domingo, 19 de marzo de 2023

18 de marzo. SAN CIRILO DE JERUSALÉN, OBISPO, CONFESOR Y DOCTOR DE LA IGLESIA

18 de marzo. San Cirilio, obispo de Jerusalén, confesor y doctor de la Iglesia

Cirilo de Jerusalén se dedicó desde niño al estudio de las divinas letras; tanto aprovechó en las mismas, que llegó a ser el invicto defensor de la fe ortodoxa. Lleno de amor a las instituciones monásticas, resolvió guardar perpetua continencia y observar el género de vida más austero. Tras haber sido ordenado presbítero por San Máximo, obispo de Jerusalén, desempeñó el cargo de predicar la divina palabra a los fieles y de instruir a los catecúmenos; compuso admirables catequesis, en las cuales, compendiando toda la doctrina eclesiástica clara y copiosamente, estableció sólidamente y defendió cada uno de los dogmas de la fe contra sus adversarios. Trató de las verdades de la fe con tal profundidad y claridad, que no sólo pulverizó las herejías aparecidas en su tiempo, sino las que vinieron luego, como si las hubiese previsto; demostrando, por ejemplo, la presencia real del cuerpo y la sangre de Jesucristo en el admirable sacramento de la Eucaristía. Muerto San Máximo, le sucedió, nominado por los obispos de la provincia.

Durante su episcopado, como S. Atanasio, contemporáneo suyo, sufrió muchas injusticias por causa de la fe, de parte de las facciones arrianas. Estas facciones, no soportando la decisión con que Cirilo se oponía a las herejías, le calumniaron; lo depusieron en un conciliábulo, y le arrojaron de su sede. Huyendo del furor de sus enemigos, se refugió en Tarso de Cilicia, y tuvo que sufrir el destierro mientras vivió Constancio. Muerto Constancio, y elevado Juliano el Apóstata a la dignidad imperial, volvió a Jerusalén, y dedicó todas sus fuerzas a apartar a su rebaño de los errores y vicios. Pero bajo el emperador Valente se tuvo que expatriar hasta que la Iglesia gozó de paz bajo Teodosio el Grande; reprimida la crueldad y audacia de los arrianos, el emperador le recibió con honores como fortísimo atleta de Cristo, restituyéndole a su sede. Prueba la diligente santidad con que cumplió con su ministerio, el florecimiento de la Iglesia de Jerusalén en aquella época, del cual trata San Basilio, conociéndolo porque visitó los santos lugares, y permaneció en ellos algún tiempo.

Según la tradición, la santidad de este venerable prelado fue ilustrada por Dios con señales celestiales. Entre éstas se cuenta la aparición de una cruz rodeada de rayos más resplandecientes que el sol, la cual señaló los comienzos de su episcopado. Fueron testigos oculares del prodigio, los gentiles y los cristianos y el mismo Cirilo, el cual, tras dar gracias a Dios en la iglesia, refirió el hecho al emperador Constantino. No menos digno de admiración es lo que sucedió a los Judíos resueltos a reedificar, por orden de Juliano, el templo de Jerusalén que Tito había destruido. Sucedió un terremoto, y salieron de la tierra grandes llamas, consumiendo todas las obras realizadas, y espantados los Judíos y Juliano, desistieron de su empresa, como lo había ya predicho el propio Cirilo. El Santo, poco antes de morir, tomó parte en el concilio ecuménico de Constantinopla, en el cual fue condenado Macedonio y la herejía arriana fue anatematizada nuevamente. Después, de vuelta a Jerusalén, siendo casi septuagenario, en el año 35 de su episcopado, murió santamente. El papa León XIII mandó que su Oficio y Misa fueran celebrados por toda la Iglesia.

 

Oremos.

Te suplicamos, omnipotente Dios, nos concedas por la intercesión del bienaventurado Cirilo, Pontífice, que de tal manera te conozcamos a ti y al que enviaste, Jesucristo, que merezcamos ser contados entre las ovejas que oyen su voz. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. R. Amén.

 

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