jueves, 9 de marzo de 2023

9 de marzo. SANTA FRANCISCA ROMANA, VIUDA

 

9 de marzo

Santa Francisca Romana, viuda.

Francisca, noble matrona romana, desde su infancia dio ejemplos de virtud; apartándose de los juegos infantiles y de las vanidades mundanas, hallaba gozo en la soledad y en la oración. A la edad de once años se propuso consagrar a Dios su virginidad y entrar en un monasterio; pero conformándose humildemente con la voluntad de sus padres, se desposó con Lorenzo de Poncianis, joven noble y rico. En cuanto pudo, siempre observó en el matrimonio una vida austera, aborreciendo los espectáculos, festines y otros divertimientos semejantes, y llevando vestidos de lana sencillos. Todo el tiempo que le dejaban libre los cuidados domésticos, lo dedicaba a la oración y al servicio del prójimo. Tenía gran celo en apartar a las matronas de las pompas del siglo y de la vanidad en el vestir. Por lo cual, instituyó en Roma, viviendo aún su marido, la Casa de las Oblatas, de la Congregación Monte Olívete, bajo la regla de San Benito. El destierro de su esposo, la pobreza y las desdichas de su casa, las aceptó resignadamente y dando gracias a Dios, repetía con el santo Job: “El Señor me lo ha dado, el Señor me lo ha quitado, bendito sea el nombre del Señor”.

Muerto su esposo, se dirigió presurosa a la Casa de las Oblatas con los pies desnudos y una cuerda atada al cuello, y postrándose, pidió con lágrimas que la admitieran en su compañía. Recibida en la comunidad, a pesar de ser ella la madre de todas, no se gloriaba de otro título que del de sirvienta, mujer vilísima y vaso de inmundicia. La opinión humilde que tenia de sí misma, la manifestaba de palabra y con el ejemplo. Con frecuencia volvía de una viña en las afueras de la ciudad, llevando sobre la cabeza un haz de sarmientos, o guiaba por las calles un asnillo cargado de leña. Socorría a los pobres, y les hacía copiosas limosnas. Cuando visitaba a los enfermos de los hospitales, los fortalecía con alimentos corporales y con saludables amonestaciones. Sujetaba su cuerpo con vigilias, ayunos, cilicios, un cinturón de hierro y frecuentes disciplinas. Comía una vez al día; se alimentaba con hierbas, legumbres y agua. Pero, a veces, moderó las mortificaciones corporales por obediencia a su confesor, que se lo mandaba.

Contemplaba los misterios divinos, especialmente la pasión de nuestro Señor Jesucristo, con tal fervor y abundancia de lágrimas, que parecía a punto de morir por la magnitud del dolor. Cuando oraba después de haber recibido el sacramento de la Eucaristía, elevado su espíritu a Dios y arrobado en celestial contemplación, permanecía inmóvil. Por eso, el enemigo del linaje humano intentó con todas sus fuerzas apartarla de este género de vida. Ella no le temía, y burló siempre sus artificios. Obtuvo sobre él una gloriosa victoria, gracias al auxilio de su Ángel custodio, con el cual conversaba familiarmente. Se distinguió por el don de curaciones y el de profecía, por el que anunciaba cosas futuras y penetraba los secretos de los corazones. Más de una vez, mientras pensaba en las cosas de Dios, anduvo sin mojarse en medio del agua o bajo la lluvia. Por sus preces, el Señor multiplicó unos pequeños pedazos de pan, que siendo apenas suficientes para alimentar a tres religiosas, bastaron para quince, y sobró tanta cantidad que con ella se pudo llenar un cesto. A estas mismas religiosas, que en enero recogían leña en las afueras de Roma, les proporcionó, para apagar su sed, abundantes uvas, que brotaron de las vides que pendían de un árbol. Ilustre por sus méritos y milagros, voló al cielo a los 56 años. El Papa Paulo V la inscribió en el número de los santos.

Oremos.
Oh Dios, que entre los demás dones de tu gracia concediste a la bienaventurada Francisca, tu sierva, un trato familiar con el Ángel; te suplicamos que por su intercesión, merezcamos obtener la compañía de los Ángeles. Por Jesucristo nuestro SeñorR. Amén.