lunes, 4 de mayo de 2020

EL CÁNTICO A NUESTRO BUEN PASTOR. Homilía


26 de abril de 2020
II domingo de Pascua / Domingo del Buen Pastor
Forma Extraordinaria del Rito Romano

En la noche del primer día de la semana, Nuestro Señor Jesucristo resucitó. Nadie fue testigo de tan gran prodigio. Solamente aquella noche dichosa, en su oscuridad y silencio fue testigo de tan gran misterio.
En el amanecer del primer día de la semana, las mujeres piadosas que habían seguido a Jesús desde Galilea y le habían ofrecido su ayuda, reciben la gran noticia, el grandioso anuncio, el evangelio totalmente insospechado: ¿Buscáis al Crucificado? No está aquí, ha resucitado.

Es el anuncio de la victoria de Cristo sobre la muerte, es la noticia de su triunfo sobre el pecado, es el Evangelio anunciado a los pobres: “Porque si lo único que esperamos de Jesucristo es para este mundo, somos los hombres más desdichados.”
Aquel primer día de la semana se produce una noticia que transforma el mundo:
-es la realización de la promesa hecha en el jardín del Edén a nuestros primeros padres, tras el pecado, el llamado Protoevangelio. La Resurrección es el cumplimiento de aquella promesa: Un descendiente de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente.
-es la realización de la promesa hecha a los patriarcas. Abraham, viendo el día de Cristo, se alegró.
- es el cumplimiento de la promesa hecha por Dios al rey David: a uno de tu linaje pondré sobre tu trono y reinará para siempre.
-es el cumplimento del ansia de todas las naciones, que aun sin saberlo, en Cristo se realiza todas las esperanzas de la humanidad. Él ha resucitado y su salvación llega hasta los confines de la tierra.

Hoy es domingo, el primer día de la semana, y la Madre Iglesia nos convoca, nos llama, renueva el anuncio de Pascua: El Señor ha resucitado.
Cada domingo, la Iglesia se reúne en la casa de Dios para celebrar la Pascua de su Señor: su paso por nuestra vida. Aquí el recuerdo se hace realidad.
Cada domingo la verdad de la Resurrección de Cristo hace crecer a la Iglesia y a cada uno de los bautizados. Acrecienta nuestra fe, aumenta nuestra esperanza y nos enciende en la caridad.
“Sin misa, no es domingo” –es un slogan que se oye a veces; y podemos añadir: “Sin domingo, no hay Iglesia.” Con el salmista, nosotros experimentamos también la nostalgia del domingo, de la casa del Señor, de nuestros templos, de la santa misa, de la sagrada Comunión, de los hermanos reunidos…  “Que deseables son tus moradas, Señor Dios de los Ejércitos. Vale más un día en tus atrios, que mil en mi casa y prefiero el umbral de la casa de Dios, que vivir en los palacios.”

Y en este domingo, primer día de la semana, llamado domingo del Buena Pastor, escuchamos a Jesucristo que nos dice:
“Yo soy la puerta de las ovejas, quien entre por mí encontrará pastos.”
“Yo soy el buen Pastor”
“Yo doy la vida por mis ovejas”
“Yo conozco a cada una por su nombre”

Podemos preguntarnos: ¿Por qué la Iglesia nos ofrece este Evangelio hoy? ¿No sería un evangelio más apropiado para antes de la Pascua ya que habla de la entrega de Jesucristo por nosotros?

Nada está en la liturgia sin una razón profunda.
El Señor no sólo manifestó su intención de dar la vida por nosotros, sino que lo cumplió. Él se entregó voluntariamente a la muerte, dio su vida por sus ovejas, se convirtió en el cordero inmolado de la nueva pascua.  
Así lo canta el Prefacio de Pascua: “Jesucristo inmolado es nuestra Pascua, porque Él es el verdadero Cordero que quita los pecados del mundo; muriendo, destruyó nuestra muerte, y resucitando, reparó nuestra vida.”
¡De qué forma tan hermosa lo resume san Pedro en la Epístola!
“Cristo también padeció por nosotros, dándoos ejemplo para que sigáis sus huellas. Él no cometió pecado alguno, ni se halló engaño en su lengua; él, cuando le maldecían, no maldecía; cuando le atormentaban, no amenazaba, antes se ponía en manos del que le sen­tenciaba injustamente; él llevó la pena de nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, a fin de que muertos a los pecados, viviésemos para la justicia; por sus llagas fuisteis sanados. Andabais como ovejas descarriadas, mas ahora os habéis convertido al Pastor y custodio de vuestras almas.”

Pero la salvación de Jesucristo no es algo pasado, no es un simple recuerdo que traemos a nuestra memoria… si sólo quedase en eso, “seriamos los hombres más desdichados del mundo”.
Jesucristo sigue salvando, dando la vida a sus ovejas: El que cree en mi tiene vida eterna. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna. El que guarda mis palabras, vivirá en mí. Y esto es la vida del cristiano que celebramos cada domingo: nuestra fe, por medio de la predicación y la palabra de Dios se renueva y profesamos nuestra en Cristo; cada vez que le comulgamos se acrecienta en nosotros la vida eterna, cada vez que lo que celebramos lo cumplimos en nuestra vida guardando sus mandatos, Cristo habita en nosotros.

Pero no olvidemos la pregunta, ¿por qué leemos este evangelio del Buen Pastor? Toda la liturgia de la cuaresma y de la Pascua tiene un carácter bautismal muy importante. Era el tiempo en que se preparaban para el bautismo y los primeros pasos de la vida cristiana de los nuevos bautizados. Toda la liturgia siendo culto a Dios, es una catequesis para los fieles.
Al escuchar el Evangelio del Buen Pastor, los nuevos bautizados evocaban rápidamente un momento de la celebración de su bautismo en la noche santa de la Vigilia Pascual: cuando después de ser sumergidos en el agua y pronunciarse sobre ellos la fórmula del bautismo, entonaban el salmo 22 como cántico de acción de gracias. El salmo del Buen Pastor –podemos llamarle así- era la narración de lo que la gracia había hecho en sus vidas.

Meditémoslo brevemente:
“El Señor es mi pastor, nada me falta.” El cristiano ha conocido a Jesucristo. Lo reconoce el único guía de su vida, y con él lo tiene todo. “En Jesucristo –dirá san Pablo- hemos sido enriquecidos en todas las cosas”, porque teniéndolo a él, lo tenemos todo.
“En verdes praderas me hace recostar.” Las verdes praderas se oponen a lugar del desierto donde no hay vida. El bautizado descubre la pradera verde –siempre joven y resplandeciente- que es la Iglesia, Esposa de Cristo. Esta pradera verde, se convierte en nuestra casa, en nuestro hogar, en nuestra familia: por eso podemos decir que el Señor “me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas.”  Porque en la Iglesia, recibo las aguas trasparentes que brotaron del costado abierto de Cristo en la cruz, imagen de los sacramentos.
“Me guía por el sendero justo, por el honor de su nombre.” –continúa el salmista. El bautizado tiene en Jesucristo es el camino que por la verdad nos conduce a la vida. Yo soy el camino, la verdad y la vida. El sendero justo es el sendero de sus mandamientos.
“Aunque camine por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”-la vida del cristiano no está exenta de pruebas y dificultades. Así es la vida del hombre en este mundo –una mala noche en una mala posada- pero hay una certeza: El Señor está con nosotros; porque el mismo nos ha dicho “Yo estoy con vosotros hasta el fin del mundo.” Es esta certeza la que nos anima, nos levanta, nos impulsa por medio de la fe y de la esperanza. Una fuerza extraordinaria que no viene de nosotros, sino de Dios. Como san Pablo cada uno de nosotros podemos decir:  "Atribulados en todo, mas no aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados; derribados, mas no aniquilados." Y esta fuerza, no viene de nosotros. Es nuestro Buen Pastor "una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros.
“Tu vara y tu cayado me sosiegan” – dice el salmista. Los padres de la iglesia ven en esta vara y cayado, la imagen de la Cruz de Cristo: cruz, instrumento de muerte y purificación; y cruz gloriosa, que se convierte en los que creen en Jesucristo en fuente de salvación y vida.
“Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos;  me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.”  Tras el bautismo, los neófitos cantando el salmo se dirigían a la sede del obispo para ser ungidos con crisma que los fortalece con la gracia del Espíritu Santo. Sacramento de la confirmación que les da la participación en la mesa del Señor, en el banquete de su Cuerpo y Sangre. Se ha completado la iniciación cristiana: Mi copa rebosa.
“Tu bondad y tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida.” El salmo termina con una confesión de fe en la providencia y el amor de Dios para con nosotros y una confesión de la esperanza que nos mantiene en este mundo y nos sostiene en medio de las luchas: “habitaré en la casa del Señor por años sin término.”

Queridos hermanos: nosotros que también fuimos bautizados y renovamos nuestro bautismo en la Vigilia Pascual, entonemos el cántico a nuestro Buen Pastor, reconociéndonos ovejas de su rebaño que queremos escuchar su voz e ir tras él. Pidamos por los pastores de la Iglesia para que sean fieles al encargo recibido y apacienten al rebaño de Dios con generosidad. Pidamos a nuestro buen Pastor, Jesucristo, que mande operarios a su mies, sacerdotes con un corazón semejante al suyo. Que así sea.