sábado, 2 de abril de 2016

JESÚS, SU CORAZON, SU MISERICORDIA. Homilía del 2 º día del Triduo de la Divina Misericordia


JESÚS, SU CORAZON, SU MISERICORDIA
VIERNES DE PASCUA
2 º día del Triduo de la Divina Misericordia


“Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron.”
Los apóstoles reciben el mensaje que las piadosas mujeres reciben en la mañana de la resurrección por boca del ángel: “«No tengáis miedo. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? Ha resucitado. No está aquí. Mirad el sitio donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro: “Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo”».” (Mc 16)
Como los apóstoles también nosotros estamos invitados a ir a Galilea, donde Jesús se crió y vivió ocultamente durante 30 años y donde desarrolló la parte más importante de su vida pública. Es en Galilea donde Jesús habla y enseña las verdades sobre el Reino de los cielos. Es en Galilea donde Jesús realiza la mayor parte de sus signos –sus milagros-… pues comenzó a realizar sus signos en Caná de Galilea donde convirtió el agua en vino. A la luz de la Pascua, del triunfo victorioso de Cristo sobre la muerte y el pecado, los discípulos son invitados a leer la vida de su Maestro, su enseñanza, sus obras… es a la luz de la Resurrección de Cristo y de su victoria como se ha de interpretar la historia de la salvación y la historia de la humanidad, también nuestra propia historia personal.  
Como aquellos discípulos también nosotros somos invitados a ir a Galilea, en este caso, signo de la Iglesia donde Cristo realiza sus signos pascuales –sus milagros- y se hace presente en medio de nosotros para que podamos verlo: él sigue obrando su salvación a través de estos signos sensibles que son los sacramentos por lo que se nos confiere la gracia.
Como aquellos discípulos, también nosotros estamos llamados a reconocerlo y postrarnos en adoración: pues Jesús se hace presente en medio de su Iglesia y particularmente en el Sacramento de la Eucaristía donde él está presente en cuerpo, sangre, alma y divinidad, presencia real, sustancial y verdadera.  Adorar, postrarnos de rodillas ante Jesús Sacramentado, es reconocer su victoria y su triunfo pues él vive y está presente en medio de nosotros.
Una presencia en la Eucaristía que nos lleva a venerar su Sagrado Corazón, en este primer viernes de mes, un Corazón vivo que se abrasa en amor al Padre y a los hombres, un Corazón vio que es amor y misericordia hacia los pecadores.

“Al verlo, los discípulos se postraron, pero algunos dudaron.”  
Las dudas de los apóstoles y de los discípulos se entienden desde la lógica que la resurrección de Cristo es un acontecimiento tan novedoso que supera y sobrepasa la inteligencia humana, pero como exclama san Jerónimo: “su duda aumenta nuestra fe”, porque si hubiesen creído fácilmente, si los evangelistas no nos hubiesen transmitido sus miedos y sus temores, sus dudas y vacilaciones, sería fácil darle la razón a los judíos: “Sus discípulos robaron el cuerpo y dicen que ha resucitado.” Pero porque la resurrección es increíble vista desde un punto meramente humano y es necesario el don de la fe por la que creemos en lo que no vemos, tenemos garantía de que la resurrección es verdadera y no es invento de hombres.
Esas dudas y sospecha sobre Dios ha ido creciendo también sobre todo a partir del humanismo  y el racionalismo llegando al ateísmo actual que niega su existencia y el mundo de los sobrenatural. También nosotros y muchos cristianos estamos heridos por este ambiente de duda que se respira en nuestra sociedad.
Nos cuesta creer, nos cuesta aceptar aquello que no entendemos o que nos supera, nos cuesta prestar el obsequio de nuestra fe a las verdades divinas: y esto se manifiesta en el relativismo e indiferentismo de muchos bautizados.  Muchos dudan de la bondad Dios, de Jesucristo, de sus milagros, de su resurrección… dudan de su amor y de su misericordia…  Muchos en un afán de búsqueda de un cristianismo puro, 100 % auténtico, rechazan el culto a Jesús en su Sagrado Corazón como expresión de su Misericordia, que nacen de las revelaciones privadas a Santa Margarita María de Alacoque y San Faustina Kovalska. Revelaciones privadas –que la Iglesia ha determinado verdaderas- y que –sin negar ni aumentar ningún dato de la revelación pública de Dios- remarcan el amor de Jesús por todos nosotros y especialmente por las almas pecadores. “No he venido a salvar a los justos, sino a los pecadores.” Jesús se muestra a Santa Margarita y Santa Faustina en el insondable misterio de su misericordia divina: “He aquí el Corazón que ha amado a los hombres con tanto extremo que no ha perdonado desvelos, hasta agotarse y consumirse por testificarles amor, y por toda correspondencia solo recibe de la mayor parte de ellos ingratitudes, significadas en los menosprecios, desacatos, sacrilegios y frialdades con que me tratan en este Sacramento de amor.” Y ante el misterio de su Corazón Misericordioso, exclama Santa Margarita: “Hallo en el Sagrado Corazón de mi Jesús todo lo que falta a mi pobreza, porque está rebosando de misericordia. No he hallado remedio más eficaz en mis afiliaciones que el Sagrado Corazón de mi adorable Jesús.”
Es la misma experiencia de Santa Faustina a la que el Señor insiste: "¡Cuánto deseo la salvación de las almas! Mi querida secretaria, escribe que deseo volcar mi Vida Divina en las almas humanas y santificarlas, con tal de que quieran recibir mi Gracia. Los más grandes pecadores podrían alcanzar una gran santidad si solamente tuvieran confianza en mi Misericordia. Mis entrañas están colmadas de Misericordia, que es derramada sobre todo lo que he creado. Mi delicia consiste en el obrar en las almas de los hombres, llenarlas con mi Misericordia y justificarlas. Mi Reino en la tierra es mi Vida en las almas de los hombres."
Los discípulos dudaron de Jesús y hoy también muchos desconfían de su misericordia: la devoción al Corazón de Jesús ha de llevarnos a la confianza. El amor de Dios y su misericordia es más fuerte que el pecado y la muerte. ¿Quién nos separará del amor de Dios?

Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra.
La resurrección de Cristo es su glorificación. Su Santa Humanidad resucitada entra en la gloria de Dios. Jesucristo es el Señor y, aquel que “se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz” es glorificado por el Padre “por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación y de todo cuanto tiene nombre, no sólo en este siglo, sino también en el venidero.
Pero este poder de Cristo se muestra en su Misericordia: en el perdón de los pecados. En una de las catequesis de este Jubileo, enseñaba el Papa Francisco: “Dios es grande y poderoso, pero esta grandeza y poder se despliegan en el amarnos, nosotros así pequeños, así incapaces. (…)Es el amor que da el primer paso, que no depende de los méritos humanos sino de una inmensa gratuidad. Es la solicitud divina a la que nada puede detener, ni siquiera el pecado, porque sabe ir más allá del pecado, vencer el mal y perdonarlo.”
Jesús confía a Santa Faustina la hora de la misericordia como el momento donde por la omnipotencia de su amor se puede obtener todo lo que se pida: “Te recuerdo hija Mía, que cuántas veces oigas el reloj dando las tres, sumérgete totalmente en Mi misericordia, adorándola y glorificándola; suplica su omnipotencia para el mundo entero y especialmente para los pobres pecadores, ya que en ese momento se abrió de par en par para cada alma. En esa hora puedes obtener todo lo que pides para ti y para los demás. En esa hora se estableció la gracia para el mundo entero: la misericordia triunfó sobre la justicia.”
Pero fijaos, tanto a Santa Margarita María como a Santa Faustina, Jesús glorificado por encima de todas las potestades y encumbrado sobre todo, se manifiesta con un Corazón herido que mendiga reparación y amor. El Dios omnipotente pide la limosna de nuestro amor: el amor de sus pobres criaturas. Reparar, consolar, amar y compadecerse del Corazón de Jesús Misericordioso ha de ser nuestra respuesta.

Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Cristo resucitado envía a sus discípulos con una misión: llevar a todas las gentes el fruto de su Muerte y Resurrección que se nos comunica por la gracia del Bautismo. Es la Buena Nueva, es el Evangelio: Cristo ha muerto y resucitado, si crees en esto te salvarás. Mediante la gracia del Bautismo somos muertos con Cristo y participamos de su Resurrección, morimos al hombre viejo y renacemos a la gracia.
Como aquellos discípulos, Santa Margarita y a Santa Faustina son elegidas para dar a conocer a un mundo que se enfría en la caridad a Dios y al prójimo un mensaje de salvación y un remedio para las almas: Jesús quiere  la devoción a Su Corazón como el último esfuerzo de su amor para abrazar el frío mundo, la frialdad del corazón del hombre. A Santa Faustina, Jesús le dice: “Deseo que mi Misericordia sea conocida y venerada; le doy a la humanidad la última tabla de salvación, es decir, el refugio en Mi Misericordia.”
Dar culto al Corazón de Jesús y a su Divina Misericordia creo que no algo opcional, son los medios que Jesús mismo nos ofrece en nuestro tiempo para llegar él de la forma más rápida y fácil. No seamos incrédulos, no dudemos, y abandonémonos confiadamente en él.

Id y haced discípulos, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.
Recibir el bautismo implica entrar en la dinámica de la salvación: es la puerta que nos abre el cielo. Pero –como los judíos con su circuncisión- también nosotros podemos caer una falsa seguridad espiritual y pensar que con haber recibido el bautismo ya estamos salvados. El bautismo es el inicio de una vida conforme a la enseñanza de Jesús, reproducir en nuestra propia vida la vida de Jesús, ser seguidores imitando a Cristo pobre, casto y obediente, a Cristo manso y humilde de corazón, imitando a Cristo que se hecho pobre por nosotros.
Ser devotos del Corazón de Jesús y de la Divina Misericordia no solo es rezar o cumplir con una prácticas de piedad o unas obras externas, sino que es en definitiva imitar ese Corazón abrasado en amor de Dios y del prójimo, es tener un corazón semejante al de Jesús que es misericordioso para con todos.

Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos.
Que palabras tan consoladoras para los discípulos, pues ¿qué podrían hacer sin su Maestro? Él les promete su compañía, su presencia en medio de ellos hasta el final de los tiempos.
Del mismo modo, Jesús en sus revelaciones a Santa Margarita y a Santa Faustina le promete esa presencia amiga, esa compañía de estar a su lado, sobre todo en los momentos de prueba y de dolor, de sufrimiento y persecución.
A Santa Faustina, Jesús promete: Estaré siempre junto a ti si eres siempre una niña pequeña y no tengas miedo de nada; como he sido aquí tu principio, así seré también tu fin. No cuentes con ninguna criatura, ni siquiera en la cosa más pequeña, ya que esto no me agrada. Yo quiero estar en tu alma solo. Fortificaré tu alma y te daré luz y conocerás por la boca de mi sustituto que yo estoy en ti, y la inquietud se desvanecerá como una niebla ante los rayos del sol" (295)
Las palabras de Jesús “Yo estoy con vosotros todos los días” han de ser siempre para nosotros consuelo y fortaleza en medio de las pruebas de la vida y aliento y esperanza en nuestro afanes y trabajos. Pidamos como Santa Faustina: "Oh Jesús mío Vida, Camino y Verdad, Te ruego, tenme cerca de Ti, como la madre estrecha al seno a su niño pequeño, ya que yo no soy solamente una niña incapaz, sino un cúmulo de miseria y nulidad."

Que así sea. Amén.