Homilía de
maitines
21 de septiembre
San Mateo,
Apóstol y evangelista
Forma
Extraordinaria del Rito Romano
Homilía
de san Jerónimo, presbítero
Libro I de los comentarios
sobre san Mateo cap. 9
Los
demás Evangelistas, por respeto a san Mateo y velando por su prestigio, se
abstienen de designarle con su nombre usual y le llaman Leví; se le conoció, en
efecto, por estos dos nombres. En cuanto a él, recordando las palabras de
Salomón: “El justo es el primer acusador de sí mismo”, y estas otras “Confiesa
tus pecados para justificarte”, se llama a sí mismo Mateo, y se declara
publicano, para mostrar a los lectores que así como de publicano se transformó
repentinamente en Apóstol nadie debe desesperar de su salvación con tal que
abrace una vida mejor.
Sobre
este punto, Porfirio y el emperador Juliano, pretenden resaltar o la ignorancia de un historiador inexacto o
la necedad de aquello que al momento siguieron al Salvador, acusándoles de
haberse dejado conducir irreflexivamente por el llamamiento del primer
advenedizo; no tienen en cuenta un hecho indubitable: la multitud de milagros y
grandes prodigios que los apóstoles habían visto realizar a Jesucristo ante de
creer en él. Por otra parte bastaba para sentirse atraído por él la sola
contemplación del resplandor y majestad de la Divinidad que en él se escondía,
peor que se dejaba traslucir en su semblante humano. Porque si se ha dicho que
el imán y el ámbar tienen la propiedad de atraer los anillos de hierro y los
fragmentos y briznas de paja, ¿con cuánta mayor fuerza podía el Señor de todas
las cosas atraer a sí a los que llamaba?
Y sucedió que estando Jesús
sentado a la mesa, en la casa, vinieron muchos publicanos y gentes de mala
vida, que se pusieron a la mesa a comer con él. Veían que aquel publicano que
había pasado del estado de pecado a una vida mejor, había sido admitido a la
penitencia, lo cual les movía a nos desesperar de la propia salvación. Y no se
acercaban a Jesús aferrados –según murmuraban los fariseos y los escribas- a
sus antiguos vicios, sino haciendo penitencia, como lo dan a entender las
siguientes palabras de Jesús: “Mas estimo la misericordia que el sacrificio.
Porque los pecadores son y no los justos a quienes he venido yo a llamar.” Así,
pues, Jesús iba a los convites de los pecadores, para tener ocasión de
instruirles y de proporcionar alimentos espirituales a los que le invitaban.