6 de marzo
Santas Perpetua y Felicidad, mártires.
Perpetua y Felicidad fueron detenidas en África en la persecución del emperador Severo, junto con Revocato, Saturnino y Secúndolo, y encerradas en una oscura cárcel; después se les juntó Sátiro. Eran catecúmenas, y poco después fueron bautizadas. A los pocos días las llevaron al foro con sus compañeros, y tras haber confesado gloriosamente la fe, el procurador Hilarión las condenó a las fieras. Descendieron gozosas a la cárcel, en donde diversas visiones robustecieron su valor para recibir la palma del martirio. A Perpetua no pudieron apartarla de la fe de Cristo ni las repetidas súplicas y las lágrimas de su anciano padre, ni el amor maternal hacia su hijito que pendía de sus pechos, ni la atrocidad del suplicio.
Ya cerca del día del espectáculo, Felicidad sentía una gran aflicción porque estaba en el octavo mes de embarazo y temía que difiriera el martirio, ya que las leyes prohibían que fuesen ejecutadas las mujeres que estaban encintas. Se anticipó el parto por las preces de sus otros compañeros, dando a luz una hija; como de los dolores del parto se quejara, le dijo un guardián: “Si así te quejas, ¿qué harás cuando te veas arrojada a las fieras?”; contestándole ella: “Ahora padezco yo, mas durante el martirio habrá en mí otro que sufrirá por mí, supuesto que yo también padeceré por Él”.
Por fin, las generosas mujeres fueron presentadas en el anfiteatro a la vista del pueblo el día 5 de marzo. En primer lugar las azotaron; luego, maltratadas por una vaca ferocísima, las cubrió de heridas y las pisoteó. Por último, rematadas por la espada, dieron su vida por Cristo, juntamente con sus compañeros, que fueron atormentados por diversas fieras. El Papa S. Pío X elevó la fiesta de estas mártires al rito doble para toda la Iglesia, y mandó celebrarla el día 6 de marzo.
Oremos.
Te rogamos nos concedas, Señor Dios nuestro, que veneremos con
constante devoción los triunfos de tus santas mártires Perpetua y Felicidad,
para que a las que no podemos honrar dignamente, rindamos frecuentemente
humildes obsequios.
Por Jesucristo nuestro Señor. R. Amén.