicación       

volverá para que sea      

sólo un pastor y un rebaño      

el que todo el orbe tenga,       

el día que el evangelio   

último en que Juan empieza    

que en el principio era el verbo

y acaba en que el verbo sea     

carne, confesemos todos         

que hombre y Dios será el que venga 

en la última bendición   

a juzgarnos. De manera 

que continiendo la misa 

la ley que culpas confiesa,       

la que preceptos escribe,

la que méritos aumenta,

siendo el nombre de misal       

traducido de la hebrea   

frase «hacimiento de gracias»  

y de la latina lengua       

misa «enviada oblación»

del Hijo al Padre en ofrenda.   

El no oírla cada día        

no solamente es tibieza 

del perezoso, sino

descortesía grosera        

que se hace a Dios, pues de veinte    

y cuatro horas que le entrega  

de vida cada día, aún no

le sabe volver la media.