miércoles, 26 de junio de 2019

SEAMOS ALMAS FERVOROSAS Y EUCARÍSTICAS, AMEMOS Y HAGAMOS A AMAR A JESUS SACRAMENTADO. Homilía



Homilía. CORPUS CHRISTI 2019
Iglesia del Salvador
Queridos hermanos:
Al comienzo del Triduo Pascual, el Jueves Santo, la Iglesia conmemora la Institución de la Santísima Eucaristía. Nos introduce en el Misterio de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, de su entrega en oblación perfecta al Padre por la salvación del género humano. El tono trágico de la liturgia de ese día, con la amargura de la agonía en Getsemaní y la sombra de la traición de Judas, la Iglesia reprime el deseo de exaltar debidamente el Augusto Sacramento, y exhala silenciosa su adoración ante el Monumento.
HOC FACITE IN MEAM COMMEMORATIONEM… al instituir la Santa Misa, Nuestro Señor Jesucristo ordenó a los apóstoles perpetuar el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre a lo largo de los siglos. Por eso el sacrificio de la misa es actualización del mismo y único sacrificio del Calvario, que se renueva sobre el ara del altar cada vez que un sacerdote sube las gradas y actuando “in persona Christi” eleva al Padre la Hostia Pura, Inmaculada y Santa, bajo la acción del Espíritu Santo.
En la Santísima Eucaristía, admirable singo divino, permanece para siempre el memorial de la pasión de Jesús, de su entrega siempre actual, siempre nueva por nosotros. En la Eucaristía contemplamos el Corazón de Cristo que nunca, nunca se cansa de amar, y por tanto, de ofrecerse, de darse a cada uno de nosotros. Bajo las especies sacramentales del pan y del vino, se oculta Jesucristo el Hijo de Dios: el que se encarnó en el seno virginal de María Santísima, el que siendo recién nacido tuvo que padecer el trance de huir a Egipto con sus padres, el que fue bautizado por Juan en el Jordán, el que recorrió Palestina haciendo el bien, sanando a los enfermos, liberando a los poseídos por el diablo, enseñando incansablemente el Evangelio del Reino. El mismo Jesús que se transfiguró ante los apóstoles en el Tabor, que lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, que entró triunfante en la Ciudad Santa de Jerusalén, aceptó confiado las amarguras de la pasión, murió colgado del madero sobre el Gólgota y al tercer día resucitó. Es el mismo Jesús.
En la colecta de la Misa hemos pedido celebremos de tal manera estos “Sagrados Misterios que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de la Redención”.  Es decir, que nuestra participación en la Santa Misa ha de ser cada vez más activa, consciente y fructuosa. Estamos llamados a una vivencia íntima, ardiente, gozosa y vibrante de la Sagrada Liturgia, a que se de en nosotros un constante anhelo de asistir a la Santa Misa, con el fervor de los santos que eran incapaces de resistir si participar diariamente en ella, a suscitar en nosotros mismos el deseo de conocer cada vez más y más este Profundo Misterio de Amor que nos capacite para fomentar eficazmente entre los que nos rodean la búsqueda de Dios, de un Dios que se ha querido quedar con nosotros para siempre escondido en el Sacramento del Altar. Experimentar el fruto de la redención es gustar anticipadamente la dulzura y la alegría de ser felices para siempre junto a Dios. Nuestro Señor Jesucristo lo dice con claridad hoy en el Santo Evangelio: No sucederá como a nuestros padres, que comieron el maná, y murieron. Quien coma este pan, vivirá eternamente.
Al componer esta Santa Misa con buen criterio seleccionó Santo Tomás de Aquino los textos sagrados. Tiene pleno sentido el salmo 80 de donde se toma el introito de hoy, para recordarnos a Dios que nos alimentó con flor de harina y nos sació con miel de la Roca. Dios se ha querido quedar como alimento, “panis viatorum”, sustento de los caminantes, de todos aquellos que bajo el signo de la Cruz avanzamos hasta alcanzar la Patria celeste. Este alimento saludable, este manjar divino que Dios nos da de balde, hasta saciarnos, también exige de nosotros una disposición, una actitud, un estado interior. Jesús lo pondrá de manifiesto en la parábola del banquete de bodas, donde un comensal es expulsado por no presentarse  con la vestidura adecuada, la vestidura de la gracia y la inocencia bautismal, signo externo de la pureza interior del alma.
En este mismo sentido, amonesta el apóstol San Pablo a los Corintios invitándolos a examinarse seriamente antes de acercarse al banquete sagrado.
Queridos hermanos, no es una novedad que el hombre de nuestro tiempo atraviesa una profunda crisis de fe, de valores, de principios. Es víctima de un sistema ideológico que pervierte el sentido de la vida, reduciéndolo todo a un mero goce terrenal, anclado en el consumismo y el materialismo, y oscureciendo el destino eterno del hombre, que ha sido creado a imagen y semejanza de un Dios, que es origen y meta de todo lo que existe.
Pues, esta terrible crisis espiritual e identitaria se acentúa tristemente en el seno de la propia Iglesia: es escandalosamente público y notorio la desvergüenza en el proceder y el vestir en el lugar sagrado, incluso al acercarse a los santos sacramentos, por tanto, si somos descuidados en lo externo, que es lo más fácil de arreglar y disponer, ¿Qué podemos decir de lo interno? como estarán las almas, tan abandonadas de cuidados, de ejercicio de las virtudes, de propósitos de ser santos, alejados de vivir una vida marcada por el deseo de cumplir la voluntad de Dios manifestada en los mandamientos??
De nada sirve hacer una reflexión fatalista, una de las actitudes de las almas fervientemente eucarísticas es la de reparar, reparar a Jesucristo Sacramentado, por las propias ofensas y por las de tantos y tantos que, indiferentes, ofenden constantemente a Dios nuestro Señor. Los santos pastorcitos de Fátima, y la Hermana Lucía, aprendieron con el ángel a reparar postrados ante el Santísimo Sacramento en la visión de Loca do Cabeço, por los que no aman, no adoran, no esperan y no os aman.
La larga historia de la Iglesia deja patente como en los momentos de crisis, el Espíritu Santo que la asiste y defiende, nos ofrece la respuesta divina suscitando almas fieles y generosas que iluminadas por la luz sobrenatural se abandonan enteramente en el Divino servicio.
Fue el caso de Santa Juliana de Monte Cornillón, una monja de clausura, que en tiempos de controversias eucarísticas, de dudas de fe, se convirtió en la primera impulsora de la fiesta del Santísimo Sacramento. No solamente empleó toda su energía en introducir esta fiesta en el calendario litúrgico, sino que tuvo la osadía de vencer las múltiples dificultades y obstáculos que encontró en la jerarquía, con el ejemplo de su virtud y de su piedad.
Queridos hermanos, seamos almas fervorosas y eucarísticas, amemos y hagamos amar a Jesucristo Sacramentado. Participemos en la Santa Misa, comulguemos dignamente su sagrado Cuerpo, visitémoslo y adorémoslo oculto en el Sagrario, acompañémoslo en la procesión eucarística expresando nuestro deseo de seguir sus huellas, e imitémoslo dando nuestra vida como Él la dio, siendo Cuerpo entregado y Sangre derramada.