26 de abril de 2020
II domingo de Pascua / Domingo del Buen Pastor
Forma Extraordinaria del Rito Romano
En
la noche del primer día de la semana, Nuestro Señor Jesucristo resucitó. Nadie
fue testigo de tan gran prodigio. Solamente aquella noche dichosa, en su
oscuridad y silencio fue testigo de tan gran misterio.
En
el amanecer del primer día de la semana, las mujeres piadosas que habían
seguido a Jesús desde Galilea y le habían ofrecido su ayuda, reciben la gran
noticia, el grandioso anuncio, el evangelio totalmente insospechado: ¿Buscáis
al Crucificado? No está aquí, ha resucitado.
Es
el anuncio de la victoria de Cristo sobre la muerte, es la noticia de su
triunfo sobre el pecado, es el Evangelio anunciado a los pobres: “Porque si lo
único que esperamos de Jesucristo es para este mundo, somos los hombres más
desdichados.”
Aquel
primer día de la semana se produce una noticia que transforma el mundo:
-es
la realización de la promesa hecha en el jardín del Edén a nuestros primeros
padres, tras el pecado, el llamado Protoevangelio. La Resurrección es el cumplimiento
de aquella promesa: Un descendiente de la mujer aplastará la cabeza de la
serpiente.
-es
la realización de la promesa hecha a los patriarcas. Abraham, viendo el día de
Cristo, se alegró.
-
es el cumplimiento de la promesa hecha por Dios al rey David: a uno de tu
linaje pondré sobre tu trono y reinará para siempre.
-es
el cumplimento del ansia de todas las naciones, que aun sin saberlo, en Cristo
se realiza todas las esperanzas de la humanidad. Él ha resucitado y su
salvación llega hasta los confines de la tierra.
Hoy
es domingo, el primer día de la semana, y la Madre Iglesia nos convoca, nos
llama, renueva el anuncio de Pascua: El Señor ha resucitado.
Cada
domingo, la Iglesia se reúne en la casa de Dios para celebrar la Pascua de su Señor:
su paso por nuestra vida. Aquí el recuerdo se hace realidad.
Cada
domingo la verdad de la Resurrección de Cristo hace crecer a la Iglesia y a
cada uno de los bautizados. Acrecienta nuestra fe, aumenta nuestra esperanza y
nos enciende en la caridad.
“Sin
misa, no es domingo” –es un slogan que se oye a veces; y podemos añadir: “Sin
domingo, no hay Iglesia.” Con el salmista, nosotros experimentamos también la
nostalgia del domingo, de la casa del Señor, de nuestros templos, de la santa
misa, de la sagrada Comunión, de los hermanos reunidos… “Que deseables son tus moradas, Señor Dios de
los Ejércitos. Vale más un día en tus atrios, que mil en mi casa y prefiero el
umbral de la casa de Dios, que vivir en los palacios.”
Y
en este domingo, primer día de la semana, llamado domingo del Buena Pastor,
escuchamos a Jesucristo que nos dice:
“Yo
soy la puerta de las ovejas, quien entre por mí encontrará pastos.”
“Yo
soy el buen Pastor”
“Yo
doy la vida por mis ovejas”
“Yo
conozco a cada una por su nombre”
Podemos
preguntarnos: ¿Por qué la Iglesia nos ofrece este Evangelio hoy? ¿No sería un
evangelio más apropiado para antes de la Pascua ya que habla de la entrega de
Jesucristo por nosotros?
Nada
está en la liturgia sin una razón profunda.
El
Señor no sólo manifestó su intención de dar la vida por nosotros, sino que lo
cumplió. Él se entregó voluntariamente a la muerte, dio su vida por sus ovejas,
se convirtió en el cordero inmolado de la nueva pascua.
Así
lo canta el Prefacio de Pascua: “Jesucristo inmolado es nuestra Pascua, porque
Él es el verdadero Cordero que quita los pecados del mundo; muriendo, destruyó
nuestra muerte, y resucitando, reparó nuestra vida.”
¡De
qué forma tan hermosa lo resume san Pedro en la Epístola!
“Cristo
también padeció por nosotros, dándoos ejemplo para que sigáis sus huellas. Él
no cometió pecado alguno, ni se halló engaño en su lengua; él, cuando le
maldecían, no maldecía; cuando le atormentaban, no amenazaba, antes se ponía en
manos del que le sentenciaba injustamente; él llevó la pena de nuestros pecados
en su cuerpo sobre el madero, a fin de que muertos a los pecados, viviésemos
para la justicia; por sus llagas fuisteis sanados. Andabais como ovejas
descarriadas, mas ahora os habéis convertido al Pastor y custodio de vuestras
almas.”
Pero
la salvación de Jesucristo no es algo pasado, no es un simple recuerdo que
traemos a nuestra memoria… si sólo quedase en eso, “seriamos los hombres más
desdichados del mundo”.
Jesucristo
sigue salvando, dando la vida a sus ovejas: El que cree en mi tiene vida
eterna. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna. El que guarda
mis palabras, vivirá en mí. Y esto es la vida del cristiano que celebramos cada
domingo: nuestra fe, por medio de la predicación y la palabra de Dios se
renueva y profesamos nuestra en Cristo; cada vez que le comulgamos se
acrecienta en nosotros la vida eterna, cada vez que lo que celebramos lo
cumplimos en nuestra vida guardando sus mandatos, Cristo habita en nosotros.
Pero
no olvidemos la pregunta, ¿por qué leemos este evangelio del Buen Pastor? Toda
la liturgia de la cuaresma y de la Pascua tiene un carácter bautismal muy
importante. Era el tiempo en que se preparaban para el bautismo y los primeros
pasos de la vida cristiana de los nuevos bautizados. Toda la liturgia siendo
culto a Dios, es una catequesis para los fieles.
Al
escuchar el Evangelio del Buen Pastor, los nuevos bautizados evocaban rápidamente
un momento de la celebración de su bautismo en la noche santa de la Vigilia
Pascual: cuando después de ser sumergidos en el agua y pronunciarse sobre ellos
la fórmula del bautismo, entonaban el salmo 22 como cántico de acción de
gracias. El salmo del Buen Pastor –podemos llamarle así- era la narración de lo
que la gracia había hecho en sus vidas.
Meditémoslo
brevemente:
“El Señor es
mi pastor, nada me falta.” El cristiano ha conocido a Jesucristo. Lo reconoce
el único guía de su vida, y con él lo tiene todo. “En Jesucristo –dirá san
Pablo- hemos sido enriquecidos en todas las cosas”, porque teniéndolo a él, lo
tenemos todo.
“En verdes praderas
me hace recostar.” Las
verdes praderas se oponen a lugar del desierto donde no hay vida. El bautizado
descubre la pradera verde –siempre joven y resplandeciente- que es la Iglesia,
Esposa de Cristo. Esta pradera verde, se convierte en nuestra casa, en nuestro
hogar, en nuestra familia: por eso podemos decir que el Señor “me conduce hacia fuentes tranquilas y repara
mis fuerzas.” Porque en la Iglesia, recibo
las aguas trasparentes que brotaron del costado abierto de Cristo en la cruz, imagen
de los sacramentos.
“Me guía por
el sendero justo, por el honor de su nombre.” –continúa el
salmista. El bautizado tiene en Jesucristo es el camino que por la verdad nos
conduce a la vida. Yo soy el camino, la verdad y la vida. El sendero justo es
el sendero de sus mandamientos.
“Aunque camine
por cañadas oscuras, nada temo, porque tú vas conmigo”-la vida del
cristiano no está exenta de pruebas y dificultades. Así es la vida del hombre
en este mundo –una mala noche en una mala posada- pero hay una certeza: El
Señor está con nosotros; porque el mismo nos ha dicho “Yo estoy con vosotros
hasta el fin del mundo.” Es esta certeza la que nos anima, nos levanta, nos
impulsa por medio de la fe y de la esperanza. Una fuerza extraordinaria que no
viene de nosotros, sino de Dios. Como san Pablo cada uno de nosotros podemos
decir: "Atribulados en todo, mas no
aplastados; perplejos, mas no desesperados; perseguidos, mas no abandonados;
derribados, mas no aniquilados." Y esta fuerza, no viene de nosotros. Es
nuestro Buen Pastor "una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de
nosotros.
“Tu vara y tu
cayado me sosiegan” –
dice el salmista. Los padres de la iglesia ven en esta vara y cayado, la imagen
de la Cruz de Cristo: cruz, instrumento de muerte y purificación; y cruz
gloriosa, que se convierte en los que creen en Jesucristo en fuente de
salvación y vida.
“Preparas una
mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me
unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa.” Tras el bautismo, los neófitos cantando
el salmo se dirigían a la sede del obispo para ser ungidos con crisma que los
fortalece con la gracia del Espíritu Santo. Sacramento de la confirmación que
les da la participación en la mesa del Señor, en el banquete de su Cuerpo y Sangre.
Se ha completado la iniciación cristiana: Mi copa rebosa.
“Tu bondad y
tu misericordia me acompañan todos los días de mi vida.” El salmo
termina con una confesión de fe en la providencia y el amor de Dios para con
nosotros y una confesión de la esperanza que nos mantiene en este mundo y nos
sostiene en medio de las luchas: “habitaré
en la casa del Señor por años sin término.”
Queridos
hermanos: nosotros que también fuimos bautizados y renovamos nuestro bautismo
en la Vigilia Pascual, entonemos el cántico a nuestro Buen Pastor,
reconociéndonos ovejas de su rebaño que queremos escuchar su voz e ir tras él.
Pidamos por los pastores de la Iglesia para que sean fieles al encargo recibido
y apacienten al rebaño de Dios con generosidad. Pidamos a nuestro buen Pastor,
Jesucristo, que mande operarios a su mies, sacerdotes con un corazón semejante
al suyo. Que así sea.