PADRE PÍO, UN RAYO
DEL LUZ
PRIMER DÍA DEL TRIDUO
AL PADRE PIO 2017
Comenzamos
hoy este triduo preparatorio para la fiesta del Glorioso Padre Pío de
Pietrelcina, por el que todos los presentes sentimos admiración y gran devoción
manifestada en nuestra oración constante a su intercesión. Son muchos
cristianos que ya en vida del Padre Pío sintieron esta atracción y confianza en
la fuerza de su oración ante el Señor. Una atracción manifestada en los grupos
de oración del Padre Pío que se extendieron por todo el mundo, en la cantidad
sin número de cartas que recibía nuestro santo y también la multitud de
personas que acudían a la celebración su misa y a confesarse con él.
¿Qué
era y es lo que origina en las multitudes esta atracción hacia aquel que se
definía como “un simple fraile que reza”?
No era su poder político, ni su riquezas, ni su influencia social, ni
tan siquiera su influencia dentro de la iglesia; tampoco su capacitación
intelectual… Claramente lo que la atracción no nacía de motivos humanos, sino
de la gracia de Cristo que habitaba en él. Padre Pío, que fue llamado
Crucificado sin Cruz, ha sido exaltado por Dios mismo con sus dones y gracias;
y alzado en santidad en medio de un mundo ateo y rebelde a Dios, se convierte
estandarte que conduce a todos hacia Cristo, el Señor.
La
santidad, queridos hermanos, es el mejor medio que Dios nos concede para que
nuestra vida produzca frutos que ayuden y beneficien a los demás. Si queremos
cambiar el mundo con sus injusticias, si queremos cambiar nuestra patria,
nuestra familia, el entorno donde nos movemos, nuestra parroquia o nuestro
grupo: ¡seamos santos! Si nosotros somos santos, todo cambiará a nuestro
alrededor, porque será Dios quién actúe en nosotros.
En
este miércoles de las témporas de septiembre, días en los que Iglesia nos
invita a incrementar nuestra oración y nuestra penitencia, como acción de
gracias también por la recolección de los frutos de la tierra con los que Dios
nos bendice; se nos invita con la lectura del libro de Nehemías a recordar que
no hay vida posible alejados de Dios.
El
pueblo de Israel fue llevado al destierro a Babilonia, en muy poco tiempo,
apenas una generación, se olvidaron de la Ley del Señor. Pronto se acomodaron a
las costumbres y la forma de vida de los babilonios, olvidando su fe, su
historia y la elección de Dios.
La
historia se repite tan similar en nuestro mundo. Pensemos como nuestra sociedad
en tan poco tiempo ha cambiado, se ha mundanizado, se ha olvidado de Dios.
Pensemos como vivía el mundo, como era la sociedad, tan solo hace 50 – 60 años,
y como es nuestro mundo hoy.
Dios
envió al pueblo a los santos profetas para que recordasen la Alizanza que Dios
había hecho con ellos. La elección que Dios había hecho sobre Israel. A pesar
de ello, muchos no hicieron caso, prefirieron la modernidad de forma de vida
que les ofrecía babilonia. Otros, sí que
hicieron caso, y cuando Dios permitió al pueblo volver a Jerusalén subieron
para reconstruir la ciudad santa. Los escribas leyeron la Escritura, las
palabras de la Ley de Dios al pueblo, en medio de la plaza. Una palabra que
habían olvidado, que ya desconocían... Pero, he aquí el milagro, el pueblo al
escuchar esta Palabra de Dios descubrió el amor de Dios por ellos. Y, ¡cómo
reaccionan! Con el llanto. Todo el pueblo lloraba al escuchar las palabras de
Dios. Lloraban de pena porque habían vivido tantos años alejados de Dios,
olvidados de sus mandamientos, de espaldas a su amor. Lloraban de pena porque
habían sido infieles a la alianza de los padres. Lloraban de alegría, porque
Dios tenía misericordia de ellos, porque se acordaba de su pueblo y no los dejó
en el olvido, porque Dios era fiel a sus promesas y nuevamente les ofrecía
nueva oportunidad de salvación.
Los
santos, y para nosotros el Padre Pío, son en verdad una “palabra de Dios” para
el mundo, para la Iglesia. Ellos, como los profetas, llevados y plasmados por
el Espíritu Santo son “un rayo de luz
que sale de la misma Palabra de Dios” –como afirma el Papa Benedicto XVI. Sus
vidas, sus palabras, sus ejemplos, la atracción que ejercen sobre nosotros son
una constante llamada a volvernos a Dios, y nos recuerdan una y otra vez, que
también nosotros estamos llamados a la santidad, que también nosotros tenemos
que ser santos.
Ellos
han vivido la Palabra de Dios, la han plasmado en sus vidas, se han alimentado
de ella a través de la escucha, la lectura y la oración.
Nosotros
no tenemos otro medio, tenemos nuevamente que poner la Palabra de Dios en medio
de la plaza –que es nuestra propia vida- y leerla nuevamente para dejar que
Dios actúe a través de ella y realice en
nosotros su obra.
Al
dar gracias, por los frutos de la tierra, recordamos que también nosotros somos
tierra de Dios que hemos de dar fruto. El siembra en nosotros la semilla de su
Palabra y espera como el labrador el fruto a su tiempo. El fruto que hemos de
dar, como los dio Padre Pio, es el fruto de la santidad.
Pero
recordemos, que la Palabra de Dios es una persona: es Jesucristo. Sin él, la
palabra escrita es palabra muerta. Por ello, nuestro esfuerzo es el de amar a
Jesús, el de ser sus amigos, el de vivir una relación verdadera con él.
Nuestros
pecados, nuestras infidelidades, nuestro vivir olvidados de Dios, sin que él
sea el centro en nuestra vida es lo que nos aparta de la santidad y, lo que una
y otra vez, hace que nos desalentemos en nuestra lucha por ser fieles y por
amar a Jesucristo. Como en el Evangelio
de hoy, también nosotros tenemos que acudir a Jesús, porque tiene el poder de
expulsar nuestros demonios que nos alejan de él. Confiados en su fe, pidiendo
que nos aumente la fe, hemos de pedirle como el padre del endemoniado: “Ten
compasión de nosotros y ayúdanos.” Y así incluso, nuestro pecado se convertirá
en ocasión de acercarnos a Dios.
Oigamos
el consejo del Padre Pio:
“Amemos
a Jesús por su grandeza divina,
por
su poder en el cielo y en la tierra, y por sus méritos infinitos,
pero,
también y sobre todo, por motivos de gratitud.
Si
hubiera sido con nosotros menos bueno, más severo,
¡seguro
que habríamos pecado menos!...
Pero
el pecado, cuando le sucede el dolor profundo de haberlo cometido,
el
propósito leal de no volverlo a cometer,
el
sentimiento vivo del gran mal que con él hemos causado a la misericordia de
Dios;
cuando,
heridas las fibras más duras del corazón,
se
consigue que de ellas broten lágrimas ardientes de arrepentimiento y de amor,
el
mismo pecado, llega a convertirse en peldaño que nos acerca,
que
nos eleva, que de forma segura nos conduce a él.”
Ojalá, que el ejemplo de
Padre Pio nos empuje a desear la santidad, que nos lleve a tratar con Jesús,
Verbo del Padre, y a ponerle en el centro de nuestra vida. Y que a luz de la escucha de Palabra de Dios
reconozcamos nuestro pecado, lo confesemos, y llevados por un verdadero dolor
de haberle ofendido, comencemos a subir peldaño a peldaño la escalera de la
santidad. Que Padre Pío interceda por nosotros. Que así sea. Amén.