viernes, 19 de febrero de 2016

SU EDAD DENOTA ENFERMEDAD. San Agustín, obispo


Homilía de maitines

VIERNES DE LAS TÉMPORAS DE CUARESMA
Forma Extraordinaria del Rito Romano

HOMILIA DE SAN AGUSTÍN, OBISPO
Tratado 17 sobre San Juan, después del principio.
Veamos que quería significar el Señor en aquel paralítico, el único enfermo a quien entre tantos quiso curar, guardando de esta suerte el misterio de la unidad. En el mismo número de años desde que aquel hombre enfermo, he encontrado una cifra que denota enfermedad: “hacia treinta y ocho años que estaba enfermo”. Porque razón este número pertenece más bien a la enfermedad que a la salud, vamos a exponerlo detenidamente. Prestadme atención. El Señor me ayudara para que pueda hablar debidamente, y vosotros podáis comprenderlo suficientemente. El sagrado número de cuarenta se nos indica como significando alguna perfección. Esto lo supongo ya conocido por vuestra caridad. Lo atestiguan con mucha frecuencia las divinas escrituras. Bien sabéis que este número fue consagrado por el ayuno, ya que Moisés ayunó cuarenta días y Elías otros tantos. Y nuestro mismo Señor y Salvador Jesucristo, ayunó durante este espacio de tiempo. Por Moisés se significa la Ley; por Elías son designados los profetas, y por el Señor se indica el Evangelio. Por esto en aquel monte en que se mostró a sus discípulos resplandeciendo en su rostro y en sus vestidos, aparecieron los tres. Jesucristo se mostró en medio de Moisés y de Elías, para significar que el Evangelio estaba confirmado por la Ley y los Profetas.
De consiguiente, así en la Ley como en los Profetas, lo mismo que en el Evangelio, el número cuarenta se indica como consagrado por el ayuno. El gran ayuno el que obliga a todos, consiste en abstenerse de  toda iniquidad y de los placeres ilícitos del siglo, en lo cual consiste el perfecto ayuno, según leemos en el Apóstol: “De suerte que renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos sobria, justa y religiosamente en este siglo”. De consiguiente, en el presente siglo celebramos como una cuaresma de abstinencia, cuando vivimos bien, cuando nos privamos de los placeres ilícitos; más porque esta abstinencia no carecerá de recompensa, “aguardamos aquella bienaventurada esperanza, y la revelación de la gloria del gran Dios y nuestro Salvador Jesucristo”. Cuando la esperanza se cambiará en realidad, recibiremos como en recompensa un denario. A la verdad, la misma recompensa se da a los que trabajan en la viña. Según nos enseña el Evangelio, como creo lo recordareis, pues no es necesario proponerlo todo como si fuerais rudos e ignorantes. Se da, pues, como recompensa un denario, y este recibe su nombre del número diez, el cual, sumado al número cuarenta, forma el numero cincuenta. Por lo cual, celebremos laboriosamente, antes de la Pascua, el periodo cuadragesimal, pero después, festejaremos con alegría la santa cincuentena como si ya hubiésemos recibido la recompensa.
Acordaos que os he hablado del número treinta y ocho al tratar de aquel enfermo. Ahora quiero demostraros que el número treinta y ocho es más propio de la enfermedad que de la salud. Y para eso recordad lo que os decía, a saber: que la caridad es el cumplimiento de la Ley, y que para la plenitud de la Ley en todas las obras, está indicado el numero cuarenta. La caridad se contiene en dos preceptos: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas; y amarás a tu prójimo como a ti mismo”. En estos dos preceptos esta contenido todo lo que enseñaron la Ley y los Profetas. Con razón, por lo tanto, la viuda del Evangelio dio dos monedas como limosna; con razón el posadero recibió dos monedas para que curara al que hirieron unos ladrones; con razón Jesús permaneció dos días con los Samaritanos para confirmarlos en la caridad. Así pues, siempre que alguna buena obra se presenta bajo este número dos, se nos recomienda el precepto de la caridad. De consiguiente, si el numero cuarenta tiene la perfección de la ley, y si esta no se cumple sino con la observancia del doble precepto de la caridad, ¿debe sorprendernos que estuviese enfermo quien carecía de dos para llegar a cuarenta?
Transcripto por gentileza de Dña. Ana María Galvez