jueves, 27 de noviembre de 2025

28. GRATITUD DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO PARA CON SUS BIENHECHORES. MES DE LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO

DÍA 28

GRATITUD DE LAS ALMAS DEL PURGATORIO PARA CON SUS BIENHECHORES

 

MES DE NOVIEMBRE

EN SUFRAGIO DE

LAS BENDITAS ALMAS

DEL PURGATORIO

Francisco Vitali

 Por la señal…

ORACIÓN INICIAL

Oh María, Madre de misericordia: acuérdate de los hijos que tienes en el purgatorio y, presentando nuestros sufragios y tus méritos a tu Hijo, intercede para que les perdone sus deudas y los saque de aquellas tinieblas a la admirable luz de su gloria, donde gocen de tu vista dulcísima y de la de tu Hijo bendito.

Oh glorioso Patriarca San José, intercede juntamente con tu Esposa ante tu Hijo por las almas del purgatorio. Amén.

 

Se lee lo propio de cada día.

DÍA 28

MEDITACIÓN

Gratitud de las almas del Purgatorio para con sus bienhechores

La Sagrada Escritura refiere que el Sumo Sacerdote Onías y el gran Profeta Jeremías habiendo muerto no olvidaron por esto a sus hermanos que aún quedaban en la tierra, sino que el primero fue visto con las manos extendidas suplicar fervorosamente al Dios de Israel por su pueblo y del segundo, dice el Sagrado Texto, que rogaba mucho por su patria. El interés que manifestaron estos insignes campeones de la antigua alianza en el seno de Abrahán no es sino una imagen de la solicitud y del empeño que siente la iglesia purgante por la iglesia militante, a favor de la cual desde aquel lugar de seguridad y de pena, dirige incesantemente al trono del Eterno las más ardientes súplicas. Se puede decir que este sea el oficio de las benditas almas del Purgatorio, rogar siempre, siempre rogar por nosotros; y nosotros, ¿no rogaremos también por ellas? No solamente los vínculos de la religión y de la caridad en que consiste la comunión de los santos, sino mucho más los sentimientos de gratitud y de reconocimiento impelen a aquellas almas a recompensar los sufragios de los hombres con una variada multiplicación de socorros. En el Purgatorio no hay tanta diversidad de afectos, ni tanta distracción de pensamientos, como en el mundo; uno sólo es allí el pensamiento, esto es, Dios; uno sólo el afecto hacia Dios; y cuanto concurre a este pensamiento y cuanto más prontamente satisface este afecto, atrae todos los sentimientos de aquellas fervorosísimas almas. Por lo cual, si los sufragios de los hombres les aceleran la posesión de Dios, se sienten de tal modo movidas de ternura para con sus bienhechores, que se olvidan casi de sí mismas por su bien y procuran obtener de todas maneras para ellos las más copiosas bendiciones del Cielo. ¡Oh verdaderamente dichoso el que pueda empeñar su gratitud a beneficio suyo!

Librarnos de las desgracias, aumentarnos los bienes, prolongarnos los días de la vida, estas son las principales bendiciones de la tierra que obtienen para nosotros las almas del Purgatorio. No podemos vernos exentos de todos los males, pero de muchos somos preservados, merced al auxilio divino y merced al favor de aquellas almas benditas. Nosotros les damos a ellas uno y nos devuelven ciento, unas veces visiblemente y otras sin que lo percibamos, ya en la prosperidad de las cosechas e intereses, ya en el beneficio de la concordia doméstica y de la pública reputación. He aquí por qué el hombre devoto del Purgatorio nadará en la abundancia y en la paz y gozará, dice David, de larga vida, y le conservará el Señor enteramente sano, y le vivificará en medio de la mortandad de los pueblos, y le hará dichoso no sólo en sí mismo, sino aun en su descendencia. Ved, pues, el verdadero medio de ser felices en la tierra haciendo copiosos sufragios por las almas del Purgatorio, por cuyo medio no dejaremos de alcanzar las gracias que principalmente necesitamos.

 

ORACIÓN

¡Oh de cuántas gracias necesitamos!, ¡oh Señor!, a todos se extiende nuestra necesidad porque nada tenemos de nosotros y la más grave miseria es que poco conocemos nuestro estado, poco o nada os pedimos, y esto mismo que pedimos no sabemos o no nos reducimos a quererlo como se debe. Mas he aquí que interponemos los más eficaces intercesores para con vuestra Divina Majestad, interponemos las almas santas del Purgatorio que tan empeñadas están por nosotros y os son tan aceptas. Desde lo profundo de su cárcel os representan nuestra indigencia e imploran de vos las gracias necesarias para remediarla. Por tanto, en consideración a ellas, usad con nosotros de vuestra generosa misericordia, que no dejaremos de recompensarles con abundante copia de sufragios que lleguen siempre al Purgatorio en su beneficio. Amén.

 

JACULATORIA

Eterno Padre, por la preciosísima sangre de Jesús, misericordia.

(x3)

V. No te acuerdes, Señor, de mis pecados.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

V. Dirige, Señor Dios mío, a tu presencia mis pasos.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

V. Dales, Señor, el descanso eterno y luzca para ellos la luz eterna.

R. Cuando vengas a purificar al mundo en fuego.

 

Padre nuestro… (se recita en silencio)

 

V. Libra, Señor, sus almas.

R. De las penas del infierno.

V. Descansen en paz.

R. Amén.

V. Señor, escucha nuestra oración.

R. Y llegue a ti nuestro clamor.

 

Oremos. Oh Dios mío, de quien es propio compadecerse y perdonar: te rogamos suplicantes por las almas de tus siervos que has mandado emigrar de este mundo, especialmente por las almas de nuestros familiares, amigos y bienhechores (pueden nombrarse por su nombre  propio), para que no las dejes en el purgatorio, sino que mandes que tus santos ángeles las tomen y las lleven a la patria del paraíso, para que, pues esperaron y creyeron en ti, no padezcan las penas del purgatorio, sino que posean los gozos eternos. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 

V. Dales, Señor, el descanso eterno.

R. Y brille para ellos luz perpetua.

V. Descansen en paz.

R. Amén.

28. EJEMPLOS DE DEVOCIÓN A LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO

Entre los muchos rasgos de generosa beneficencia de Eusebio, duque de Cerdeña, se cuenta la de haber destinado todos los réditos de una de sus más ricas ciudades, a beneficio del Purgatorio.

El poderoso rey de Sicilia, Ostorgio. ávido de gloria y mucho más de riquezas, le movió la guerra, y marchando de improviso con un poderoso ejército contra la piadosa ciudad, la sometió a su poder. Esta infausta conquista hirió el ánimo de Eusebio, más profundamente que si se hubiese perdido la mayor parte de su ducado; y resuelto a recobrar sus derechos, se movió con algunas tropas que pudo recoger en aquellas angustiadas circunstancias, para recuperar su posesión.

Muy inferior en número era el ejército del duque; pero marchaba valeroso en la confianza de que la desigualdad de la fuerza seria compensada con la santidad de la causa que defendía. Llegó el día de presentar la batalla, y mientras de una y otra parte se disponía el ataque, se dio aviso a Eusebio de que además del de Ostorgio, había aparecido un nuevo ejército con uniforme e insignias todas blancas; tan inesperado suceso le desconcertó al principio, y mandando contener todo movimiento, envió cuatro de a caballo a saber si aquel ejército venia como amigo o como enemigo.

Moviéronse al mismo tiempo de la otra parte otros tantos de a caballo que declararon ser milicia del cielo, que acudía en auxilio del duque para recuperar la piadosa ciudad de los sufragios, y poniéndose de acuerdo los dos ejércitos aliados, marcharon juntos con banderas desplegadas contra el invasor. Pasmóse Ostorgio al ver el doble ejército, y sabiendo que la que vestía de blanco era milicia celestial, mandó al momento a pedir la paz ofreciendo la restitución de la ciudad ocupada, y una doble recompensa por los daños ocasionados.

La paz fue concluida con condiciones muy ventajosas, y mientras el duque daba las gracias al prodigioso ejército por el socorro que le había prestado, el jefe de este le reveló que todos sus soldados eran almas libertadas por él del Purgatorio, las cuales incesantemente velaban por su felicidad.

Este prodigio no pudo menos de encender al buen duque en la devoción de las almas del Purgatorio, por cuyo medio alcanzó siempre grandes mercedes, las cuales no nos faltarán también a nosotros si con todo empeño nos damos a socorrerlas.

28 DE NOVIEMBRE.- SAN JOSÉ DE PIGNATELLI, JESUITA (1737-1811)

 


28 DE NOVIEMBRE

SAN JOSÉ DE PIGNATELLI

JESUITA (1737-1811)

EMINENTE figura humana y alta cumbre de santidad es José Pignatelli, J restaurador y segundo Padre de la Compañía de Jesús, a cuyos trágicos destinos vive reciamente unido en la aspereza y en la gloria, durante más de medio siglo.

Nobleza de alma y de sangre, entereza de espíritu, gran capacidad de sacrificio, piedad honda y austera, humildad seráfica y distinguida, temple recio de apóstol, caridad fogosa, exquisita prudencia y suave energía —como buen hijo de San Ignacio— estampa de asceta... ¡Magnífico cuadro de virtudes que recortan la mágica silueta de Pignatelli en la noche de un siglo impío y jansenista, podrido de envidias, infestado de masones y déspotas! Ni le faltan, para su función rectora y restauradora, esas otras virtudes de casta y educación que redondean la personalidad. Ni le faltan —aunque le sobran— las preeminencias sociales que ayudan a triunfar. Le sobran, sí, porque todo lo fía de la Providencia. Y si se vale de las influencias y dinero que el mundo pone al alcance de su mano aristocrática y santa, no lo hace nunca en beneficio propio, sino movido de un alto espíritu de caridad, llegando hasta despojarse de su ropa para vestir a un miserable.

También en esta vida —apretada de trabajos, henchida de anhelos, caldeada de santidad— estorba el dato documental, siquiera algunos resulten imprescindibles para su total comprensión. Es importante, por ejemplo, saber que es hijo de los Condes de Fuentes —clara estirpe napolitana y española, sangre de Luis Gonzaga y de Francisco de Borja—, y que nace en Zaragoza —27 de diciembre de 1737— y en un siglo volteriano. ¡Qué relieve cobran ahora, contrastadas, esas sus virtudes características, medulares! El aristócrata renuncia a perspectivas tentadoras para seguir, a impulsos de la gracia, una vocación oscura y abnegada. El hijo de príncipes recaba el beneplácito de Fernando VI para alistarse, a los dieciséis años, en las filas de la gloriosa milicia ignaciana. José Pignatelli, noble por los cuatro costados, depone todos sus títulos, para no ser. más que. «un señor que lleva alforja y va pidiendo para los pobres», o, a lo más, el «Padre de los ahorcados», el humilde «catequista» de barrio. «Abrazado el estado religioso —dice un venerable Prelado— en Tarragona, en Manresa, en Zaragoza, en Calatayud, en Córcega, en Ferrara, en Parma, en Bolonia, en Colorno, en Nápoles, en Roma, durante el noviciado o durante sus estudios, en la época del profesorado o expulsado de España, oscurecido o ejerciendo cargo, siempre y en todas partes aparece su noble figura mortificada para sí, amable con los demás, sincera, con una rectitud, prudencia, tacto y habilidad de gran diplomático, gobernando sagaz y justamente en medio de las mayores dificultades, afrontando peligros sin buscarlos, y con tal serenidad, mesura y ponderación, que bastarían para enaltecer y perpetuar su renombre». Buena prueba de este temple y grandeza de alma es su certera intervención en el apaciguamiento del motín zaragozano de 1766 —repercusión del de Esquilache— por la que Carlos III expresa su gratitud a la Compañía. Lo que no impide que, al año siguiente, incitado por la camarilla masónica, decrete su expulsión fulminante de España y sus dominios, «por razones que se reserva en su real pecho». Y aquí es, precisamente, donde el Padre Pignatelli empieza a desempeñar su providencial misión de tutela y rectoría, donde mejor se revelan sus dotes y virtudes. Él hubiera podido permanecer en España, pero resiste heroicamente los ofrecimientos de su poderosa familia y une su suerte a la de sus hermanos, acompañándolos como ángel consolador en su penosa e interminable travesía, manteniendo vivo en las almas el espíritu religioso y aliviando los cuerpos con las generosas dádivas que para ello le envía su hermana, la Condesa de Acerra. ¡Duro éxodo a través de Córcega, Génova, San Bonifacio, Parma, Módena, Bolonia y Ferrara! Sin embargo, la máxima prueba para quienes han hecho voto de lealtad al Papa, llega en 1773, cuando Clemente XIV, ante la amenaza de un cisma, suprime la Compañía por la Bula Dóminus ac Redemptor. Pero el Santo no se arredra. Sin una palabra de queja, de censura, con magnánima conformidad, con fuerzas muy superiores a las de Su extenuado organismo, se sobrepone a la tragedia. Y en cuanto el Duque dé Parma reclama para sus Estados algunos jesuitas de Rusia —donde aún subsiste la Orden— José se une a ellos y, con la venia de Pío VI —a quien socorre camino del destierro— abre en Colorno un noviciado y un hospital, para volcar en el primero las más puras esencias ignacianas, y en el segundo todas las mieles y heroísmos de su corazón apostólico. ¡Años de actividad y sufrimientos! En 1803 es Provincial de Nápoles. En 1804, Pío VII restablece la Compañía en las dos Sicilias. En 1806, son expulsados los jesuitas de Nápoles por Bonaparte. El Papa los acoge en el Colegio Romano y en la Iglesia del Gesù. Roma es también ocupada, en 1808; y el Santo, presintiendo su fin, se retira a San Pantaleón, donde muere -1811- después de vaticinar la restauración de la Compañía.

Pío XII, que lo canonizó en 1954, escribió siendo aún el Cardenal Pacelli: «San Ignacio de Loyola, paladín de la vida, y José Pignatelli, paladín de la resurrección, son las dos columnas del arco triunfal de la Compañía de Jesús».