jueves, 25 de noviembre de 2021

EL AMOR (II) San Pedro Julián Eymard

EL AMOR (II) San Pedro Juli... by IGLESIA DEL SALVADOR DE TOL...

 

AMOR DE DIOS (II)

CONSEJOS DE VIDA ESPIRITUAL

 

El amor de abnegación

¿Qué hemos de hacer para amar con todo nuestro corazón a nuestro Señor? ¿Cómo conoceremos que realmente le amamos?

Hay un medio seguro de saberlo: la mejor cualidad del amor, la mejor prueba de nuestro amor a Dios es el amor de abnegación y de sacrificio.

¿Queréis amar de veras a Dios? Alimentad esa llama para que se convierta en una hoguera, en un voraz, incendio alimento, este combustible, es el sacrificio continuo. El que ama lo da todo, y el que es amado lo posee todo.

El verdadero amor se olvida de sí mismo, se sacrifica, se inmola perpetuamente, no por interés ni por violencia, sino con gozo y con la única mira de agradar.

Para amar noblemente a nuestro Señor es menester morir totalmente a sí y en sí mismo, porque el amor es muerte que se convierte en vida.

El amor no tiene días ni horas determinadas; es la eternidad siempre creciente en dones y afecto; para el amor no hay límites, ni barreras; es infinito como Dios..., su centro y su fin.

El amor es un fuego devorador: todo ha de servirle de pábulo, muy especialmente lo que nos rodea, lo que nos sacrifica, lo que llena nuestra vida; hemos de devolver a Dios todo lo que nos da, haciéndolo pasar por el fuego del amor.

El amor quiere abarcarlo todo, hacerlo todo; y a la par dejarlo, abandonarlo todo. Es generoso y nada rehúsa a Dios; le da con alegría cuanto pide o desea.

El amor prefiere el sufrimiento al deleite, el Calvario al Tabor; quiere predicar al mundo entero el amor de Dios y a la vez quiere ocultarse del mundo, huir de sus miradas, sonrisas y afecto.

 

El amor de Dios nos apremia

El amor de Dios da sin contar.

El amor de Dios da sin razonar.

El amor de Dios sufre sin lamentarse.

El amor goza y se aumenta con el sacrificio.

El amor de Dios es una prensa que, comprimiéndonos constantemente, hace salir de nuestra alma cuanto haya de humano y demasiado natural, para dejar lugar al amor divino. La gracia del amor va destruyendo poco a poco el amor propio, inmolando nuestra propia voluntad.

Dejad obrar a nuestro Señor, que quiere echarlo todo por tierra en este templo de su amor y expulsar con su látigo cuanto no sea Él.

Así es como guía Dios a las almas grandes. El altar del amor divino es la cruz.

Nuestra mayor cruz somos nosotros mismos: nuestro pobre cuerpo que sufre, nuestro corazón que desea más de lo debido, nuestra voluntad, tan tímida con frecuencia; cruz pesada, por cierto, pero aligerada por la gracia de nuestro Señor.

Dejaos conducir por Jesús cual niños sin voluntad y sin otro amor que el suyo, que lo convierte todo en amable. Deseo y anhelo para vosotros un amor sencillo, filial, generoso para con nuestro Señor; un amor que nada tenga para sí, un amor que nada haga ni quiera para sí.

Plegue al cielo os conceda Dios una de esas chispas de amor divino, una de esas chispas incandescentes que funden todas las aleaciones y convierte el oro bruto en brillantísimo metal.

Amad mucho y siempre, a nuestro Señor, que es la felicidad de la vida; amadle con amor de corazón cariñoso, filial y generoso; amadle como un amor nuevo, a semejanza de la llama de fuego que nunca se vuelve sobre sí misma. Haced todo por su amor; sufrid todo por Él, y este buen Padre se verá harto contento de vosotros.

¡Qué felices os sentiríais si el amor fuera la norma, el móvil y la recompensa de vuestras obras! Cuando se ama a Dios y somos amados de Él, ¿qué más puede uno poseer y desear?

¡Oh, sí! Mil veces dichosa el alma que de esta suerte ama, y para quien Jesús es todo su bien, toda su alegría y todo su deseo.

 

El Sacramento de amor

Mas para lograr todo esto habéis de nutrir vuestra alma con la piedad, el amor divino y la oración, que son su educación y su alimento: las consideraciones, afectos, resoluciones de vuestra meditación han de ser tan sólo medios que os conduzcan a la unión del amor divino. Amad y echad leña al fuego.

Alimentad vuestra alma con la sagrada Comunión, que es como la encarnación del amor divino en vosotros, a la par que su sustento de cada día en vuestro corazón; comulgad por encima de todo, comulgad cuantas veces os haya sido permitido.

Me diréis que os sentís indignos; cierto que lo sois, pero es que ni los mismos ángeles son dignos; toda nuestra santidad no merecería una sola Comunión en todo el decurso de nuestra vida.

Pero necesitáis de la Comunión, estáis débiles: es el alimento nutritivo; queréis amar a Dios: es el sacramento del amor; a este respecto habría que comulgar, si posible fuera, todas las horas del día.

En una palabra, tenéis que conservar en vosotros el fuego del amor por medio de esas lecturas piadosas que dan libertad al espíritu y renuevan con provecho las ideas.

Escoged un libro espiritual que os haga bien sin cansar el espíritu, que os alimente el corazón y que os lleve al amor de Dios, de Jesús oculto, o crucificado, o eucarístico, o en todos estos estados.

Hecho esto, alimentado el fuego del amor, id por donde queráis, que andáis por buen camino. El círculo de la voluntad de Dios es suficientemente amplio para que podáis andar y correr en la santa alegría de su ley.

 

Amar para ser sobrenaturales

¡Ah, si el reloj de nuestra vida pudiera volver a comenzar desde nuestros primeros años, cuánto más sobrenaturales seríamos!

Pero hemos de contentarnos con las pocas horas que nos quedan para llegar al mediodía de la eternidad.

¡Seamos muy sobrenaturales en todo! He aquí la brújula de la  verdadera vida; he aquí el germen que dará frutos de vida eterna. En ello va todo. Dios no recompensa más que esta vida de Jesucristo en nosotros.

¿Cómo seremos sobrenaturales? Por medio de la caridad divina activa.

¿Qué es esta caridad divina activa? Es la cooperación de nuestra voluntad a la gracia que se nos ha concedido; es nuestro fiat a la voluntad de Dios; es la adhesión de nuestra alma a Dios; es, en una palabra, el amor de Dios como ley, centro y fin de nuestra vida.

Amad mucho a nuestro Señor; que su amor sea fuerte en vuestro corazón, florido en vuestras obras, regio en vuestra vida.

¡Es tan bello, tan bueno, tan amante este Maestro bueno!

Honrad noblemente su elección y mostraos santamente orgullosos de la vuestra.