lunes, 9 de octubre de 2017

VENITE AD ME OMNES, QUI LABORATIS ET ONERATI ESTIS, ET EGO REFICIAM VOS. Homilía de la fiesta del Padre Pío




VENITE AD ME OMNES, QUI LABORATIS ET ONERATI ESTIS, ET EGO REFICIAM VOS. Homilía de la fiesta del Padre Pío
Queridos hermanos en el Señor sed bienvenidos a esta celebración solemne que tributamos a Dios Nuestro Señor en la memoria litúrgica de San Pío de Pietrelcina.
La devoción al glorioso Padre Pío, nos acerca a Jesucristo en el misterio de la fe, la celebración del Santo Sacrificio de la Misa, la actualización de la obra de la redención.
El Padre Pío vivió durante toda su vida con gran intensidad la Santa Misa, ofreciéndose a sí mismo como hostia viva, santa, agradable a Dios. Así debemos, también nosotros en esta tarde, y cada vez que participamos en la Santa Misa, vivir con toda la profundidad, devoción, fervor, este gran misterio que es Fuente y Culmen de la vida de todo cristiano.
Vivir la santa misa supone adentrarnos en el ámbito sagrado, despojándonos, descalzándonos de todo afán de protagonismo, de soberbia, de toda pretensión de acaparar nosotros la atención con nuestra zafiedades y caprichos, para rendirnos con humildad al auténtico protagonista de la celebración que es siempre Dios nuestro Señor. Como nos decía el Apóstol San Pablo en la epístola “Dios nos libre de gloriarnos si no es en la cruz de Nuestro Señor Jesucristo”, pues, desde el árbol de la Cruz Él ilumina nuestro entendimiento y nuestra razón con su Palabra Divina, Él nos enseña a perseverar por el camino del bien, Él nos da a Su Madre Santísima como Madre nuestra para que sea escudo y refugio frente a las adversidades, Él nos propone el ejemplo de los santos para decirnos que es posible el seguimiento de Cristo, que es posible mantener la fidelidad al Señor, que es posible alcanzar, también nosotros, la Santidad.
El padre Pío es ante todo, un referente de Santidad para nosotros, porque a lo largo de su vida fue despojándose del hombre viejo a imagen de Adán, para identificarse plenamente con Cristo, en su entrega, en su sufrimiento, en su pasión por las almas, por la Iglesia. Fue creciendo poco a poco en las virtudes, hasta vivirlas en grado heroico. Correspondió con humildad y sencillez al don místico de los estigmas que lo configuró de forma particular con el misterio de Cristo Crucificado. Él, como el Maestro en su amarga pasión, también tuvo que padecer el escarnio, la injusticia, la incomprensión, pero la gracia divina lo hizo fuerte en esa lucha haciendo de él un gigante de la santidad, en nuestros tiempos.
En el santo evangelio, hemos oído la invitación de Jesús, Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y  yo os aliviaré. ¿Quién de nosotros no experimenta a menudo en la vida la carga de nuestras miserias y debilidades, el lastre de nuestra infidelidad ante el Señor que nos oprime? Nuestro Señor Jesucristo no se espanta de nosotros, no nos margina, no se retira cuando nos ve acercarnos cargados de pesar, al contrario, nos invita a desahogar en el nuestras penas e inquietudes, pues en nadie más que en Él vamos a encontrar el sosiego, el consuelo que necesitamos. Sólo él puede darnos el bálsamo sagrado que sane nuestras heridas. Pero ese bálsamo de la misericordia, no estamos llamados a encerrarlo egoístamente en nosotros, “sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso!!” que bien comprendió esto el padre Pío, convirtiendo su vida, especialmente su ministerio en un dispensador constante de la misericordia de Dios, sobre las almas, sobre los cuerpos.

En el Padre Pío estigmatizado, vemos el reflejo fiel de Aquel varón de dolores que profetizó Isaías. En verdad hizo suyas las palabras paulinas de la epístola a los gálatas “llevó en su cuerpo las marcas de Jesús”.
Toda su existencia fue una lucha constante, no contra enemigos terrenos, sino contra el espíritu del mal, contra las embestidas y ataques de Satanás, de los cuales se defendió con "la armadura de Dios", con "el escudo de la fe" y "la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios".
Su profunda unión con Jesucristo, especialmente en los misterios de su pasión y muerte, le hizo tener siempre ante sí la profundidad del drama humano; por eso se entregó a sí mismo y ofreció sus numerosos sufrimientos gastándose por el cuidado y el alivio de los enfermos, hallando en ellos un signo privilegiado de la misericordia de Dios, de su reino que viene, más aún, que ya está en el mundo, de la victoria del amor y de la vida sobre el pecado y la muerte. Como dijo de él el Papa Pablo VI: "Era un hombre de oración y de sufrimiento"
Nosotros, que nos decimos cristianos, y por tanto discípulos de Cristo, sabemos que la condición para seguir al Señor es cargar con la propia cruz. Aprendamos del padre Pío a seguir a Cristo con la cruz, a abrazarnos a la cruz en medio de las pruebas y sufrimientos, incluso cuando no entendamos nada, cuando el misterio del dolor ofusque nuestra razón y nos cueste encontrar la luz, que la lámpara de la fe que se prendió en nuestro Santo Bautismo ilumine nuestra senda en pos de Cristo. Pues a esto somos llamados en esta vida, a configurarnos con el Señor, como nuevas criaturas, sabiendo que en este mundo, que a menudo se convierte en un valle de lágrimas, estamos de paso, nuestra patria verdadera es el Cielo.
Que desde el Cielo al que ansiamos un día llegar, para ser felices junto a Dios para siempre, el Padre Pío derrame sus bendiciones sobre nosotros, nos enseñe el camino de la verdadera alegría y de la paz que pasa por la aceptar la cruz, y continúe intercediendo por nuestras necesidades y las de aquellos que se encomiendan a nosotros.