NUESTRA FE, NUESTRA
ESPERANZA Y NUESTRA CARIDAD EN LA INMACULADA. San Pío X
Efectivamente, ¿qué fundamentos a la fe ponen estos
osados que esparcen tantos errores por doquier, con los que la fe misma queda
vacilante en muchos? Niegan en primer lugar que el hombre haya caído en pecado
y que en algún tiempo haya permanecido derrocado de su situación. De ahí que interpreten
el pecado original y los males que de él surgieron como una ficción mentirosa;
para ellos la humanidad está corrompida en su origen y toda la naturaleza
humana está viciada; así es como se introdujo el mal entre los mortales y fue
impuesta la necesidad de una reparación. Con estos presupuestos, es fácil
imaginar que no hay ningún lugar para Cristo ni para la Iglesia ni para la
gracia ni para ningún orden que trascienda a la naturaleza; con una sola
palabra se desploma radicalmente todo el edificio de la fe.
Pero si las gentes creen y confiesan que
la Virgen María, desde el primer momento de su concepción, estuvo inmune de
todo pecado, entonces también es necesario que admitan el pecado original, la
reparación de la humanidad por medio de Cristo, el evangelio, la Iglesia, en
fin la misma ley de la reparación. Con todo ello desaparece y se corta de raíz
cualquier tipo de racionalismo y de materialismo y se mantiene
intacta la sabiduría cristiana en la custodia y defensa de la verdad.
A esto se añade la actividad común a
todos los enemigos de la fe, sobre todo en este momento, para desarraigar más
fácilmente la fe de las almas: rechazan, y proclaman que debe rechazarse, la
obediencia reverente a la autoridad no sólo de la Iglesia sino de cualquier
poder civil. De aquí surge el anarquismo: nada más funesto y más nocivo
tanto para el orden natural como para el sobrenatural. Por supuesto este azote,
funestísimo tanto para la sociedad civil como para la cristiandad, también
destruye el dogma de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios; porque con
él nos obligamos a atribuir a la Iglesia tal poder que es necesario someterle
no solamente la voluntad, sino también la inteligencia; así, por esta sujeción
de la razón el pueblo cristiano canta a la Madre de Dios: Toda hermosa eres
Marta y no hay en ti pecado original[i][xxxii].
Y así se logra el que la Iglesia diga merecidamente a la Virgen soberana
que ella sola hizo desaparecer todas las herejíqs del mundo universo.
Y si la fe, como dice el Apóstol, no es otra cosa que la
garantía de lo que se espera[ii][xxxiii],
cualquiera comprenderá fácilmente que con la concepción inmaculada de la Virgen
se confirma la fe y al mismo tiempo se alienta nuestra esperanza. y esto sobre
todo porque la Virgen desconoció el pecado original, en virtud de que iba a ser
Madre de Cristo; y fue Madre de Cristo para devolvernos la esperanza de los
bienes eternos.
Dejando aun lado ahora el amor a Dios, ¿quién, con la
contemplación de la Virgen Inmaculada, no se siente movido a observar fielmente
el precepto que Jesús hizo suyo por antonomasia: que nos amemos unos a otros
como él nos amó?
Una señal grande, así describe el.
apóstol Juan la visión que le fue enviada por Dios, una señal grande
apareció en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna debajo de sus pies,
y sobre la cabeza una corona de doce estrellas[iii][xxxiv].
Nadie ignora que aquella mujer simbolizaba a la Virgen María que, sin dejar de
serlo, dio a luz nuestra cabeza. y sigue el Apóstol: y estando encinta,
gritaba con los dolores del parto y las ansias de parir[iv][xxxv] .
Así pues, Juan vio a la Santísima Madre de Dios gozando ya de la eterna bienaventuranza
y sin embargo con las ansias de un misterioso parto. ¿De qué parto? Sin duda
del nuestro, porque nosotros, detenidos todavía en el destierro, tenemos que
ser aún engendrados a la perfecta caridad de Dios y la felicidad eterna. Los
trabajos de la parturienta indican interés y amor; con ellos la Virgen, desde
su trono celestial, vigila y procura con su asidua oración que se engrose el
número de los elegidos.
Deseamos ardientemente que todos cuantos
se llaman cristianos se esfuercen por lograr esta misma caridad, sobre todo
aprovechando de estas solemnes celebraciones de la inmaculada concepción de la
Madre de Dios. ¡Con qué acritud, con qué violencia se combate a Cristo ya la
santísima religión por El fundada! Se está poniendo a muchos en peligro de que
se aparten de la fe, arrastrados por errores que les engañan: Así pues,
quien piensa que se mantiene en pie, mire no caiga[v][xxxvi]. y
al mismo tiempo pidan todos a Dios con ruegos y peticiones humildes que, por la
intercesión de la Madre, vuelvan los que se han apartado de la verdad. Sabemos
por experiencia que tal oración, nacida de la caridad y apoyada por la
imploración a la Virgen santa, nunca ha sido inútil. Ciertamente en ningún
momento, ni siquiera en el futuro, se dejará de atacar a la Iglesia: pues es
preciso que haya escisiones a fin de que se destaquen los de probada virtud
entre vosotros[vi][xxxvii]
. Pero nunca dejará la Virgen en persona de asistir a nuestros problemas,
por difíciles que sean, y de proseguir la lucha que comenzó a mantener ya desde
su concepción, de manera que se pueda repetir cada día: Hoy ella ha pisado
la cabeza de la serpiente antigua[vii][xxxviii].
Ad Diem Illud
Laetissimum
De San Pío X, sobre la devoción a la Stma. Virgen