Martes de la cuarta semana de Cuaresma
EJEMPLO DE CRISTO CRUCIFICADO
Santo Tomás De Aquino
Cristo tomó la naturaleza humana para reparar la caída del hombre. Fue, por lo tanto, necesario que Cristo padeciese y ejecutase según la naturaleza humana todo aquello que puede darse como remedio contra la caída del pecado. El pecado del hombre consiste en que el hombre se da a los bienes corporales, y abandona los bienes espirituales. Fue, así, conveniente que el Hijo de Dios, por lo que hizo y padeció en la naturaleza humana que había tomado, se mostrase tal que los hombres tuviesen por nada los bienes y los males temporales, y no se diesen menos intensamente a los bienes espirituales, impedidos por el desordenado afecto hacia los temporales. Por eso eligió Cristo padres pobres pero perfectos en virtud, para que nadie se gloriase de la sola nobleza de la carne y de las riquezas de los padres. Llevó vida pobre, para enseñarnos a despreciar las riquezas. Vivió privado de dignidades, para apartar a los hombres del apetito desordenado de los honores. Padeció trabajos, sed, hambre y azotes del cuerpo, para que los hombres, tentados por las delicias y voluptuosidades, no se desviasen del bien de la virtud a causa de las asperezas de esta vida. Sufrió, por último, la muerte, para que no abandonasen algunos la verdad, por el temor de la muerte. Y para que nadie temiese padecer muerte ignominiosa por la verdad, eligió el género de muerte más ignominioso, esto es, la muerte de cruz. Fue, también, conveniente que el Hijo de Dios hecho hombre sufriese la muerte, para excitar a los hombres con su ejemplo a la virtud, a fin de que de este modo fuera verdad lo que dice San Pedro: Cristo padeció también por nosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus pisadas (I Ped 2, 21) (Contra Armen. Sarac., VII) Mas Cristo padeció por nosotros, dejando ejemplo de tribulación, de afrentas, de azotes, de cruz, para que sigamos sus pisadas. Si sufriéremos tribulaciones y padecimientos por Cristo, reinaremos también con él en la eterna bienaventuranza. A este respecto dice San Bernardo: “Qué pocos, Señor, quieren ir detrás de ti, siendo así que no hay nadie que no quiera llegar a ti, sabiendo todos que los deleites están a tu diestra hasta el fin; por eso todos quieren gozarte, pero no quieren imitarte de la misma manera; desean reinar contigo, pero no sufrir contigo; no se cuidan de buscar, a quien, sin embargo, desean hallar, ansiando conseguir, pero no seguir.” (De Humanitate Christi, cap. 47)