¡Oh Reina de los Ángeles, bendita Señora!
Y como vos de aquí adelante habéis de ser
también mi patrona, señora y madre,
cierto que ya no tengo de tener temor ni miedo
de hablar con vos y pediros acudáis a mis necesidades,
pues soy ya siervo y esclavo
y de la Santísima Trinidad,
de quien vos sois esposa, madre del Hijo y sagrario divino del Espíritu Santo.
Con tal Señora y Abogada, contentísimo debo estar
y muy confiado que las suertes que me faltan,
de aquí a que yo goce de este bien en el cielo,
me han de salir ciertas y a mi favor.
¡Ojalá jamás fuese yo ya flaco, tibio ni flojo,
pues tantas son más las obligaciones que me corren!
En ti, Dios mío, espero. En vos Virgen benditísima, confío».