En
el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no
se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de
los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió
un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: este venía como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz,
sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra
a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio
de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero
a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en
su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón,
sino que han nacido de Dios. [Genuflexión] Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y
hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia
y de verdad.
Cantamos
con el himno de I Vísperas de esta fiesta: "Hoy grande gozo en el cielo,
todos hacen, porque en un barrio del suelo, nace Dios." ¡Qué gran gozo y
alegría, tengo yo! Nace en mí, nace en cualquiera, si hay amor; nace donde hay
verdadera comprensión. ¡Qué gran gozo y alegría, tiene Dios. Amén.
Las
tinieblas dieron paso a la luz. Las profecías a la realidad. El Martirologio
anuncia así este venturoso día, el más bello que contemplaron los siglos:
"Jesucristo, eterno Dios e Hijo del eterno Padre, queriendo consagrar el
mundo con su misericordiosísimo advenimiento, concebido del Espíritu Santo,
pasados nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judá, de la
Virgen María, hecho Hombre".
Ha
llegado la plenitud de los tiempos, las semanas anunciadas por el profeta
Daniel. Los ángeles lo anunciaron a los pastores: "Os anuncio una gran
alegría para vosotros y para todo el pueblo: cerca de aquí, en la ciudad de
David, acaba de naceros un Salvador, el Cristo, el Señor". A esta inmensa
alegría se suman también los cielos y los aires, ya que desde allí se oye el
sublime cántico: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los
hombres a quienes Dios ama".
Este
día divide toda la historia de la humanidad en dos mitades: Hasta él y desde
él. Cristo es el eje de la historia de toda la humanidad y para todos los
tiempos. Es la Buena Noticia por excelencia. Por ello el mundo, por los siglos
de los siglos, sólo podrá corresponder a tanto amor y benevolencia de parte de
Dios, celebrando esta reina de las fiestas con inmenso amor y gratitud. El Hijo
de Dios se hace hijo de mujer para hacer al hijo del hombre hijo de Dios.
Las
palabras tan profundas de San Juan tienen cumplimiento este día: "En el
principio estaba el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Y
el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros". Ha llegado la plenitud de
los tiempos, de la que habla San Pablo, y el Hijo de Dios quiso nacer de Mujer,
y esta Mujer era María.
El
himno del Oficio de Lecturas de este día canta los efectos de esta Venida, de
este Nacimiento tan singular: "La plenitud del tiempo está cumplida; rocío
bienhechor, baja del cielo, trae nueva vida, al mundo pecador. ¡Oh santa noche!
Hoy Cristo nacía, en mísero portal; Hijo de Dios recibe de María, la carne del
mortal. Hoy, Señor Jesús, el hombre en este suelo, cantar quiere tu amor, y,
junto con los ángeles del cielo, te ofrece su loor. Este Jesús en brazos de
María, es nuestra redención; cielos y tierra con su brazo unía, de paz y de
perdón. Tú eres el Rey de paz, de ti recibe, su luz el porvenir; Ángel del gran
Consejo, por ti vive, cuanto llega a existir".
El
cristiano hoy debe saltar de alegría. Debe ser generoso. Nadie debiera hoy
pasar hambre ni tener sed. Debiera desaparecer la guerra, el odio, el
terrorismo, el pecado, la maldad del corazón del hombre. Ante un Niño que a la
vez es Dios sólo cabe la postura de clavarse de rodillas y decirle: Te amo,
perdóname. Lo viene así a cantar el precioso himno de Laudes: "Hermanos,
Dios ha nacido, desde un pesebre. Aleluya. Hermanos, cantad conmigo: «Gloria a
Dios en las alturas» . ...Hoy mueren todos los odios, y renacen las ternuras...
El corazón más perdido, ya sabe que alguien le busca . ...El cielo ya no está
solo, la tierra ya no está a oscuras".
¡Alegría,
hermanos, hoy es Navidad! Siempre que hagamos algo bueno... ¡Es Navidad! Que lo
sea todos los días de nuestra vida.
Por
la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos líbranos, Señor, Dios nuestro.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Señor
mío y Dios mío: creo firmemente que estás aquí, que me ves, que me oyes. Te
adoro con profunda reverencia. Te pido perdón de mis pecados y gracia para
hacer con fruto este rato de oración. Madre mía Inmaculada, San José, mi padre
y señor, Ángel de mi guarda: interceded por mí.
25 de diciembre
MEDITACIÓN
Del nacimiento de Cristo nuestro Señor.
PUNTO
PRIMERO.
Lo primero se ha de considerar cómo la Purísima Virgen se recogió con su santísimo
esposo San José en un albergue pobre, que estaba en los arrabales de Belén y servía
de establo para los animales y de refugio a los pobres: allí se recogieron como
pobres, y no habiendo hallado quien los albergase en todo el pueblo, y reconociendo
la Virgen que se llegaba el tiempo en que había de salir al mundo su Redentor,
se retiró sola, como dice San Buenaventura (1)
, a lo más oculto de aquel lugar, y allí compuso el heno con la mayor decencia
que pudo en un pesebre, y descalza e hincada de rodillas, el cabello tendido por
los hombros, las manos y los ojos levantados al cielo y su alma en altísima contemplación,
oró al Eterno Padre afectuosamente que cumpliese en aquella hora su palabra, y
diese al mundo su Redentor, y bañada su alma de un gozo inefable, sin riesgo de
su entereza, antes quedando más pura, se penetró el Verbo Eterno encarnado por
sus purísimas entrañas, y vio delante de sí en el heno que había dispuesto al
Redentor del universo y al Hijo de Dios hecho hombre, y luego se oyeron
cánticos y músicas celestiales, y se sintió una fragancia de suavísimo olor, y
el establo de bestias se trocó en trono de gloria y corte del cielo; y añade
San Buenaventura, que fue revelado a un religioso contemplativo de su Orden,
que la Virgen tomó a su Santísimo Hijo con suma reverencia, y le envolvió en la
toca de su cabeza, diciéndole aquellas palabras que se refieren comúnmente
haberle dicho: Bene veneris, Deus meus,
Dominus meus, et filius meus: Seáis bien venido al mundo, Dios mío, Señor mi
e Hijo mío, y luego le aplicó a sus virginales pechos, y llegó el glorioso San
José lleno de gozo a reverenciarle y adorarle, y dar el parabién a la Virgen:
hasta aquí San Buenaventura. A donde tienes mucho que meditar y ponderar: lo
primero, el desamparo con que nace el Rey del cielo en aquel pobre portal,
estando los pecadores tan acomodados y servidos en la opulencia de sus
riquezas; lo segundo la modestia, contemplación y devoción de la Purísima Virgen,
y el gozo y alegría que Dios la comunicó en aquella hora tan merecida a sus heroicas
virtudes, y cómo se carearían el Hijo con la Madre y la Madre con el Hijo, y
mudas las lenguas hablarían los corazones: contempla los secretos que el Hijo
la descubriría en aquel tiempo, y el afecto amoroso con que le abrazaría su
Santísima Madre, y las palabras tan tiernas y dulces que le diría, el dolor que
tendría, viéndole padecer las inclemencias del tiempo, hallándose tan pobre de
todo lo necesario para servirle y regalarle: contempla el gozo y devoción del
glorioso San José, viendo al deseado de las gentes nacido para remedio de los
hombres, la humildad con que le adoraría, y el amor y respeto con que lo tomaría
en sus brazos y le juntaría con su rostro; y si el Santo Simeón tuvo tan grande
consuelo cuando le recibió en el templo, que pidió al Señor le sacase de la
cárcel de su cuerpo, porque ya no le quedaba más que ver y desear; ¡qué gozo sería
el de este santo patriarca en esta hora, viéndole y teniéndole en sus brazos, y
uniéndose íntimamente con él! Entra en este dichoso y rico establo, adora y
reverencia a este Divino Infante por tu Dios y por tu rey, y pide a la
Beatísima Virgen que te le conceda tocar y recibir, aunque indigno de tan
grande merced: ofrécela las telas de tu corazón, tu vida y tu alma y todas tus
potencias y sentidos para albergue suyo, si las quiere recibir.
PUNTO
II.
Considera cómo la Beatísima Virgen, por abrigar más a su Benditísimo Hijo, le
hizo cama del pesebre, aplicándole el heno y las pajas y el hálito de los animales
contra el rigor del frío. Pondera con San Bernardo (2) la lección que lee desde la cátedra de aquel pesebre, y las
virtudes que enseña para caminar al cielo. Isaías profetizó, dice el santo (3), que había de saber reprobar lo
malo y escoger lo bueno; y vemos que desde la primera hora que puso los pies en
la tierra, reprobó la opulencia del mundo, las riquezas, los regalos, la
soberbia de la vida , las honras y la estimación de los hombres, y todo cuanto
el mundo adora; y escogió la pobreza, naciendo y viviendo en tanta mendiguez;
la penitencia, haciéndola tan rigurosa , padeciendo tan grandes incomodidades
en la cama, en el vestido, en el albergue, en el frío, escogiendo para nacer lo
más riguroso del invierno y el temple mas destemplado al hilo de la media noche
en sumo desabrigo y necesidad; la humildad, aposentándose en tan bajo lugar, naciendo
en tan corto pueblo, tan desconocido y despreciado, a la media noche, estando
el mundo en silencio, tan callado que ni aún voz tiene para hablar, Infans non fans, dice San Bernardo, infante
y niño sin voz; porque siendo la palabra y voz del Padre, viene mudo por su
humildad. Contempla su paciencia, su mansedumbre, su ardentísima caridad con
qué te ama y padece por ti, y el resto de las virtudes que te enseña desde
aquella cátedra del pesebre, y pídele afectuosamente que te dé luz para
conocerlas, y fuego de caridad para cumplirlas, y gracia para imitarle y
enderezar el camino de tu vida, por el que te enseña con su ejemplo.
PUNTO
III.
Entra con humildad y devoción en este portal, y adora y reverencia a tu
Redentor hecho hombre por ti: dale infinitas gracias por la merced que te ha
hecho en bajar de los cielos a sacarte del cautiverio en que estabas, a costa
de tantos trabajos, por haberse vestido de nuestra carne y haberse hecho
hermano tuyo: entra con la consideración en lo íntimo de su pecho y mira el
amor que arde en su corazón, el juicio entero en su entendimiento, la suma
sabiduría de que está adornado, la luz y conocimiento de todo lo pasado,
presente y porvenir, y cómo a todos los hombres y a sí mismo los miraba allí
presentes, y estaba ofreciendo su vida en sacrificio al Eterno Padre por tu
bien: mira y contempla la grandeza de Dios humillada en aquel niño, abreviada
su inmensidad, ligada su omnipotencia, disimulada su sabiduría: mira aquel niño
grande y aquel Rey pobre y aquel omnipotente disimulado en un tierno infante:
admírate de ver las trazas del Altísimo y las finezas de su grande amor;
exclama, gozándote de tener tan buen Dios y Señor, y dale millares de millares
de gracias por las grandes mercedes que te hace, y pídele otras nuevas, pues
baja de los cielos a hacértelas: levanta los ojos al cielo, y contémplale en el
trono de su gloria, adorado de los serafines y querubines y de toda la corte
celestial; y coteja aquel trono con este pesebre, aquel cielo con este portal,
aquella riqueza con esta pobreza, aquella majestad con esta humildad, aquella
corte con este desamparo, y mira que es el mismo el que allí está reverenciado
de la corte celestial, y el que aquí está olvidado de los hombres, llora su
ceguedad y su ignorancia, y rompe en deseos de servirle, predicarle, darle a
conocer al mundo, y de humillarte y abatirte con su ejemplo más que el polvo de
la tierra.
PUNTO
IV.
Considera cómo en naciendo Cristo en el mundo, bajaron todos los ángeles a
adorarle, y a reconocer a aquel niño por su Señor, y como dice San Pablo (4), por Hijo del Eterno Padre,
heredero de su gloria y Señor del cielo y tierra. Pondera la humildad de los
espíritus angélicos en reconocer segunda vez a un hombre por superior suyo,
siendo en cuanto la humanidad de inferior naturaleza que ellos, y cómo los
ángeles soberbios perdieron la gloria por no haberle querido reconocer cuando
Dios les reveló este misterio. Pondera otrosí, cómo Dios honró a su Hijo cuando
más se encubrió y se humilló, porque es costumbre suya honrar a quien más se
humilla: contempla el gozo de la Beatísima Virgen viendo a su preciosísimo Hijo
reverenciado de los ángeles, y los parabienes que le darían y juntamente al
glorioso San José, y las gracias que les retornarían, y finalmente los cánticos
que entonaron diciendo: Gloria a Dios en los cielos, y en la tierra paz a los
hombres de buena voluntad. Rumia este panal de miel, ponderando cada palabra de
por sí, y hallarás arroyos de dulcísima devoción.
(1) S. Buenavent. Med. 7 de vita
Christi. (2) Bernard. Serm. 2 de Nat. (3) Is. 7. (4) Ad. Heb. 1.
ORACIÓN
PARA TERMINAR TODOS LOS DÍAS
Te
doy gracias, Dios mío, por los buenos propósitos, afectos e inspiraciones
que me has comunicado en esta meditación. Te pido ayuda para ponerlos por obra.
Madre mía Inmaculada, San José, mi padre y señor, Ángel de mi guarda:
interceded por mí.