Martes de la quinta semana de Pascua
LA ORACIÓN DOMINICAL
Santo Tomás de Aquino
Posee la oración dominical cinco excelencias que se requieren en la oración. Pues la oración debe ser confiada, recta, ordenada, devota y humilde. Confiada, esto es, que lleguemos confiadamente oil trono de la gracia (Hebr 4, 16); que además no desfallezca en la fe, como dice la Escritura: Pídala con fe, sin dudar en nada (Stg 1, 6). Esta oración dominical es segurísima, pues fue compuesta por nuestro abogado, que es demandante sapientísimo, en el cual están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia (Col 2, 3). Por eso dice San Cipriano: “Teniendo a Cristo por abogado de nuestros pecados ante el Padre, empleemos las palabras de nuestro abogado, cuando pedimos por nuestros delitos”38. Más segura aparece, porque quien nos enseñó a orar, escucha la oración con el Padre, según aquello del Profeta: Clamará a mí, y yo le oiré (Sal 90, 15). Por eso dijo San Cipriano: “Es una oración amiga, familiar y devota la del que ruega al Señor con su oración. Por lo cual nunca nos retirarnos sin fruto de esta oración, pues por ella se perdonan las faltas veniales”39. Nuestra oración debe ser recta, es decir, que el que ora debe pedir a Dios lo que le conviene. Muchas veces no es escuchada la oración, porque se piden cosas inconvenientes. Es muy difícil saber lo que es menester pedir, como es muy difícil saber lo que se ha de desear, como dice el Apóstol: No sabemos lo que hemos de pedir como conviene; mas el mismo Espíritu pide por nosotros (Rom 8, 26). Pues si Cristo es quien da el Espíritu Santo, a él le corresponde enseñar lo que nos conviene pedir. Luego se piden rectísimamente las cosas que él mismo nos enseñó, a pedir. La oración debe ser ordenada como el deseo, pues la oración es intérprete del deseo. El orden debido es que en los deseos y oraciones prefiramos lo espiritual a lo carnal, lo celestial a lo terreno. Esto mismo nos enseñó el Señor en esta oración, en la que primero se piden los bienes celestiales y después los terrenos. La oración debe ser devota, porque la suavidad de la oración hace que el sacrificio de ésta sea acepto a Dios. En tu nombre alzaré mis manos; como de grosura y de gordura sea rellenada mi alma (Sal 62, 5). Mas la devoción se debilita muchas veces a causa de la prolijidad de la oración; por eso el Señor enseñó a evitar la prolijidad superflua de la oración en estas palabras: Cuando oréis, no habléis mucho (Mt 6, 7). Y San Agustín dice: “Lejos de la oración el mucho hablar, pero que no falte el llamamiento múltiple, si persevera la intención ferviente. Por eso el Señor instituyó esta breve oración. La devoción es resultante de la caridad, que es el amor de Dios y del prójimo, en el que se inspira esta oración; porque para indicar el amor divino, llamamos Padre a Dios; para señalar el del prójimo, oramos comúnmente por todos diciendo: Padre nuestro, y perdónanos nuestras deudas; a lo cual nos incita el amor del prójimo.”
La oración debe ser también humilde, como se dice en el Salmo: Miró a la oración de los humildes (Sal 101, 18); y en San Lucas con ocasión del fariseo y del publicano (Lc 16, 10 y sgtes.); y también, en Judit: Siempre te agradó la oración de los humildes y de los mansos (9, 16). Esa humildad tiene su lugar en esta oración; porque existe verdadera humildad cuando uno no presume en nada de sus fuerzas, sino que todo espera alcanzarlo de la virtud divina. (In Orat. Dominic.)