EL TEMOR DEL ENDURECIMIENTO
Dom Gueranger
Lunes de Pasión
EL TEMOR DEL ENDURECIMIENTO. — Los enemigos del Salvador no sólo han pensado lanzarle piedras; hoy quieren quitarle la libertad, y envían esbirros para prenderle. En esta ocasión Jesús no juzga oportuna la huida; ¡pero qué terribles palabras les dirige!: “Voy al que me envió; vosotros me buscaréis pero no me encontraréis.” El pecador que durante mucho tiempo ha abusado de la gracia, en castigo a su ingratitud y desprecios, tal vez no pueda encontrar a este Salvador con quien ha querido romper. Antíoco, humillado por la mano de Dios, oró y no fué oído. Después de la muerte y resurrección de Jesús, mientras la Iglesia extendía sus raíces por el mundo, los judíos, que crucificaron al Justo, buscaban al Mesías en cada uno de los impostores que se levantaban entonces en Judea, y causaron tumultos que llevaría la ruina de Jerusalén. Cercado por todas las partes por la espada de los romanos y por las llamas del incendio que devoraba el templo y los palacios, clamaban al cielo, y suplicaban al Dios de sus padres que enviase, según su promesa, al Salvador esperado; ni se les ocurrió que este libertador se había manifestado a sus padres, aun a algunos de ellos, que le habían matado, y que los apóstoles habían ya llevado su. nombre hasta los confines de la tierra. Esperaron aún hasta el momento en que la ciudad deicida se derrumbó sobre los que no habían inmolado la espada del vencedor; los supervivientes fueron arrastrados a Roma para adornar el triunfo de Tito. Si se les hubiese preguntado que es lo que esperaban, habrían respondido que al Mesías. Vana esperanza: el tiempo había pasado. Temamos que la amenaza del Salvador se cumpla en muchos de los que dejarán pasar esta Pascua sin volver a la misericordia de Dios; roguemos y pidamos que no caigan en las manos de una justicia, cuyo arrepentimiento demasiado tardío e imperfecto no doblegará.
EL AGUA VIVA. — Pensamientos más consoladores nos sugiere el relato del Evangelio. Almas fieles, almas penitentes, escuchad; Jesús habla para vosotras: “si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”. Recordad la oración de la infeliz samaritana: “Señor dame siempre de esta agua.” Esta agua es la gracia divina; abrevaos de las aguas de las fuentes del Salvador que había anunciado el profeta. Esta agua da la pureza al alma manchada, fortaleza al alma lánguida, amor al que se siente tibio. Mas aun, el Salvador añade: “el que cree en mí, se convertirá él mismo en fuente de aguas vivas”; porque el Espíritu Santo vendrá sobre él y entonces el fiel derramará sobre los demás la gracia que ha recibido en abundancia. ¡Con qué gozo tan santo oía leer el catecúmeno estas palabras que le prometían que su sed sería por fin apagada en la divina fuente! El Salvador ha querido serlo todo para el hombre regenerado: luz que disipa sus tinieblas, pan que le alimenta, viña que le da su uva, en fin agua corriente que refresca sus ardores.