domingo, 8 de enero de 2023

9 de enero. LA MANSIÓN DE JESÚS EN EGIPTO. San Alfonso María de Ligorio

9 de enero

DE LA MANSIÓN DE JESÚS EN EGIPTO

 

ORACIONES PARA COMENZAR TODOS LOS DÍAS:

 

+Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos, Señor, Dios nuestro. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

Dispongámonos a hacer este momento de oración, elevando a Dios nuestro pensamiento y nuestro corazón; y digamos: 

                        

Oración para todos los días

Benignísimo Dios de infinita caridad, que nos has amado tanto y que nos diste en tu Hijo la mejor prenda de tu amor, para que hecho hombre en las entrañas de una virgen naciese en un pesebre para nuestra salud y remedio. Yo en nombre de todos los mortales te doy infinitas gracias por tan soberano beneficio.

En retorno de él te ofrezco la pobreza, humildad y demás virtudes de tu hijo humanado, y te suplico por sus divinos méritos, por las incomodidades en que nació y por las tiernas lágrimas que derramó en el pesebre, que dispongas nuestros corazones con humildad profunda, con amor encendido y con tal desprecio de todo lo terreno, que Jesús recién nacido, tenga en ellos su cuna y more eternamente. Amén. 

Se reza tres veces Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo

 

Gloria al Padre

y al Hijo

y al Espíritu Santo.

Como era en el principio,

ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

***

9 de enero

DE LA MANSIÓN DE JESÚS EN EGIPTO

 

Eligió Jesús la mansión de Egipto en la niñez por hacer una vida más dura y despreciada. Según san Anselmo y otros escritores, habitó la sagrada familia en Heliópolis.

Vamos contemplando con san Buenaventura la vida que llevó Jesús en Egipto por el tiempo que allí estuvo. La casa era muy pobre, porque era muy escaso el alquiler que podía pagar san José. Pobre es la cama, pobre es la comida, pobre es, en suma, su vida, mientras apenas allegan para el sustento diario con los trabajos de sus manos, viviendo, además, en un país donde son desconocidos, sin parientes, sin amigos y despreciados.

Vive, sí, en gran pobreza esta familia, pero ¡oh, cuán bien ordenadas se hallan las ocupaciones de estos tres habitantes! El santo Niño no pronuncia palabra alguna, pero habla con el corazón palabra continuamente, ofreciendo a su Padre celestial todos los padecimientos y momentos de su vida por nuestra salvación. María tampoco habla, pero a vista de aquel precioso Infante contempla el divino amor y la gracia que le ha hecho de haberle elegido por Madre suya.

José trabaja en silencio y, a vista del Divino Niño, arde en afectos dándole gracias de haberle elegido por compañero y custodio de su vida. En esta casa María quita la leche a Jesús, antes lo alimentaba con el pecho, ahora lo alimenta con la mano. Lo tiene en su regazo, toma de la horterilla un poco de pan deshecho con agua y, después, lo lleva a la sagrada boca del Hijo.

En esta casa prepara María el primer vestidillo al Niño y, llegado el tiempo, deja las fajas y comienza a ponérselo. En la misma casa comienza Jesús a andar y hablar.

¡Ah! Adoremos aquellos primeros pasos que dio el Verbo encarnado y las primares palabras de vida eterna que profirió. ¡Oh, pasos! ¡Oh, palabras balbucientes! ¡Ah, pequeños servicios de Jesús! ¡cuánto herís e inflamáis los corazones de los que os aman y os consideran! ¡Un Dios andar temblando y cayendo! ¡Un Dios balbuciendo! ¡Un Dios hecho débil que no puede emplearse en otro, que, en haciendas de la casa, que no puede levantar un palo, si su peso es superior a las fuerzas de un niño! ¡Ah, fe santa, ilumínanos para amar a este buen Señor que por amor nuestro se ha reducido a tantas miserias! Dícese que, al entrar Jesús en Egipto, cayeron todos los ídolos de aquellas regiones. Roguemos, pues, a Dios que nos haga amar de corazón a Jesús, porque, en aquella alma donde entra el amor al mismo, caen todos los ídolos de los afectos terrenos.

 

AFECTOS Y SÚPLICAS

¡Oh, santo Niño! que os estáis en ese país de bárbaros, pobre, desconocido y despreciado, yo os reconozco por mi Dios y Salvador y os doy gracias de todas las humillaciones y padecimientos que sufristeis en Egipto por mi amor.

Con aquella vida me enseñasteis a vivir como peregrino en esta tierra, dándome a entender que no es esta mi patria, sí el paraíso que Vos vinisteis a adquirirme con vuestra muerte.

¡Ah, Jesús mío, yo os he sido ingrato porque he pensado poco en lo que habéis hecho y padecido por mí! Cuando yo pienso que Vos, Hijo de Dios, habéis llevado una vida tan atribulada, pobre y descuidada, ¿cómo es posible que vaya buscando holguras y bienes de la tierra?

Ea, pues, Redentor mío, hacedme vuestro compañero, admitidme a vivir unido siempre con Vos en este mundo, para que, después, vaya a amaros en el cielo hecho vuestro compañero eterno.

Dadme luz, aumentad mi fe. ¿Para qué riquezas? ¿Para qué placeres? ¿Para qué dignidades? ¿Para qué honores? Todo es vanidad y locura. La única riqueza, el único bien, es poseeros a Vos, bien infinito. ¡Dichoso quien os ama! Yo os amo, pues, Jesús mío y no busco a otro que a Vos.

Me queréis y yo os quiero también. Si tuviera mil reinos, todos los renunciaría por las vanidades y placeres de este mundo, ahora los detesto y me duelo de ello. Mi amado Salvador, de hoy en adelante Vos habéis de ser mi único contento, el único amor, mi único tesoro.

María Santísima, rogad a Jesús por mí; rogadle que sólo me haga rico de su santo amor y nada deseo.

 

PARA FINALIZAR TODOS LOS DÍAS

 

Concluyamos nuestra oración implorando la intercesión de la santísima Virgen María y del Glorioso Patriarca san José:

 

Oración a la Santísima Virgen

Soberana María que por tus grandes virtudes y especialmente por tu humildad, mereciste que todo un Dios te escogiera para madre suya. Te suplico que tú misma prepares y dispongas mi alma para celebrar el nacimiento de tu adorable Hijo.

¡Oh dulcísima Madre!, concédenos recibir a tu Hijo con tu pureza, humildad y devoción, tu profundo recogimiento y divina ternura para que seamos un día dignos de verle, amarle y adorarle por toda la eternidad. Amén.

 

Oración a San José

Oh Santísimo San José, esposo de María y padre putativo de Jesús, infinitas gracias doy a Dios porque te escogió para tan altos ministerios y te adornó con todos los dones proporcionados a tan excelente grandeza. Por el amor que le tuviste al Divino Niño, te ruego la gracia de abrasarme en fervorosos deseos de verle y recibirle sacramentalmente hasta que lo vea y goce en el cielo. Amén. 

 

***

Sagrado Corazón de Jesús, en vos confío.

Inmaculado Corazón de María, sed la salvación mía.

Glorioso Patriarca san José, ruega por nosotros.

Santos Ángeles Custodios, rogad por nosotros.

Santos Patriarcas, Profetas y justos que aguardasteis la llegada del Mesías, rogad por nosotros.

Todos los santos y santas de Dios, rogad por nosotros.

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¡Querido hermano, si te ha gustado esta meditación, compártelo con tus familiares y amigos.

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Ave María Purísima, sin pecado concebida.