EL BAUTISMO Y LA FE
Dom Gueranger
Miércoles de la IV semana de Cuaresma
EL BAUTISMO. — La Iglesia de los primeros siglos designaba el Bautismo con el nombre de Iluminación; este sacramento en efecto confiere al hombre la fe sobrenatural mediante la cual se le infunde la luz divina. Por esta razón se leía hoy el relato de la curación del ciego de nacimiento, imagen del hombre iluminado por Jesucristo. Este tema se ve reproducido con frecuencia en las pinturas murales de las catacumbas y en los bajo relieves de los antiguos sarcófagos cristianos. Nosotros nacemos todos ciegos; Jesucristo por el misterio de su encarnación, figurada en este barro que representa nuestra carne, nos ha merecido el don de la vista; mas para gozar de él, tenemos que ir a la piscina del divino Enviado y lavarnos en el agua bautismal. Entonces Dios mismo nos iluminará y se disiparan las tinieblas de nuestra razón. La docilidad del ciego de nacimiento que cumplió tan cándidamente las órdenes del Salvador, es imagen de la de los Catecúmenos; escuchan dócilmente las enseñanzas de la Iglesia, porque también ellos quieren recobrar la vista. El ciego de nacimiento, curado, demuestra lo que obra en nosotros la gracia de Jesucristo mediante el Bautismo; mas, a fin de que la instrucción fuese completa, reaparece al fin del relato para darnos un modelo de la curación espiritual, herida por la ceguera del pecado.
LA FE. — El Salvador le pregunta como también a nosotros nos ha preguntado ante la piscina sagrada: ¿Crees en el Hijo de Dios? El ciego deseoso de creer, le responde al punto: ¿Quién es Señor para que yo crea en El? Así es la fe, que une la débil razón del hombre a la suprema sabiduría de Dios y nos otorga su verdad eterna. Apenas si Jesús ha manifestado su divinidad ante este hombre y ya se postra en tierra para adorarle: Ahora es verdaderamente cristiano. ¡Cuántas enseñanzas se encierran aquí para los Catecúmenos! Al mismo tiempo, este relato les revela y nos recuerda también a nosotros la maldad de los enemigos de Jesús. Pronto darán muerte al justo por excelencia; el derramamiento de su sangre nos merecerá la curación de la ceguera nativa, aumentada aún más por nuestros pecados personales. Alabemos pues, amemos y reconozcamos a nuestro médico divino; su unión con la naturaleza humana ha preparado el colirio que ha de curar nuestros ojos de su enfermedad y hacerlos capaces de contemplar por siempre los esplendores de la misma divinidad.