MARIA MAGDALENA, SU ARREPENTIMIENTO
Dom Gueranger
Jueves de Pasión
MARÍA MAGDALENA. — A las sombrías ideas que sugiere el espectáculo de la reprobación del pueblo deicida, la Iglesia se apresura a proponer ante nuestra vista pensamientos consoladores que debe producir en nuestras almas la historia de la pecadora del Evangelio. Este rasgo de la vida del Salvador no se refiere al tiempo de Pasión. Pero los días en que nos hallamos: ¿No son días de misericordia, y no nos conviene glorificar en ellos la mansedumbre y ternura del corazón de nuestro Redentor, que se prepara, a obtener el perdón, a número tan grande de pecadores sobre la tierra? Por otra parte, ¿no es Magdalena la compañera inseparable de su maestro crucificado? Pronto la contemplaremos al pie de la Cruz; estudiemos este modelo de amor, fiel hasta la muerte; y para esto consideremos su punto de partida.
SU ARREPENTIMIENTO. — Magdalena había llevado una vida pecadora; siete demonios, nos dice en otro lugar el Evangelio, habían fijado en ella su domicilio. Ha bastado a esta mujer, ver y oír al Señor, en seguida se ha apoderado de ella el horror al pecado, un santo horror inunda su corazón, no ambiciona más que un deseo, el de reparar su vida pasada. Ha pecado en público; necesita una retractación pública de sus extravíos, vivió en el lujo: en adelante sus perfumes serán para su Libertador; con su cabellera, de la que se mostraba tan orgullosa, le enjugará sus pies; en su rostro no aparecerán más las sonrisas libres; sus ojos, seductores de almas, están anegados de lágrimas. Por el movimiento del espíritu divino que la anima, parte para contemplar otra vez a Jesús, Se encuentra este en casa del fariseo, celebrando un festín, va pues ella a ser causa de sonrisas maliciosas y cuchicheos. ¿Qué importa? avanza con su precioso vaso y en breves momentos cae ante los pies del Salvador. Allí se sitúa, allí derrama su corazón y sus lágrimas. ¿Quién será capaz de describir los pensamientos que embargan a aquella alma? El mismo Jesús nos los manifestará a su tiempo con una sola palabra. Con claridad se ve al considerar sus lloros su conmoción, en el empleo de sus perfumes y cabellera su gran agradecimiento, y en su predilección de su Salvador su gran humildad.
EL PERDÓN. — El fariseo se escandaliza. Por el movimiento de orgullo judaico que pronto crucificará al Mesías, toma de aquí ocasión para dudar de la misión de Jesús. “Si este fuera el Profeta, decía, conocería ciertamente quién es la mujer que le toca.” Si tuviera el espíritu de Dios sabría por esta condescendencia hacia la creatura arrepentida que éste es el Salvador prometido. Aún con su reputación de virtud, “¡cuán por debajo queda de esta mujer pecadora!” Jesús se toma la molestia, de dárselo a entender, formando el paralelo de Magdalena y de Simón el fariseo, y en este paralelo la victoria se decidió por Magdalena. ¿Cuál es la causa, que ha trasformado así a la pecadora, de tal suerte que le merezca no sólo el perdón sino también los elogios de Jesús? Su amor; “amó a su Redentor; le amó mucho” y perdón que ha recibido, está en relación con este amor. Hace unos instantes su único amor era el mundo y la vida sensual; el arrepentimiento ha creado en ella un nuevo ser: su única búsqueda, su única mirada, su único amor, es Jesús. En lo sucesivo sigue sus pasos, quiere remediar sus necesidades, quiere sobre todo verle y escucharle; y en el momento de la prueba, cuando los apóstoles hayan huido, ella permanecerá, allí, al pie de la Cruz para recibir el último suspiro de aquel a quien su alma debía la vida. “Qué ejemplo de esperanza para el pecador.” Lo acaba de decir Jesús: “Al que más ama, más se le perdona.” Pecadores pensad en vuestros pecados; mas sobre todo pensad en acrecentar vuestro amor: Que se halle en relación con la gracia del perdón que vais a recibir, y “vuestros pecados os serán perdonados”.