IMITAR A MARÍA: LA FE, LA
ESPERANZA Y LA CARIDAD DE LA SANTÍSIMA VIRGEN. San Pio X
Y, por otra parte, si uno quiere -nadie debe dejar de
quererlo- que su piedad a la Virgen sea justa y consecuente, es necesario
avanzar más y procurar con esfuerzo imitar su ejemplo.
Es ley divina que quienes desean lograr
la eterna bienaventuranza experimenten en sí mismos, por imitación de Cristo,
Su paciencia y Su santidad. Porque a los que de antes conoció, a esos los
predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea el
primogénito entre muchos hermanos[i][xxviii].
Pero puesto que nuestra debilidad es tal que fácilmente nos asustamos ante la
grandeza de tan gran modelo, el poder providente de Dios nos ha propuesto otro
modelo que, estando todo lo cercano a Cristo que permite la naturaleza humana,
se adapta con más propiedad a nuestra limitación. Y ese modelo no es otro que
la Madre de Dios. María fue tal -dice a este respecto San Ambrosio- que
su vida es modelo para todos. De lo cual él mismo deduce correctamente: Así
pues, sea para vosotros la vida de María como el modelo de la virginidad. En
ella, como en un espejo, resplandece la imagen de la castidad y el modelo de la
virtud[ii][xxix].
Y aunque es conveniente que los hijos no pasen por
alto nada digno de alabanza de su santísima Madre sin imitarlo, deseamos que
los fieles imiten sobre todas, aquellas virtudes Suyas que son
las principales y como los nervios y las articulaciones de la sabiduría
cristiana: nos referimos a la fe, a la esperanza y a la caridad con Dios y con
los hombres. Aunque ningún instante de la vida de la Virgen careció del resplandor
de estas virtudes, sin embargo sobresalieron en ese momento en que estuvo
presente a la muerte de su Hijo.
Jesús es. conducido a la cruz y se le
reprocha entre maldiciones que se ha hecho Hijo de Dios[iii][xxx].
Pero ella reconoce y rinde culto constantemente en El a la divinidad. Deposita
en el sepulcro al cuerpo muerto y sin embargo no duda de que resucitará. La
caridad inconmovible con la que vibra respecto a Díos la convierte en partícipe
y compañera de los padecimientos de Cristo. Y con él, como olvidada de
su dolor, pide perdón para sus verdugos, aunque éstos obstinadamente exclaman: Caiga
su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos[iv][xxxi].
Mas, para que
no parezca que hemos dejado el análisis de la concepción inmaculada de la
Virgen, que es la razón de Nuestra carta, ¡qué gran ayuda y qué apropiada la de
este dogma para mantener y cultivar fielmente estas mismas virtudes!
Ad Diem Illud
Laetissimum
De San Pío X, sobre
la devoción a la Stma. Virgen