Lecciones del II Nocturno de Maitines
I domingo de Cuaresma
Sermón de San León, papa.
Sermo 4 de Quadragesima
Habiéndoos de predicar, carísimos, el sacratísimo y máximo ayuno, ¿qué exordio más apropiado que el que me proporcionan las palabras del Apóstol, por cuya boca hablaba el mismo Jesucristo, repitiendo lo que se os ha leído: “He aquí el tiempo aceptable, he aquí los días de salud”? Si bien es cierto que no existe tiempo alguno que no esté lleno de mercedes divinas, y que siempre la gracia de Dios nos facilita el acceso a su misericordia, con todo ahora, en que el recuerdo de aquel día en que fuimos redimidos nos invita, es conveniente que nuestras almas sean estimuladas a espiritual aprovechamiento y confianza. Así celebraremos el más excelente de los misterios, el de la pasión del Señor, con pureza de alma y de cuerpo.
Tan gran misterio merece incesante devoción y continua reverencia, y deberíamos permanecer en la presencia de Dios cual conviene que nos hallemos en la festividad de Pascua. Es esta fortaleza patrimonio de pocos: la observancia más austera se afloja por la flaqueza de la carne; con las ocupaciones de la presente vida, sucede necesariamente que el polvo mundano mancha incluso a las almas religiosas. Ha sido utilísima para nuestra salvación esta institución divina que, por medio de los ejercicios de cuarenta días, nos ayuda a recobrar la pureza de nuestras almas, reparando por medio de obras piadosas y castos ayunos las faltas de lo restante del año.
Al
entrar en estos días misteriosos, instituidos para purificar las almas y los
cuerpos, procuremos obedecer al Apóstol, preservándonos de cuanto pueda manchar
la carne y el espíritu, a fin de que el alma, que por voluntad de Dios debe
gobernar el cuerpo, consiga su dominación. No dando a nadie motivo de ofensa,
nos libremos de ser objeto de los vituperios de los calumniadores. Y a la
verdad, seríamos justamente reprendidos por los infieles; y por nuestras
perversas acciones las lenguas impías se armarían contra la religión, si las
costumbres de los que ayunan estuvieran en pugna con la pureza de una perfecta
continencia. Pues la perfección del ayuno no consiste solamente en la
abstinencia del manjar. No se priva fructuosamente al cuerpo del manjar, si el
alma no se aparta de las obras malas.