lunes, 9 de mayo de 2022

EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA. Santo Tomás de Aquino


 

Lunes de la tercera semana de Pascua

EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

Santo Tomás de Aquino

El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna (Jn 6, 55).

1. Este manjar espiritual es semejante al corporal, por cuanto sin él no puede existir la vida espiritual, lo mismo que la vida corporal no existe sin el manjar corporal; pero además posee algo más que el corporal, porque produce, en el que lo toma, vida indeficiente, lo que no hace el alimento corporal; pues el que lo toma no está seguro de vivir. En efecto, puede ocurrir, como dice San Agustín, que los que le comen mueran, ya de vejez, ya de enfermedad u otro accidente, mientras que el que toma este manjar y bebida del cuerpo y de la sangre del Señor tiene vida eterna, y por eso es comparado al árbol de la vida. Árbol de vida es para aquéllos que la alcanzaren (Prov 3, 18). También se llama pan de vida: Lo alimentará con pan de vida y de entendimiento (Eclo 15, 3). Por eso dice: vida eterna. Lo cual significa que quien come este pan tiene en sí a Cristo, que es verdadero Dios y vida eterna. Posee vida eterna el que come y bebe, no sólo sacramental, sino también espiritualmente, esto es, no sólo tomando el sacramento, sino también llegando hasta la realidad del sacramento. Pues entonces está unido por la fe y la caridad a Cristo, contenido en el sacramento, de tal modo que se transforma en él y llega a hacerse miembro suyo; ya que este manjar no se convierte en el que lo come, sino que convierte en sí al que lo toma, según lo que dice San Agustín: “Soy manjar de los grandes; crece y me comerás; tú no me cambiarás en ti, sino que tú te transformarás en mí”. Por eso es un manjar que puede hacer divino al hombre, y embriagarlo en la divinidad. Grande es, por tanto, la utilidad de este manjar, porque da al alma la vida eterna.

II. Mas es también grande la utilidad de la Eucaristía, porque da la vida eterna al cuerpo. Por eso se añade: Y yo le resucitaré en el último día. Pues el que come y bebe espiritualmente, se hace participante del Espíritu Santo, por el cual nos unimos a Cristo con unión de fe y de caridad, y por el cual nos hacemos miembros de la Iglesia. El Espíritu Santo nos hace merecer la resurrección. El que resucitó a Jesucristo de entre los muertos, vivificará también vuestros cuerpos mortales por su espíritu, que mora en vosotros (Rom 8, 11). Por eso dice el Señor que al que come y bebe lo resucitará para la gloria; no para condenación, porque esta resurrección no sería provechosa. Con propiedad se atribuye tal efecto al sacramento de la Eucaristía; porque el Verbo resucitará las almas, mas el Verbo hecho carne resucitará a los cuerpos. En este sacramento no solamente está el Verbo según su divinidad, sino también según la verdad de la carne; y por consiguiente no es sólo causa de la resurrección de las almas, sino también de los cuerpos. Claramente se ve, pues, la utilidad de esta manducación. (In Joan, VI)