MEDITACIÓN PARA LA FIESTA DE SAN PEDRO
San Juan Bautista de la Salle
Nadie se maraville de que fuese san Pedro tan querido de Jesús, ni de que fuera constituido por Él cabeza de la Iglesia: su mucha fe le mereció tal honor, y ella le determinó a renunciarlo todo por seguir a Jesucristo y solidarizarse estrechísimamente con Él.
Es verdad, dice san Jerónimo, que san Pedro se desprendió de pocas cosas, si no se tiene en cuenta más que aquello que poseía; ya que sólo dejó una barca y algunas redes. Mas, si se piensa que al mismo tiempo renunció al deseo de poseer, dejó mucho, agrega el mismo Santo; pues se desposeyó de todo lo que en el siglo es de mayor estima, y lo más a propósito para atraer y ocupar el corazón del hombre.
La fe, de que vivía ya penetrado, es lo único que le movió a poner por obra acto tan liberal; pues, a los ojos del mundo, Jesucristo no pasaba de ser hombre humilde y, por entonces, carente de todo lustre; sólo la fe viva pudo, por tanto, determinar a san Pedro a dejarlo todo, por seguir a Aquel de quien nada podía esperar según todas las apariencias.
¿Habéis renunciado vosotros verdaderamente a todo, de corazón. y de afecto? ¿Os habéis acogido exclusivamente al amparo de Dios, y vivís del todo descuidados en su providencia? Haced este acto generoso, a imitación y con la ayuda de san Pedro.
La fe grande del santo Apóstol es lo que le impulsó a seguir sin descanso a Jesucristo; y, de los tres que le acompañaron en las principales circunstancias de su vida, él aparece nombrado siempre en primer lugar por el santo Evangelio. Fue también el primero de todos los Apóstoles que se llegó al sepulcro, en busca del cuerpo de su querido Maestro; lo que prueba el extraordinario cariño que le profesaba
Su fe brilló tan por encima de la que mostraron los demás Apóstoles que, a la pregunta de Jesús para conocer por ellos lo que los hombres decían de Él y, luego, lo que ellos mismos pensaban; san Pedro, ilustrado por luces inasequibles al espíritu humano, y que - según testimonio del mismo Jesucristo - sólo del Cielo podían venirle, exclamó: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (1); merced a lo cual le confió Jesucristo el cuidado de su Iglesia.
Tened por seguro que no contribuiréis al bien de la Iglesia en vuestro ministerio, sino en cuanto poseáis la plenitud de la fe, y os dejéis guiar por el espíritu de fe, que es el espíritu de vuestro estado, y el que os debe a todos animar.
Asimismo por efecto de su fe extraordinaria, el día de Pentecostés, tan pronto como todos los Apóstoles recibieron el Espíritu Santo, predicó san Pedro con tanta energía y vigor, que una muchedumbre incontable " de todas las naciones, presente en Jerusalén, y que le oía hablar en la propia lengua " (2), quedara tan sorprendida de cuanto les contaba, aunque en términos muy sencillos, que tres mil personas se convirtieron en seguida y abrazaron la fe de Jesucristo (3). Lo mismo hicieron otras cinco mil, pocos días más tarde (4).
La fe de san Pedro fue causa asimismo de que obra se milagros en tan crecido número; de que fuera tan eficaz su palabra, y de que su sombra misma curase a los enfermos (5).
¿Es tal vuestra fe que llegue a cautivar el corazón de los alumnos y a inspirarles el espíritu cristiano?
Ése es el mayor milagro que podéis obrar, y el que Dios os exige, por ser ése el fin de vuestro empleo.