JESÚS EN EL POZO DE JACOB.
Dom Gueranger
Viernes de la III semana de Cuaresma
JESÚS EN EL POZO DE JACOB. — El relato evangélico cuenta que el hijo de Dios viene personalmente a continuar el misterio de Moisés, como lo demuestra la revelación que hizo a la Samaritana, representante de la gentilidad, del misterio del agua que da la vida eterna; también hoy encontramos este tema plasmado en las pinturas murales de las catacumbas y los bajorrelieves de los sarcófagos cristianos de los siglos IV y V. Meditemos pues esta historia, donde todo nos habla de la misericordia del Redentor. Jesús se siente cansado del camino que acaba de recorrer; El, el Hijo de Dios, quien creó el mundo con una sola palabra, se ha fatigado buscando a sus ovejas. Consideradle obligado a sentarse para aliviar sus fatigados miembros; y lo hace junto al brocal de un pozo, próximo a una fuente. Encuentra a una mujer que sólo conoce el agua material. Jesús quiere darla a conocer un agua mucho más preciosa. Comienza por comunicarla la fatiga que le abruma, la sed que le devora. Dame de beber, le dice; pocos días después dirá en Cruz; tengo sed. Para llegar a comprender bien la gracia del Redentor hay que haberle conocido primero en sus enfermedades y sufrimientos.
EL AGUA VIVA. — Poco después ya no es Jesús quien pide agua; él mismo la ofrece y un agua que quita sed para siempre, un agua con que apagaremos nuestra sed, incluso en la otra vida. La mujer desea beber esta agua; desconoce todavía quien es el que le habla y ya da crédito a sus palabras. Esta idólatra demuestra más fe que los mismos judíos; no obstante sabe que quien la dirige la palabra pertenece a una nación que la desprecia. La acogida que hace al Salvador la merece nuevas gracias. Comienza por experimentarlo. Vete, le dice, llama a tu marido y vuelve aquí. Esta infeliz no tenía un marido legítimo; Jesús quiere que lo diga ella misma. No anda con rodeos; y el haberle revelado su falta vergonzosa es motivo de que le reconozca por un profeta. Su humildad será recompensada y saciará su sed de las fuentes de agua viva. De igual modo se sometió el pueblo gentil a la predicación de los apóstoles que venían a revelar a estos hombres despreciados, la gravedad del mal y la santidad de Dios; y lejos de rechazarlos les encontraban dóciles, dispuestos para todo. La fe de Jesucristo necesitaba mártires; los hubo en masa en las primeras generaciones arrebatadas al paganismo y a todos sus desórdenes. Jesús, viendo esta sencillez en la Samaritana, piensa compadecido que ha llegado el tiempo de revelársele. Notifica a esta pobre pecadora que ha llegado el momento en que los hombres adorarán a Dios en toda la tierra; que ha venido el Mesías y que él mismo es el Mesías. Así es de delicada la divina condescendencia del Salvador con un alma dócil; se le manifiesta totalmente. Entre tanto llegan los Apóstoles; pero tienen muy metido todavía el nacionalismo israelita para comprender la misericordia que ha tenido su Maestro con esta samaritana; no obstante está muy próxima la hora en que ellos mismos dirán con San Pablo: “No hay ya judío o griego, no hay siervo o libre, no hay varón o mujer porque todos sois uno solo en Cristo Jesús'”.
APÓSTOL Y MÁRTIR. — Entre tanto la mujer de Samaría impulsada por un fuego celestial se convierte ella misma en apóstol. Deja su cántaro junto al brocal del pozo; a sus ojos el agua material no tiene ningún valor, una vez que el Salvador la ha dado a beber su agua viva; vuelve a la ciudad y ahora es para predicar a Jesucristo, para llevar a sus pies, si pudiera, a todos los habitantes de Samaría. Humildemente, prueba la grandeza de su profeta con la revelación que la acaba de hacer de los desórdenes en que ha vivido hasta hoy. Estos paganos despreciados, que causaban horror a los judíos, corren al pozo en donde se halla Jesús conversando con sus discípulos de la mies próxima; honran en él al Mesías, al Salvador del mundo; y Jesús se complace en quedarse dos días en esta ciudad, en que reinaba la idolatría mezclada con algunos restos de las observancias judaicas. La tradición cristiana ha conservado el nombre de esta mujer, que después de los reyes magos es una de las primicias del nuevo pueblo; se llamaba Fotina y dio su sangre por aquel que se le había dado a conocer junto al brocal del pozo de Jacob. La Iglesia honra cada año su memoria en el Martirologio romano el 20 de marzo.