COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO
V DOMINGO DE PASCUA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
Después
de habernos extendido sobre la Palabra última y definitiva de Dios al mundo, es
necesario referirse ahora a la misión del Espíritu Santo en relación con la
Palabra divina. En efecto, no se comprende auténticamente la revelación
cristiana sin tener en cuenta la acción del Paráclito. Esto tiene que ver con
el hecho de que la comunicación que Dios hace de sí mismo implica siempre la
relación entre el Hijo y el Espíritu Santo, a quienes Ireneo de Lyon llama
precisamente «las dos manos del Padre».[47] Por lo demás, la Sagrada Escritura
es la que nos indica la presencia del Espíritu Santo en la historia de la
salvación y, en particular, en la vida de Jesús, a quien la Virgen María
concibió por obra del Espíritu Santo (cf. Mt 1,18; Lc1,35); al comienzo de su
misión pública, en la orilla del Jordán, lo ve que desciende sobre sí en forma
de paloma (cf. Mt 3,16); Jesús actúa, habla y exulta en este mismo Espíritu
(cf. Lc10,21); y se ofrece a sí mismo en el Espíritu (cf. Hb 9,14). Cuando
estaba terminando su misión, según el relato del Evangelista Juan, Jesús mismo
pone en clara relación el don de su vida con el envío del Espíritu a los suyos
(cf. Jn 16,7). Después, Jesús resucitado, llevando en su carne los signos de la
pasión, infundió el Espíritu (cf. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de
su propia misión (cf. Jn 20,21). El Espíritu Santo enseñará a los discípulos y
les recordará todo lo que Cristo ha dicho (cf. Jn 14,26), puesto que será Él,
el Espíritu de la Verdad (cf. Jn 15,26), quien llevará los discípulos a la
Verdad entera (cf. Jn 16,13). Por último, como se lee en los Hechos de los
Apóstoles, el Espíritu desciende sobre los Doce, reunidos en oración con María
el día de Pentecostés (cf. 2,1-4), y les anima a la misión de anunciar a todos
los pueblos la Buena Nueva.[48]
La
Palabra de Dios, pues, se expresa con palabras humanas gracias a la obra del
Espíritu Santo. La misión del Hijo y la del Espíritu Santo son inseparables y
constituyen una única economía de la salvación. El mismo Espíritu que actúa en
la encarnación del Verbo, en el seno de la Virgen María, es el mismo que guía a
Jesús a lo largo de toda su misión y que será prometido a los discípulos. El
mismo Espíritu, que habló por los profetas, sostiene e inspira a la Iglesia en
la tarea de anunciar la Palabra de Dios y en la predicación de los Apóstoles;
es el mismo Espíritu, finalmente, quien inspira a los autores de las Sagradas
Escrituras.
Conscientes
de este horizonte pneumatológico, los Padres sinodales han querido señalar la
importancia de la acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y en el
corazón de los creyentes en su relación con la Sagrada Escritura.[49] Sin la
acción eficaz del «Espíritu de la Verdad» (Jn14,16) no se pueden comprender las
palabras del Señor. Como recuerda san Ireneo: «Los que no participan del
Espíritu no obtienen del pecho de su madre (la Iglesia) el nutrimento de la
vida, no reciben nada de la fuente más pura que brota del cuerpo de
Cristo».[50] Puesto que la Palabra de Dios llega a nosotros en el cuerpo de
Cristo, en el cuerpo eucarístico y en el cuerpo de las Escrituras, mediante la
acción del Espíritu Santo, sólo puede ser acogida y comprendida verdaderamente
gracias al mismo Espíritu.
Los
grandes escritores de la tradición cristiana consideran unánimemente la función
del Espíritu Santo en la relación de los creyentes con las Escrituras. San Juan
Crisóstomo afirma que la Escritura «necesita de la revelación del Espíritu,
para que descubriendo el verdadero sentido de las cosas que allí se encuentran
encerradas, obtengamos un provecho abundante».[51] También san Jerónimo está
firmemente convencido de que «no podemos llegar a comprender la Escritura sin
la ayuda del Espíritu Santo que la ha inspirado».[52] San Gregorio Magno, por
otra parte, subraya de modo sugestivo la obra del mismo Espíritu en la
formación e interpretación de la Biblia: «Él mismo ha creado las palabras de
los santos testamentos, él mismo las desvela».[53] Ricardo de San Víctor
recuerda que se necesitan «ojos de paloma», iluminados e ilustrados por el
Espíritu, para comprender el texto sagrado.[54]
Quisiera
subrayar también, con respecto a la relación entre el Espíritu Santo y la
Escritura, el testimonio significativo que encontramos en los textos
litúrgicos, donde la Palabra de Dios es proclamada, escuchada y explicada a los
fieles. Se trata de antiguas oraciones que en forma de epíclesis invocan al
Espíritu antes de la proclamación de las lecturas: «Envía tu Espíritu Santo
Paráclito sobre nuestras almas y haznos comprender las Escrituras inspiradas
por él; y a mí concédeme interpretarlas de manera digna, para que los fieles
aquí reunidos saquen provecho». Del mismo modo, encontramos oraciones al final
de la homilía que invocan a Dios pidiendo el don del Espíritu sobre los fieles:
«Dios salvador… te imploramos en favor de este pueblo: envía sobre él el
Espíritu Santo; el Señor Jesús lo visite, hable a las mentes de todos y
disponga los corazones para la fe y conduzca nuestras almas hacia ti, Dios de
las Misericordias».[55] De aquí resulta con claridad que no se puede comprender
el sentido de la Palabra si no se tiene en cuenta la acción del Paráclito en la
Iglesia y en los corazones de los creyentes.
Benedicto XVI, Verbum Domini 15 y 16