martes, 27 de septiembre de 2016

HOMBRE DE ORACIÓN Y SUFRIMIENTO. Homilía en la fiesta del Padre Pío





Querido Sr. Cura Párroco
              Hermanos sacerdotes
              Hermanos todos en el Señor:

Sed bienvenidos, un año más, a esta Iglesia del Salvador de Toledo, que hoy se viste de fiesta para honrar al querido Padre Pío de Pietrelcina.
Muchos de vosotros, ya lo hacéis también, mensualmente, en la conmemoración que hacemos el 23 de cada mes, pero otros muchos habéis acudido en este día con un ruego en vuestros labios que dicen lo que hay en lo profundo de vuestro corazón: quizá una suplica por un familiar que esta enfermo, o un pariente que se ha quedado sin trabajo, o un hijo que lo está pasando mal porque su matrimonio no esta bien; tantas situaciones y circunstancias en las que debéis descubrir la voluntad del Señor. Hacéis bien al acercaos a esta escuela de misericordia y compasión que es la senda que siguió en Padre Pío a lo lardo de su vida y sigue viva, manteniendo el itinerario que conduce a la Santidad.
Con razón decía el Papa Francisco que el Padre Pío fue un servidor de la misericordia a tiempo completo, a veces incluso hasta el agotamiento. El ejercicio de su ministerio se convirtió en una caricia viviente de Dios Padre, que cura las heridas del pecado y conforta el corazón con la paz.
Por eso os pregunto con las palabras de nuestro Divino Salvador a aquellos que buscaban al Bautista: ¿Qué habéis venido a ver en el desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿Un hombre vestido con ricos ropajes? En este sentido, ya el Beato Papa Pablo VI, admirado de la multitud que congregaba en torno a sí el Santo Padre Pío, interrogaba a los frailes capuchinos, poco después de la muerte del Padre Pío: “¿Por que reunía gentes de todo el mundo? ¿Acaso porque era un filosofo, o un sabio, o porque disponía de medios? Y el propio Papa nos da la respuesta. “Porque celebraba la misa humildemente, confesaba de la mañana a la noche y estaba, aun si resulta difícil decirlo: sellado con las llagas de nuestro Señor. Era hombre de oración y hombre de sufrimiento”
Ciertamente el Padre Pío no era una caña agitada por el viento. Fue sin duda un católico firme, un fraile de los pies a la cabeza, un hombre cabal que asumió el seguir al Jesucristo POBRE Y CRUCIFICADO, en la escuela de San Francisco, con todas las consecuencias.
Cuanto necesitamos aprender de él esa firmeza de la fe, que nos consolide en medio de las tempestades y cambios de nuestro tiempo, que nos mantenga unidos a Cristo, que es el mismo  ayer, hoy y siempre.

HOMBRE DE ORACION Y SUFRIMIENTO La gran aspiración del Padre Pío era llegar a ser un “pobre fraile que reza”. Su vida fue una constante plegaria por la humanidad. Unido a Cristo entendió la dimensión de mediador inherente a su ministerio sacerdotal que encontraba su momento mas álgido en la celebración de la Santa Misa, que es la oración mas sublime que el hombre puede realizar sobre la tierra.
De esa intensa vida de oración brotaban sus cualidades. Tan eficaces en el trato con las almas o a la hora de asumir las disposiciones de la Iglesia.
Padre Pío fue un hombre prudente, aconsejando a tantas y tantas personas con sentido común, con visión de fe, con profundo temor de Dios. Vivió heroicamente la paciencia, en las múltiples pruebas que tuvo que aceptar de los superiores y jerarquía eclesiástica, con humilde resignación, con mansedumbre, callando tantas veces ante las infamias y calumnias.
El Padre Pío hizo suyas las palabras de San Pablo a los Gálatas: ESTOY CRUCIFICACO CON CRISTO, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.
Y desde aquí podemos entender el misterio del sufrimiento y el dolor, no desde la logia humana, sino desde la lógica divina de aquel que nos redimió colgado del árbol de la cruz.
Nos enseñaba el Papa Benedicto XVI en la encíclica Spes Salvi que el sufrimiento forma parte de la existencia humana, derivada por una parte de nuestra realidad de seres finitos y limitados pero también, de la gran cantidad de culpa que el hombre ha acumulado a los largo de la historia.
Pero es necesario hacer todo lo posible para disminuir el sufrimiento: IMPEDIR cuando se pueda el sufrimiento de los inocentes, aliviar los dolores y ayudar a superar las dolencias físicas.
En nuestro tiempo se ha avanzado mucho contra el dolor físico pero no ha disminuido, sino más bien al contrario, ha aumentado el sufrimiento de los inocentes, así como los dolores psíquicos.
El Padre Pío fue un hombre de sufrimiento: físico y psíquico, y sin embargo la vivencia de la misericordia del Señor le impulso a abrir en 1956 ese gran centro en San Giovanni Rotondo, llamado “Casa alivio del sufrimiento”.
Ciertamente podemos tratar de limitar el sufrimiento, pero no podemos suprimirlo. Pero lo que sana a nuestra humanidad herida, no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino que aprendamos a aceptar las tribulaciones, madurando en ellas y encontrando en ellas un sentido, mediante la unión con Cristo, que ha sufrido por nosotros con amor infinito.
Queridos hermanos, hoy nos reunimos para celebrar gozosa y festivamente la memoria del Padre Pío, pero si queremos honrarlo verdaderamente, aprendamos de él, y asumamos la tarea que conlleva.
Como cristianos, discípulos de Cristo, hemos de seguir al Cordero Divino, cargando con nuestra propia cruz y yendo tras Él. Imitemos también al Padre Pío, siendo voluntariosos cirineos aliviando las cruces de nuestros prójimos. Él no fue como el sacerdote del evangelio que se encontró al hombre malherido y paso de largo para cumplir simplemente su oficio litúrgico, por el contrario su autentica liturgia fue, cada vez que se dirigía al altar para alzar el cuerpo del Señor, y alzar la copa de la salvación, pararse como el buen samaritano, a lavar, curar y vendar las heridas del Cuerpo de Cristo que se haya también presente en todos los hermanos tirados por los caminos de la vida, y que también nosotros hemos de alzar y ayudar a salir adelante con el bálsamo de la gracia del Señor.
Que así sea.