¡Oh Dios
de mi alma!, cómo esto no se puede escribir ni dar a entender de qué manera un
hombre recogido, abstinente y que de nada de acá gusta, o que, ya que guste,
por mortificación vino a poner su gusto en no gustar de lo de acá, cómo, sin
pensar y sin sentir, perdiendo de vista esto que acá es mortal, caduco y
perecedero, van descubriendo otra vida, otros bienes, otras representaciones,
otros entenderes, otros gustos, otros olores. Que, porque no saben en qué
vienen envueltos, no saben lo que saben; y si gustan, no saben a darlo a
gustar, porque no saben cómo se lo guisan, porque a los señores cocineros que
son los sentidos les han quitado el oficio y huelgan mientras el alma goza del
banquete, manjar y comida interior, que, para que del todo sea y esté bien
sazonada, no tiene necesidad de los morteros, ollas, hogares y fuegos de acá.
Que, como lo amasan las manos de Dios, ellas lo sazonan y lo dejan con la
propiedad del maná, que caía de noche sin ver cómo, se cogía a la mañana y
sabía a lo que uno quería. No tienes, mi hermano, si quieres disponerte para
esta celestial boda que a solas celebra Dios con el alma, más que desnudarte de
lo de acá, que ésa es la vestidura de boda de allá: desnudez de acá, cerrar los
ojos y privar a los sentidos de sus entretenimientos; que, cuando por ellos
menos luz entre y más escuro esté, entonces llueve Dios sus gustos y los
manjares que el alma ha menester para más engordar; que comiéndolo sabe a qué
sabe, que sabe a todas las cosas, y dice que no sabe lo que es.
¡Oh Jesús santo,
y qué engañados vivimos los hombres! Y si acabásemos de entender la oposición y
contradicción que nos hace nuestro mal natural a este bien que voy diciendo:
que, estándolo gozando, este nuestro mal natural está gruñendo, amohinándonos
e, deseándose volver, como el pez al agua, a las cosas de la tierra, que son
menos estables que ella cuando corre. ¡Oh si entonces hubiese quien le dijese:
Sosiégate, alma, que deseas en el reposo gozar de ese amoroso silbo de tu
esposo, que no se percibe con los sentidos de carne! ¡Oh si hubiese quien a
esta tal persona le dijese razones amigables que a ello le persuadiesen! Y, si
no quisiese, si hubiese quien, movido de caridad, le quitase de delante los
ojos los aparentes motivos que tiene para salir acá fuera, ¡oh qué buena obra
se le haría!