San José Artesano. Homilía
1 de mayo de 2020
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Jesucristo
es la luz del mundo. El mismo lo dice de sí mismo: Yo soy la luz de mundo. Su
luz ilumina al mundo entero por medio del Evangelio, la predicación, la verdad.
El
anuncio del Evangelio siempre es un acto de iluminación para nuestra propia
vida, para toda nuestra realidad. En la Iglesia primitiva se llamaba al
Bautismo así: “este baño es llamado
iluminación porque quienes reciben esta enseñanza (catequética) su espíritu es
iluminado" (San Justino, Apología 1,61). Habiendo recibido en el Bautismo
al Verbo, "la luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), el
bautizado, "tras haber sido iluminado" (Hb 10,32), se convierte en
"hijo de la luz" (1 Ts 5,5), y en "luz" él mismo (Ef 5,8).
Esta
luz del Evangelio es la luz que viniendo a las tinieblas, fue rechazada, siendo
pospuesta a la oscuridad y a las tinieblas. Allí donde hay error y pecado, no
puede haber luz.
La
luz de Cristo, que emana del misterio de su Resurrección, erradica la muerte,
el error y el pecado, como el sol al amanecer, disipa las tinieblas, la noche y
la oscuridad.
El
Evangelio ha traído a todos los pueblos la luz de Cristo. El Evangelio los ha
hecho pasar de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad, de la ignorancia
al conocimiento de la Verdades más sublimes, el Evangelio ha traído la misma
vida de Dios a las nuestras.
Fijaos:
el Evangelio ha sido un camino de humanidad, de verdadero humanismo, porque en
Jesucristo aprendemos a ser hombres y mujeres de verdad según el querer de
Dios. Pueblos bárbaros y salvajes, con costumbres más propias de animales y
bestias, han sido iluminados con la luz de la verdad y han encontrado el
verdadero camino de desarrollo y crecimiento.
¿Cómo
sería el mundo sin el Evangelio? ¿Cómo serían nuestras costumbres, nuestra
forma de vida, sin la luz de la verdad?
Da miedo pensarlo… Ahora que nuevamente los hombres prefieren las tinieblas a
la luz, estamos viendo por dónde se encaminan: aborto, eutanasia… etc… cultura
de muerte y destrucción.
La
Evangelización es la tarea constante de la Iglesia de anunciar y mostrar al
mundo la luz de Cristo. Y esto es lo que quiso hacer S.S. Pio XII al instituir
esta fiesta de san José Artesano. Pio XII, quiso imitar a los grandes Pontífices de la antigüedad, que
impulsaron la evangelización de los pueblos de Europa y del mundo entero. La
máxima evangelizadora era erradicar lo que no se podía salvar, y salvar aquello
que se podía redimir. Todos los elementos propios de esos pueblos que sean
contrarios e incompatibles con la fe cristiana, habrá que erradicarlos;
aquellos otros elementos, que puedan ser iluminados desde la fe, redimidos y
purificados, han de ser utilizadlos como fuente de evangelización.
Ninguno
de nosotros ignora el origen de esta fiesta civil del 1 de mayo, día
internacional del trabajador o del trabajo.
Ninguno
de nosotros ignora el origen filosófico e ideológico que está detrás de esta efeméride:
la filosofía marxista y la ideología política del comunismo.
Marxismo
y comunismo cuyo primer principio –ni es filosófico ni político- sino
teológico: Dios no existe. Dios no existe, así que todo cuanto existe es
material, y somos nosotros lo que hemos de construir nuestro mundo. Como nuevos
constructores de Babel, quisieron escalar al cielo, sin contar con el que vive
en lo alto de los cielos.
Marxismo
y comunismo que con un lenguaje cautivador hablan de igualdad, de justicia, de
dignidad, de derechos… y muchos caen embobados por este canto de sirena.
Marxismo
y comunismo cuyos efectos destructores se han conocido, se siguen viendo hoy en
día –ante el silencio de la comunidad internacional- y que tristemente estamos
experimentado en nuestra propia Patria con la pérdida de las libertades
individuales.
Y,
¿cómo podía la Iglesia cristianizar, iluminar este día del 1 de mayo? ¿A quién podía
recurrir? ¿Cómo poder hacer llegar a las masas de los trabajadores la verdad
del Evangelio sobre la dignidad humana y el valor del trabajo? ¿A quién podía
presentar como modelo de laboriosidad, responsabilidad, deber cumplido, vida
cristiana?
Pues
ni más ni menos que al grandioso Patriarca San José, esposo de la Virgen, padre
adoptivo del Salvador. El grandioso Patriarca san José a quien los Evangelios
describen con una sola palabra, pero que con ella se dice todo: José, varón
justo. Porque Justo es aquel –dice Benedicto XVI- cuya vida está ajustada a
Dios, a su Palabra, a sus mandamientos.
San
José es el modelo de trabajador, por sus virtudes ejemplares y del todo
heroicas. En san José aprendemos la obligación del trabajo, el hacer
fructificar los talentos y la expiación redentora de nuestro esfuerzo unido a
Jesucristo.
Pero
la fiesta de San José es la fiesta de todos, es nuestro padre, nuestro patrono.
Dios quiso darle lo más grande su Hijo y la Virgen Santísima para su custodia,
y ahora en el cielo, la custodia sobre la familia de los hijos de Dios, la Iglesia.
Parafraseando
a san Luis María Griñon de Montfort, podemos decir que san José no es
suficientemente conocido, amado, reverenciado.
Seamos
devotos de san José, acudamos a su poderosa intercesión –como Santa Teresa que
dice no haberle pedido algo, sin que le fuese concedido.
Pidamos
por estos momentos tan difíciles para la humanidad que estamos viendo. A él,
que es abogado de la buena muerte, por los difuntos y moribundos. A él, que es
consuelo de los enfermos, por todos los que padecen la enfermedad. A él, modelo
de cuidador, por todos los que han de cuidar y proteger. A él, que es patrono
de la Iglesia Universal, pidamos por nuestros pastores para que gobiernen con
acierto la grey de Jesucristo. A él, que ha sido puesto como administrador de
la casa de Dios, pidámosle por nuestros políticos para que sirvan al bien común
y no a sus intereses. A él, que es modelo de padre, pidamos por todas las familias,
por aquellas que pasan más necesidad. A él, que es modelo de trabajador, pidámosle
por todos aquellos que se han quedado sin sus trabajos, pidámosle por todos
aquellos que han de trabajar arriesgando su propia salud. A él, pidámosle por
nosotros y nuestras intenciones y sobre todo, pidámosle la gracia de imitarle
en su amor a Jesucristo y a la Virgen María.