Querido Sr. Cura Párroco
Hermanos sacerdotes
Hermanos todos en el Señor:
Sed bienvenidos, un
año más, a esta Iglesia del Salvador de Toledo, que hoy se viste de fiesta para
honrar al querido Padre Pío de Pietrelcina.
Muchos de vosotros,
ya lo hacéis también, mensualmente, en la conmemoración que hacemos el 23 de
cada mes, pero otros muchos habéis acudido en este día con un ruego en vuestros
labios que dicen lo que hay en lo profundo de vuestro corazón: quizá una
suplica por un familiar que esta enfermo, o un pariente que se ha quedado sin
trabajo, o un hijo que lo está pasando mal porque su matrimonio no esta bien;
tantas situaciones y circunstancias en las que debéis descubrir la voluntad del
Señor. Hacéis bien al acercaos a esta escuela de misericordia y compasión que
es la senda que siguió en Padre Pío a lo lardo de su vida y sigue viva,
manteniendo el itinerario que conduce a la Santidad.
Con razón decía el
Papa Francisco que el Padre Pío fue un servidor de la misericordia a tiempo
completo, a veces incluso hasta el agotamiento. El ejercicio de su ministerio
se convirtió en una caricia viviente de Dios Padre, que cura las heridas del pecado
y conforta el corazón con la paz.
Por eso os pregunto
con las palabras de nuestro Divino Salvador a aquellos que buscaban al
Bautista: ¿Qué habéis venido a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el
viento? ¿Un hombre vestido con ricos ropajes? En este sentido, ya el Beato Papa
Pablo VI, admirado de la multitud que congregaba en torno a sí el Santo Padre Pío,
interrogaba a los frailes capuchinos, poco después de la muerte del Padre Pío:
“¿Por que reunía gentes de todo el mundo? ¿Acaso porque era un filosofo, o un
sabio, o porque disponía de medios? Y el propio Papa nos da la respuesta. “Porque
celebraba la misa humildemente, confesaba de la mañana a la noche y estaba, aun
si resulta difícil decirlo: sellado con las llagas de nuestro Señor. Era hombre
de oración y hombre de sufrimiento”
Ciertamente el Padre Pío
no era una caña agitada por el viento. Fue sin duda un católico firme, un
fraile de los pies a la cabeza, un hombre cabal que asumió el seguir al
Jesucristo POBRE Y CRUCIFICADO, en la escuela de San Francisco, con todas las
consecuencias.
Cuanto necesitamos
aprender de él esa firmeza de la fe, que nos consolide en medio de las
tempestades y cambios de nuestro tiempo, que nos mantenga unidos a Cristo, que
es el mismo ayer, hoy y siempre.
HOMBRE DE ORACION Y
SUFRIMIENTO La gran aspiración del Padre Pío era llegar a ser un “pobre fraile que
reza”. Su vida fue una constante plegaria por la humanidad. Unido a Cristo entendió
la dimensión de mediador inherente a su ministerio sacerdotal que encontraba su
momento mas álgido en la celebración de la Santa Misa, que es la oración mas
sublime que el hombre puede realizar sobre la tierra.
De esa intensa vida
de oración brotaban sus cualidades. Tan eficaces en el trato con las almas o a
la hora de asumir las disposiciones de la Iglesia.
Padre Pío fue un
hombre prudente, aconsejando a tantas y tantas personas con sentido común, con visión
de fe, con profundo temor de Dios. Vivió heroicamente la paciencia, en las múltiples
pruebas que tuvo que aceptar de los superiores y jerarquía eclesiástica, con
humilde resignación, con mansedumbre, callando tantas veces ante las infamias y
calumnias.
El Padre Pío hizo
suyas las palabras de San Pablo a los Gálatas: ESTOY CRUCIFICACO CON CRISTO, y
ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.
Y desde aquí podemos
entender el misterio del sufrimiento y el dolor, no desde la logia humana, sino
desde la lógica divina de aquel que nos redimió colgado
del árbol de la cruz.
Nos enseñaba el Papa
Benedicto XVI en la encíclica Spes Salvi que el sufrimiento forma parte de la
existencia humana, derivada por una parte de nuestra realidad de seres finitos
y limitados pero también, de la gran cantidad de culpa que el hombre ha
acumulado a los largo de la historia.
Pero es necesario
hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento: IMPEDIR cuando se pueda el
sufrimiento de los inocentes, aliviar los dolores y ayudar a superar las
dolencias físicas.
En nuestro tiempo se
ha avanzado mucho contra el dolor físico pero no ha disminuido, sino más bien
al contrario, ha aumentado el sufrimiento de los inocentes, así como los
dolores psíquicos.
El Padre Pío fue un
hombre de sufrimiento: físico y psíquico, y sin embargo la vivencia de la
misericordia del Señor le impulso a abrir en 1956 ese gran centro en San
Giovanni Rotondo, llamado “Casa alivio del sufrimiento”.
Ciertamente podemos
tratar de limitar el sufrimiento, pero no podemos suprimirlo. Pero lo que sana
a nuestra humanidad herida, no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor,
sino que aprendamos a aceptar las tribulaciones, madurando en ellas y
encontrando en ellas un sentido, mediante la unión con Cristo, que ha sufrido
por nosotros con amor infinito.
Queridos hermanos,
hoy nos reunimos para celebrar gozosa y festivamente la memoria del Padre Pío,
pero si queremos honrarlo verdaderamente, aprendamos de él, y asumamos la tarea
que conlleva.
Como cristianos, discípulos
de Cristo, hemos de seguir al Cordero Divino, cargando con nuestra propia cruz
y yendo tras Él. Imitemos también al Padre Pío, siendo voluntariosos cirineos
aliviando las cruces de nuestros prójimos. Él no fue como el sacerdote del evangelio que se encontró al hombre malherido y paso
de largo para cumplir simplemente su oficio litúrgico, por el contrario su
autentica liturgia fue, cada vez que se dirigía al altar para alzar el cuerpo
del Señor, y alzar la copa de la salvación, pararse como el buen samaritano, a
lavar, curar y vendar las heridas del Cuerpo de Cristo que se haya también
presente en todos los hermanos tirados por los caminos de la vida, y que
también nosotros hemos de alzar y ayudar a salir adelante con el bálsamo de la
gracia del Señor.
Que así sea.