El
largo pontificado de San Silvestre (del 314 al 335) transcurrió paralelo al
gobierno del emperador Constantino, en una época muy importante para la Iglesia
que acababa de salir de la clandestinidad y de las persecuciones. Fue en ese
período cuando se formó una organización eclesiástica que duraría varios
siglos. En esta obra tuvo Constantino un lugar de consideración. Este,
efectivamente, era el heredero de la gran tradición romana imperial y por eso
se consideraba el legítimo representante de la divinidad (nunca renunció a
ostentar el título pagano de "pontifex maximus"), y por tanto del
Dios de los cristianos.
Fue
él, por tanto, y no el Papa Silvestre, quien convocó en el 314 un sínodo para
acabar con el cisma que había estallado en Africa; y fue también él quien
convocó en el 325 el primer concilio ecuménico de la historia, en Nicea
(Bitinia), residencia veraniega del emperador.
Al
obrar así, Constantino introdujo un método de intromisión del poder civil en
los asuntos eclesiásticos que tendría desastrosas consecuencias. Pero por ahora
las consecuencias fueron positivas, entre otras cosas por la buena armonía que
reinaba entre el Papa Silvestre y Constantino. Este, en efecto, no ahorró sus
aprobaciones y sus apoyos aun económicos para la vasta obra de construcción de
edificios eclesiásticos.
Precisamente
Constantino, en su calidad de "pontifex maximus", fue quien pudo
autorizar y consentir el "sacrilegium" de construir una gran basílica
en honor de San Pedro sobre la colina Vaticana, después de haber parcialmente
destruido o tapado el cementerio pagano, descubierto por las excavaciones
ordenadas por Pío XII en 1939. Fue también la colaboración entre el Papa
Silvestre y Constantino la que permitió la construcción de otras dos
importantes basílicas romanas, una en honor de San Pablo sobre la vía Ostiense,
y sobre todo la otra en honor de San Juan.
Inclusive,
Constantino quiso manifestar su simpatía por el papa Silvestre dándole su mismo
palacio lateranense, que desde entonces y por varios siglos fue la residencia
de los Papas.
De lo que obraron
en estos días nuestra Señora y el glorioso san José.
MEDITACIONES DIARIAS
DE LOS MISTERIOS
DE NUESTRA SANTA FE,
por el P. Alonso de Andrade,
DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS.
ORACIÓN
PARA COMENZAR
Por
la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor
mío y Dios mío: creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te
adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para
hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José, mi padre
y señor, Ángel de mi guarda: interceded por mí.
30 de diciembre
MEDITACIÓN
De lo que obraron
en estos días nuestra Señora y el glorioso san José.
PUNTO
PRIMERO.
Cuatro géneros de personas visitaron a nuestra Señora estos días; los ángeles, los
pastores, San Simeón y Ana profetisa, como escribe San Lucas en el cap. 2 , y
conforme a esto meditarás en los cuatro puntos de esta meditación: lo primero
es el júbilo de la Virgen y del glorioso San José, cuando vieron a Cristo
adorado de los ángeles en la tierra como lo estuvo en el cielo, las gracias que
le darían al Eterno Padre por la honra que hacía a su Hijo, y los
agradecimientos a los ángeles por la humildad con que le reconocían por su Dios
y Señor: gózate de tener tal Redentor, y de verle reverenciado de los espíritus
angélicos: dales mil parabienes a la Virgen María y a su esposo San José, y aprende
a reverenciar y servir a Dios con cuerpo y mente como los ángeles del cielo.
PUNTO
II.
Considera cómo entraron los pastores en aquel pobre portal a adorar a Cristo, y
atiende a las palabras que dirían a la Santísima Virgen su Madre; cómo le darían
el parabién con sencillas palabras, nacidas de sus corazones sin doblez, del
Hijo que Dios le había dado, y le contarían lo que les había pasado con el
ángel, y lo que les había dicho, y los ejércitos de ellos que habían visto en
los aires, cantando himnos y alabanzas a Dios en las alturas y paz a los
hombres en la tierra de buena voluntad y dice San Lucas, que nuestra Señora
guardaba todas estas palabras, rumiándolas y meditándolas en su corazón, y que
los pastores dieron parte a muchos de lo que habían oído y visto: a donde
tienes mucho que pensar y aprender en la candidez con que los pastores dan el parabién
a nuestra Señora, a dársele tú también con tan entera voluntad: medita el
retorno de la Virgen, y las palabras tan llenas de humildad y agradecimiento
que les diría, y el júbilo que con ellas sentirían en sus almas, y procura
hacerte digno de oír otras tales de su boca, y a ser agradecido a quien te
hiciere bien: aprende de esta Señora a conservar en tu pecho los misterios
divinos, y a meditarlos con ella en lo interior de tu corazón; y de los
pastores a comunicar a tus prójimos las mercedes que el Señor te hiciere, cuando
fuere conveniente para bien de sus almas; y pídele al Señor gracia para cumplir
todo esto.
PUNTO
III.
Considera lo que dice San Lucas, que estaban la Virgen y el glorioso San José
admirados de las cosas que se decían del Niño Dios y de aquel Señor abreviado;
y mira que si tú no te admiras de sus misterios, es porque no los meditas, ocupado
en otras cosas del siglo; ni oyes lo que de él se predica, porque te diviertes
en los negocios del mundo. Saca de aquí propósitos de dar de mano a todo lo
terreno para atender a lo divino y celestial: oye y medita lo que dijo de Cristo
el Santo Simeón, conviene a saber: que este Niño había nacido para ruina y resurrección
de muchos de Israel; para ruina de los malos que no le recibieron, y resurrección
de los que le recibieron y adoraron y siguieron sus pisadas: entra la mano en
tu pecho, y considera si ha nacido el Redentor para bien o ruina de tu alma:
mira cómo le has recibido y tomado sus ejemplos y seguido sus pisadas, y gime y
llora tu descuido y la tibieza que has tenido hasta aquí, y empieza desde hoy
con fervor a entrar en su santo servicio, porque no se trueque en ponzoña por
tu malicia la triaca que Dios te ha dado para salud de tu alma.
PUNTO
IV.
Considera cómo ordenó Dios que viniese también una santa mujer, viuda, honesta
y sabia, de mucha penitencia, oración y asistencia al templo, a reconocer a
Cristo y publicar sus loores a todos los de Israel, para que de todos estados
fuese reconocido y adorado el Redentor, no les quedase escusa a los del pueblo,
pues sabiéndolo no le reconocieron: contempla el eco que todas estas cosas harían
en el corazón de su Santísima Madre, y cómo alabaría y engrandecería a Dios por
ellas, y acompáñala en darle loores y alabanzas con todos: gózate de que sea
alabado y glorificado en la tierra como en el cielo, y pide a todas las
criaturas que le alaben y glorifiquen y suplan lo que a ti te falta.
ORACIÓN
PARA TERMINAR TODOS LOS DÍAS
Te
doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones
que me has comunicado en esta meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra.
Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, Ángel de mi guarda:
interceded por mí.
La
rabia y crueldad de los gentiles contra los fieles habían llegado a tal extremo
en tiempo de Diocleciano y Maximiano, que por edicto imperial se habían puesto
ídolos en todos los mercados, en los molinos públicos, en los hornos, en los
caminos, en los mesones, en las fuentes públicas, en los pozos y en los ríos,
para que nadie pudiese tomar agua, moler trigo ni comprar cosa alguna sin que
hubiese adorado antes a los simulacros de los falsos dioses.
Pero
el Señor suscitaba ilustres héroes que con su celo apostólico, su ejemplo y sus
prodigios, alentaban a los fieles a menospreciar todos los artificios de
aquella tiranía infernal: y uno de estos héroes cristianos fue el admirable san
Sabino, obispo de Espoleto en Umbría: el cual, cuando más arreciaba la
persecución, y se veían en todas partes horcas levantadas, hogueras encendidas,
potros, calderas de aceite hirviendo, uñas de hierro y otras invenciones de
torturas, recorrió todas las ciudades y pueblos de la provincia, consolando y
esforzando a los fieles, con sus exhortaciones y con los santos sacramentos.
Noticioso
al fin el gobernador de Toscana, llamado Venustiano, de que el obispo Sabino
estaba en Asís y que no cesaba día y noche de alentar a los cristianos y
visitar aun a los que estaban escondidos en cuevas subterráneas, pasó a Asís y
le hizo buscar y prender juntamente con Exuperancio y Marcelo, sus diáconos, y
cargado de cadenas los encerró en una horrorosa cárcel. Pocos días después los
hizo presentar a su tribunal, y les mandó adorar una pequeña estatua de
Júpiter, hecha de coral y de oro: y el santo, tomando el ídolo con sus manos,
lo arrojó al suelo, y lo hizo pedazos.
Ordenó
el presidente que allí mismo le cortasen las manos al santo obispo, y
extendiesen en el potro a Exuperancio y a Marcelo y los moliesen a palos hasta
matarlos, a los cuales no cesó de animar Sabino hasta que murieron. Serena,
dama cristiana y riquísima, visitó al santo en la cárcel, y le rogó que curase
a un sobrino que estaba ciego, y el mártir le alcanzó luego la vista.
Con
este milagro se convirtieron quince presos. También el gobernador Venustiano
fue atormentado con grandes dolores en los ojos, por espacio de un mes, y por
esta causa no pasó adelante en el suplicio del santo obispo, y como el dolor
creciese cada día, y le dijesen que Sabino acababa de dar la vista a un ciego,
fue a la cárcel con su mujer y dos hijos y rogó al santo que le perdonase los
tormentos que le había hecho sufrir, y le aliviase los que él padecía en los
ojos. Respondióle el santo que alcanzaría esta gracia si quería creer en
Jesucristo y se bautizaba. Aceptó el gobernador el partido, y arrojando al río
los pedazos del ídolo de coral, pidió al santo que le instruyese en la fe, y al
instante se halló curado, y recibió el bautismo con toda su familia: lo que
habiendo llegado a oídos del emperador, mandó que les cortasen la cabeza.
Finalmente, Lucio, sucesor de Venustiano, hizo conducir a Espoleto a san
Sabino, donde le mandó azotar con látigos forrados de plomo, hasta que expiró.
Reflexión
: ¡Cuánta verdad es que jamás Dios se deja vencer en generosidad de sus
siervos! Si como san Sabino resiste denodado y confiesa su fe, parece que pone
a su disposición toda su omnipotencia, según, son los milagros y conversiones
que obra. Por muchos sacrificios que hagas por El, siempre serán mayores las
gracias que te conceda.
Oración
: ¡Oh Dios omnipotente! Vuelve tus ojos compasivos sobre nuestra debilidad, y
pues nos agrava el peso de nuestras miserias, concédenos la protección del
bienaventurado Sabino, tu mártir y pontífice. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Amén.
P.
Francisco de Paula Morell, s.j., Flos Sanctorum de la familia cristiana, Buenos
Aires, Libreria editorial Santa Catalina, 1949.