martes, 25 de noviembre de 2025

26. DEBERES DE JUSTICIA PARA CON EL PURGATORIO. MES A LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO

DÍA 26

DEBERES DE JUSTICIA PARA CON EL PURGATORIO

 

MES DE NOVIEMBRE

EN SUFRAGIO DE

LAS BENDITAS ALMAS

DEL PURGATORIO

Francisco Vitali

 Por la señal…

ORACIÓN INICIAL

Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima y de la de tu Hijo bendito.

Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa ante tu Hijo por las almas del purgatorio. Amén.

 

Se lee lo propio de cada día.

DÍA 26

MEDITACIÓN

Deberes de justicia para con el Purgatorio

El hombre ha sido formado de tal modo que sabe, generalmente hablando, resistir los impulsos del corazón y a vista de las miserias de los otros se conmueve de tal manera, que da y promete todo cuanto puede. Estos efectos de la benéfica naturaleza se palpan particularmente en la circunstancia de la muerte, cuando en el momento de separarnos de las personas que nos son tan queridas nos encomendamos a su piedad y, movidos a compasión, les ofrecemos y prometemos una eterna memoria y una perenne comunicación de piadosos sufragios. Mas, ¡ay!, con el sonido lúgubre de las campanas se desvanece por lo común la memoria de los muertos y concluidos aquellos últimos oficios de la religión, ningún sufragio se hace ya por aquellas desoladas almas, que reclaman en vano de entre las llamas la fe de la aceptada promesa. ¿Querremos también nosotros quebrantar la palabra dada a nuestros muertos?, ¡ah, no!, que cuanto más vehementes son los padecimientos en el Purgatorio, tanto más viva debemos con conservar su memoria, tanta mayor fidelidad y constancia debemos mostrar en las promesas. Muchas veces, empero, el débito de sufragar a las almas de los muertos no sólo dimana de promesas, sino también de justicia, y esto se verifica cuando tenemos que satisfacer legados piadosos. La religión, la justicia y todo el orden social prescribe y manda la ejecución de los piadosos legados y aquellos que no los cumplen, apropiándose sus rentas, son defraudadores, son ladrones sacrílegos, son desapiadados verdugos de las almas abandonadas a la voracidad del fuego, contra los cuales reclaman así las leyes divinas como humanas. ¡Miserable de aquel que se alimenta de las oblaciones de los muertos!, él cree tener una buena mesa impunemente y no advierte que se alimenta de un manjar que cuanto es benéfico para los difuntos, otro tanto es pernicioso para los vivos. Muchas son las familias que se arruinan por no haber satisfecho las obligaciones de misas y demás piadosos legados de los autores de sus días. Seamos, por tanto, no sólo diligentes, sino aun escrupulosos sobre este particular para no atraer sobre nuestra cabeza las maldiciones del Cielo. El Concilio de Trento impone a los señores obispos la obligación de vigilar cuidadosamente el cumplimiento de los piadosos legados, el Yacente, aprobado por san León el grande, ordena que sean arrojados como infieles de los lugares sagrados los que se apropian las obligaciones de los muertos o retarden el entregarlas a la Iglesia, y otros concilios ordenan que sean separados éstos de la comunión eclesiástica por todo el tiempo que dilaten la ejecución de la piadosa voluntad de los difuntos. Estas leyes tan rígidas y estas penas tan severas nos dan bien a conocer cuán grave delito sea el defraudar de los sufragios prescritos la esperanza de los muertos. Pues si los mismos gentiles eran tan religiosos para con los muertos que no se atrevían a apoderarse ni aun de sus vestidos, sino que juntamente con el cadáver los quemaban en holocausto, ¿con cuánta mayor razón deberían los fieles emplear en sufragio de los difuntos lo que ellos mismos se reservaron para su alma?

 

ORACIÓN

No permitáis jamás, ¡oh gran Dios! que nosotros faltemos a los deberes de justicia, con las almas santas del Purgatorio. Harto sagrado es su derecho, muy imponente es nuestra deuda, así por las promesas que les hicimos, como por los legados por ellos impuestos. Son muy justas las leyes de la Iglesia contra los sacrílegos defraudadores de las obras pías, y merece justamente vuestra terrible indignación el que quiere alimentarse con el pan de los muertos. Mas nosotros, ¡oh Señor!, queremos satisfacer plenamente todas las obligaciones que nos incumben, y os suplicamos os dignéis aceptar esta satisfacción en descuento de lo que nuestros difuntos deben a vuestra justicia, para que cuanto antes, puedan verse libres de las abrasadas cadenas del Purgatorio, y conseguir la tan suspirada y dichosa libertad del Paraíso. Amén. 

 

JACULATORIA

Eterno Padre, por la preciosísima sangre de Jesús, misericordia.

(x3)

V. No te acuerdes, Señor, de mis pecados.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

V. Dirige, Señor Dios mío, a tu presencia mis pasos.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

V. Dales, Señor, el descanso eterno y luzca para ellos la luz eterna.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

 

Padre nuestro… (se recita en silencio)

 

V. Libra, Señor, sus almas.

R. De las penas del infierno.

V. Descansen en paz.

R. Amén.

V. Señor, escucha nuestra oración.

R. Y llegue a ti nuestro clamor.

 

Oremos. Oh Dios mío, de quien es propio compadecerse y perdonar: te rogamos suplicantes por las almas de tus siervos que has mandado emigrar de este mundo, especialmente por las almas de nuestros familiares, amigos y bienhechores (pueden nombrarse por su nombre  propio), para que no las dejes en el purgatorio, sino que mandes que tus santos ángeles las tomen y las lleven a la patria del paraíso, para que, pues esperaron y creyeron en ti, no padezcan las penas del purgatorio, sino que posean los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

V. Dales, Señor, el descanso eterno.

R. Y brille para ellos luz perpetua.

V. Descansen en paz.

R. Amén.

 

 

26. EJEMPLOS DE DEVOCIÓN A LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO

Un buen soldado que hasta la vejez había servido honradamente a Carlo Maguo, hallándose en artículo de muerte, llamó al único sobrino que quedaba de la familia, y no teniendo más bienes que un caballo con sus arreos, le encargó que lo vendiese después de su muerte, y emplease el precio en sufragios de su alma.

Aceptó el sobrino el deber de cumplir la voluntad de su tío, quien murió de allí a pocas horas; pero el hecho no correspondió a la promesa. Era el caballo tan precioso que, comenzando el joven a servirse de él en algunos viajes, le pareció tan bueno, que se lo hacía cosa muy dura el deshacerse de él.

Iba, por tanto, dilatando la venta, y pasando días y aun meses, se adormeció su conciencia de manera, que llegó a olvidarse enteramente de su tío, y de la obligación que le había dejado, tanto, que ya miraba el caballo como propio; pero mientras disfrutaba de él tranquilamente, una voz desconocida vino a turbar su paz en una


noche, y la voz era la de su tío, el cual le reprendió su cruel descuido: ¿por qué, lo dijo, has tu violado la obligación que yo te impuse, y la fe que tú me juraste?

Por ti he debido sufrir largos y penosos tormentos en el Purgatorio; más por la misericordia de Dios estoy ya libre, y en este instante vuelo a gozar de la gloria eterna. Pero sábete, que en pena de tu delito te espera una muerte próxima, y después de la muerte un singular castigo para ejemplo de otros.

Y no sólo serás castigado por tus culpas, sino también por las mías, y pagarás por mí lo que me quedaba por satisfacer a la divina justicia. Desfallecido a tal intimación el sobrino, y pensando arreglar sus cosas para la otra vida, cumplió el legado de su tío, dispuso su propia alma para evitar la muerte eterna, mas no pudo evitar la enunciada muerte del cuerpo, que de allí a pocos días vino a arrebatarlo.

La ingratitud y la injusticia para con los difuntos, es muy aborrecible a los ojos de Dios, que la castiga muchas veces en este mundo y en el otro. Sírvanos, pues, de lección saludable el ejemplo de otros, para no cometer tan grave delito.

26 DE NOVIEMBRE.- SAN LEONARDO DE PORTO MAURICIO, FRANCISCANO (1676-1751)

 


26 DE NOVIEMBRE

SAN LEONARDO DE PORTO MAURICIO

FRANCISCANO (1676-1751)

ESTE Gran Misionero del siglo XVIII —como le llamó San Alfonso María de Ligorio— cuyas predicaciones dejaron tan profunda huella en toda Italia, mereció que el excelentísimo señor Pieragostini, obispo de San Severino, le dedicara el siguiente elogio, tan cabal como ingenioso: «Leonardo es un león —en latín leo— por el imperio de su voz, y un nardo que regocija a la Iglesia por la suave fragancia de sus ejemplos».

Celo de apóstol y virtud de santo: he ahí el nervio de aquella vida pura y ardiente que amaneció en Puerto Mauricio —Génova— el 20 de diciembre de 1676, y se extinguió en la Ciudad Eterna, entre célicos resplandores, el 26 de noviembre de 175.1.

La atmósfera que le rodea desde sus primeros años es sinceramente piadosa y, por sencilla, franciscana. El hecho de que cuatro de sus cinco hijos entren en religión, nos evita hacer el panegírico del hogar formado por Domingo Casanova y Ana María Benza. A los catorce años de edad, con el nombre de Pablo Jerónimo, sale de Puerto Mauricio, camino de la Ciudad Eterna, el futuro San Leonardo. Su tío paterno, Agustín Casanova, le costeará los estudios en el Colegio Romano, que dirigen los jesuitas. Es un joven de carácter franco y comunicativo, de viva inteligencia, de costumbres irreprochables. Pronto pone cátedra de religiosidad y aprovechamiento en medio de la bulliciosa ciudad estudiantil. Se alista en la asociación de los Doce Apóstoles, en la que quema sus primeras ilusiones misioneras. Intima con los Padres del Oratorio, quienes le ponen en las manos un libro de oro: la Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales. Se ha dicho que a los que buscan los caminos del bien, Dios se les manifiesta a sí mismo como único y perfecto ideal. Leonardo siente también en su alma el aldabonazo del divino llamamiento. Y para seguirlo, no duda en romper con todo, hasta con su propio tío, que se opone tenazmente a su vocación religiosa. El porte modesto que observa cierto día en dos frailes franciscanos le decide por la seráfica Orden, en cuyo noviciado de Ponticelli ingresa en 1697. Al año siguiente hace la profesión religiosa, prosiguiendo los interrumpidos estudios en San Buenaventura del Palatino. Durante algún tiempo regenta la Cátedra de Filosofía, pero tiene que abandonarla por falta de salud. Para recuperarla lo envían sus superiores a Nápoles, y. luego a Puerto Mauricio, Lo que no logran la medicina, ni los aires nativos, se lo consigue la Santísima Virgen. Leonardo, agradecido, le promete consagrarse en lo sucesivo al apostolado misional, marco de sus ilusiones...

En efecto, a él dedica cuarenta años de su vida, hasta agotar todas sus fuerzas físicas, porque el espíritu, vivo y fuerte, no desfallecerá. Predica en los grandes centros urbanos —Roma, Florencia, Génova— y en las aldeas más humildes de Italia. Su celo no teme ni desdeña ningún auditorio: papas, cardenales, obispos, religiosos, profesores y alumnos universitarios, oficiales y soldados, gentes de mal vivir, pobres y mendigos. Más aún: para que nadie quede sin misionar, visita a los enfermos, a los presos y a los condenados, sin reparar en sacrificios. Sus sermones — publicados algunos después de su muerte, así como una colección de meditaciones, llamada Camino del Paraíso — son auténticas manifestaciones de piedad. Quince, veinte, treinta mil personas se congregan en torno del Gran Misionero. El milagro le acompaña siempre, fecundando sus obras y palabras. En Metálica, devuelve la vista a Francisca Benigni; en San Germán, las campanas tocan por sí solas, anunciando su llegada; el granizo asola las cosechas de un pueblo que se niega a recibirle. Raros, rarísimos, son los reacios a su llamamiento, aun en circunstancias en que la prudencia humana hace suponer lo contrario, como sucede en Gaeta y Liorna, donde un baile de máscaras acaba en procesión penitencial. Mas el secreto del éxito de Fray Leonardo no estriba en artificios retóricos. Posee, sí, todas las cualidades del orador popular —ancha simpatía, amplitud cordial, humanidad, comprensión, vehemencia, voz sonora, verbo ardiente— pero, si somete los más duros corazones al imperio de su voz apostólica, se debe, sobre todo, a su fe vivificante, a su caridad pacificadora, al influjo decisivo de su incomparable santidad.

El año 1740, falto ya de energías, manifiesta deseos de abandonar el apostolado activo. El gran duque de Toscana, Cosme III, le ha donado una casa —Santa María de l'Incontro— en la que, alejado del bullicio del mundo, podría esperar en paz la última llamada... Pero Benedicto XIV le dice:

— Hijo, soldado eres de Cristo. Has de caer con las armas en la mano.

Así fue. El Santo obedeció con alegre humildad. Diez años más de misiones gloriosas, dolorosas, coronaron su vida venerable y austera. Predicó el Jubileo de 1750 en la plaza Navona, con asistencia del Pontífice; la clausura del Año Santo, en la iglesia de San Andrés «del Valle»; en la erección del Vía Crucis del Coliseo, y —en una suprema jira misional— en la ciudad de Luca. El pueblo de Barbarolo recogió las últimas vibraciones apostólicas del Gran Misionero que, totalmente rendido y agotado, entregó su espíritu al Señor el 26 de noviembre de 1751, mientras, por orden suya, se entonaba el Te Deum...