LA ORACIÓN Y EL HUERTO
El que comienza a hacer oración, ha
de pensar que comienza a hacer un huerto para que se deleite el Señor, en
tierra muy infructuosa, que tiene muy malas hierbas. Su Majestad arranca las
malas hierbas y ha de plantar las buenas.
Pues hagamos cuenta que el huerto ya
está hecho cuando un alma se determina a hacer oración. Y con la ayuda de Dios
hemos de procurar, como buenos hortelanos, que crezcan estas plantas y hemos de
tener cuidado de regarlas para que no se sequen, sino que lleguen a dar flores
que den de sí gran olor para dar recreación a este Señor nuestro, y así venga a
deleitarse muchas veces a esta huerta y a gozar entre estas virtudes.
Creo que se puede regar el huerto de
cuatro maneras:
- sacando agua de un pozo que supone
un gran trabajo de nuestra parte;
- con noria y arcaduces, que se saca
con un torno;...es menor trabajo que el anterior y se saca más agua;
- de un río o arroyo; así se riega
mejor, pues queda más harta la tierra de agua y no es menester regar tan a
menudo, y exige menor esfuerzo del hortelano;
- lloviendo mucho, que lo riega el
Señor sin ningún trabajo nuestro; este modo es mejor que todos los anteriores
(V 11, 7; CN 1).