sábado, 14 de febrero de 2015

NECESIDAD DE CERRAR LOS SENTIDOS. San Juan Bautista de la Concepción


¡Oh Dios de mi alma!, cómo esto no se puede escribir ni dar a entender de qué manera un hombre recogido, abstinente y que de nada de acá gusta, o que, ya que guste, por mortificación vino a poner su gusto en no gustar de lo de acá, cómo, sin pensar y sin sentir, perdiendo de vista esto que acá es mortal, caduco y perecedero, van descubriendo otra vida, otros bienes, otras representaciones, otros entenderes, otros gustos, otros olores. Que, porque no saben en qué vienen envueltos, no saben lo que saben; y si gustan, no saben a darlo a gustar, porque no saben cómo se lo guisan, porque a los señores cocineros que son los sentidos les han quitado el oficio y huelgan mientras el alma goza del banquete, manjar y comida interior, que, para que del todo sea y esté bien sazonada, no tiene necesidad de los morteros, ollas, hogares y fuegos de acá. Que, como lo amasan las manos de Dios, ellas lo sazonan y lo dejan con la propiedad del maná, que caía de noche sin ver cómo, se cogía a la mañana y sabía a lo que uno quería. No tienes, mi hermano, si quieres disponerte para esta celestial boda que a solas celebra Dios con el alma, más que desnudarte de lo de acá, que ésa es la vestidura de boda de allá: desnudez de acá, cerrar los ojos y privar a los sentidos de sus entretenimientos; que, cuando por ellos menos luz entre y más escuro esté, entonces llueve Dios sus gustos y los manjares que el alma ha menester para más engordar; que comiéndolo sabe a qué sabe, que sabe a todas las cosas, y dice que no sabe lo que es.
¡Oh Jesús santo, y qué engañados vivimos los hombres! Y si acabásemos de entender la oposición y contradicción que nos hace nuestro mal natural a este bien que voy diciendo: que, estándolo gozando, este nuestro mal natural está gruñendo, amohinándonos e, deseándose volver, como el pez al agua, a las cosas de la tierra, que son menos estables que ella cuando corre. ¡Oh si entonces hubiese quien le dijese: Sosiégate, alma, que deseas en el reposo gozar de ese amoroso silbo de tu esposo, que no se percibe con los sentidos de carne! ¡Oh si hubiese quien a esta tal persona le dijese razones amigables que a ello le persuadiesen! Y, si no quisiese, si hubiese quien, movido de caridad, le quitase de delante los ojos los aparentes motivos que tiene para salir acá fuera, ¡oh qué buena obra se le haría!