COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DÍA
SÁBADO DESPUÉS DE CENIZA
Forma Extraordinaria
del Rito Romano
En el Evangelio
encontramos a Jesús que, retirándose al monte, ora durante toda la noche. El
Señor, alejándose tanto de la gente como de los discípulos, manifiesta su
intimidad con el Padre y la necesidad de orar a solas, apartado de los tumultos
del mundo. Ahora bien, este alejarse no se debe entender como desinterés
respecto de las personas o como abandonar a los Apóstoles. Más aún, como narra
san Mateo, hizo que los discípulos subieran a la barca «para que se adelantaran
a la otra orilla» (Mt 14, 22), a fin de encontrarse de nuevo con ellos.
Mientras tanto, la barca «iba ya muy lejos de tierra, sacudida por las olas,
porque el viento era contrario» (v. 24), y he aquí que «a la cuarta vela de la
noche se les acercó Jesús andando sobre el mar» (v. 25); los discípulos se
asustaron y, creyendo que era un fantasma, «gritaron de miedo» (v. 26), no lo
reconocieron, no comprendieron que se trataba del Señor. Pero Jesús los
tranquiliza: «¡Ánimo,
soy yo, no tengáis miedo!» (v.
27). Es un episodio, en el que los Padres de la Iglesia descubrieron una gran
riqueza de significado. El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad
del mundo visible; la tempestad indica toda clase de tribulaciones y
dificultades que oprimen al hombre. La barca, en cambio, representa a la
Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los Apóstoles. Jesús quiere educar
a sus discípulos a soportar con valentía las adversidades de la vida, confiando
en Dios, en Aquel que se reveló al profeta Elías en el monte Horeb en el
«susurro de una brisa suave» (1 R 19, 12). El pasaje continúa con el gesto del
apóstol Pedro, el cual, movido por un impulso de amor al Maestro, le pidió que
le hiciera salir a su encuentro, caminando sobre las aguas. «Pero, al sentir la
fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Señor,
sálvame!”» (Mt 14, 30). San Agustín, imaginando que se dirige al apóstol,
comenta: el Señor «se inclinó y te tomó de la mano. Sólo con tus fuerzas no
puedes levantarte. Aprieta la mano de Aquel que desciende hasta ti»
(Enarr. in Ps. 95, 7: PL 36, 1233) y esto no lo dice sólo a Pedro, sino también
a nosotros. Pedro camina sobre las aguas no por su propia fuerza, sino por la
gracia divina, en la que cree; y cuando lo asalta la duda, cuando no fija su
mirada en Jesús, sino que tiene miedo del viento, cuando no se fía plenamente
de la palabra del Maestro, quiere decir que se está alejando interiormente de
él y entonces corre el riesgo de hundirse en el mar de la vida. Lo mismo nos
sucede a nosotros: si sólo nos miramos a nosotros mismos, dependeremos de los
vientos y no podremos ya pasar por las tempestades, por las aguas de la vida.
El gran pensador Romano Guardini escribe que el Señor «siempre está cerca, pues se encuentra en la
razón de nuestro ser. Sin embargo, debemos experimentar nuestra relación con
Dios entre los polos de la lejanía y de la cercanía. La cercanía nos fortifica,
la lejanía nos pone a prueba» (Accettare se stessi, Brescia 1992, p.
71)
BENEDICTO
XVI, 7 de agosto de 2011