lunes, 16 de febrero de 2015

LA SANTA MISA. Beato Jose Allamano



Los fines  –  La santa Misa se celebra por cuatro fines principales. 1º.  Latréutico, para dar a Dios el honor que se le debe. Nosotros seríamos incapaces por nosotros mismos; en la Misa Nuestro Señor le rinde todo el honor por nosotros, porque Dios Padre recibe una alabanza de valor infinito. Celebrando la Misa, o asistiendo a ella, podemos decir: ¡Dios mío, te tributo el honor que mereces!  –  2º.  Propiciatorio, para pedir perdón de las ofensas que hayamos cometido contra Él. Nosotros somos débiles; por más voluntad que tengamos de no ofenderle, resulta siempre escasa en relación con la Majestad infinita. En la Misa Nuestro Señor mismo le pide perdón para nosotros, y el Padre divino lo acepta para condonarnos las ofensas. Si no fuese por la Misa que continuamente se celebra en el mundo, por sus pecados, no subsistiría.  –  3º. Eucarístico, o sea para dar gracias a Dios de todos los beneficios que nos ha hecho.  –  4º. Impetratorio: para impetrar las gracias que necesitamos. Cuando pedimos nosotros, no tenemos mérito alguno para ser escuchados; pero en la Misa es Nuestro Señor el que intercede por nosotros, y es imposible que no sea escuchado.¡Ya veis la importancia de la santa Misa! En ella no sólo se representa, sino que se renueva el mismo sacrificio de la Cruz. Es la misma víctima, el mismo fin. Es diverso sólo el modo como se realiza la oblación: en el Calvario la Víctima fue ofrecida de modo cruento; en la Misa, en cambio, se ofrece de modo incruento. ¡Qué bello es pensar que cada vez que celebramos la Misa o asistimos a ella, estamos realmente en el Calvario, a los pies de la cruz, con la Santísima Virgen y san Juan! Dice la Imitación de Cristo que cada vez que uno participa o celebra la Misa, debe serle una acción tan grande, tan nueva y tan gozosa, como si ese  mismo día Nuestro Señor Jesucristo, descendiendo al seno de la Virgen, se  hiciera hombre; o que, pendiente de la cruz, sufriese y muriese por la salvación de los hombres. Santo Tomás llama a la Misa memorial de la Pasión de Nuestro Señor.Dicen los teólogos –escribe san Alfonso–  que, conforme a las palabras de Nuestro Señor:  Haced esto en memoria mía (Lc 22, 19), los sacerdotes están obligados, al celebrar la Misa, a acordarse de la Pasión de Nuestro Señor. Lo dice también san Pablo: Cuantas veces coméis de este pan y bebéis de este cáliz, recordaréis el anuncio de la muerte  del Señor  (1 Co 11, 26). Esta obligación recae sobre el sacerdote que
celebra y sobre el fiel que participa.

Excelencia  –  El Concilio de Trento dice: «No hay acción tan santa como este misterio». Todas las obras buenas unidas, todas ellas juntas, no equivalen al sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras en la Misa es un Dios que hace el sacrificio de su propio Cuerpo y de su propia Sangre por el hombre. Esta idea es del santo Cura de Ars y concuerda con cuanto escribe santo Tomás: que en cada Misa
está todo el fruto de la Pasión y de la Muerte de Nuestro Señor.Lo mismo afirma san Juan Crisóstomo, diciendo que la celebración de la Misa vale tanto como la muerte de Jesús en la cruz. Bella también y teológicamente exacta es la siguiente  afirmación de la Imitación de Cristo: Cuando el sacerdote celebra, honra a Dios, alegra a los ángeles, edifica a la Iglesia,  ayuda a los vivos, confiere alivio a las almas del purgatorio y se hace él mismo partícipe de todos los bienes.
La santa Misa sostiene al mundo en medio de tantos peligros y pecados, como os lo he dicho; sin ella no se podría marchar adelante. He ahí por qué los herejes, instigados del demonio, harán siempre guerra a la  Misa y tratarán siempre de abolirla.  San Juan Crisóstomo y san Gregorio Magno dicen que, cuando se celebra, se abren los cielos y bajan en escuadrones los ángeles para asistir a ella, y es lo que dice haberlo visto san Nilo Abad, discípulo de Crisóstomo, mientras éste celebraba. ¿Tenemos esta estima de la santa Misa, cuando la celebramos o cuando asistimos a ella? ¿Lo hacemos  con la fe y el amor que se debe?... San Francisco de Sales, cuando vivía en el Chiablese, atravesaba todos los  días un río para poder celebrar la Misa, y lo tenía que atravesar a gatas por una viga helada; a quien le hacía  pensar en el peligro que corría, respondía: «¡Bueno, seré mártir por la santa Misa!» . Una Misa más  significaba muchas gracias para todo el mundo. El mismo santo, habiéndose enterado de que un sacerdote  omitía con cierta facilidad la celebración de la santa Misa, le preguntó por el motivo. «Es que no soy digno».  Y el santo le replicó: «Si no es digno, hágase digno». Por mi parte, jamás he dejado de celebrar, salvo por enfermedad. Por permisión divina hube de afrontar dos enfermedades, y aun ahora alguna mañana tengo que dejar la Misa por hemicránea. La Misa es el tiempo más hermoso de nuestra vida. Una Misa bastaría a hacer feliz a cualquiera que  llegue a celebrarla. Aunque tuviéramos que prepararnos por espacio de quince o veinte años para celebrar una Misa, ¡qué dichosos seríamos! Sería ya una compensación bien grande... ¿Y celebrar tantas?... ¡Qué  felicidad! Habiendo oído san Juan de Ávila que un sacerdote había muerto después de decir la primera Misa,  exclamó: «¡Qué cuenta tendrá que rendir a Dios por esta sola Misa!» . Ciertamente hay que rendir cuentas  a Dios, pero yo pienso de otra manera. Pienso que si uno ha tratado de prepararse bien con el estudio, la  piedad, la virtud, etc., aunque a la víspera de la ordenación se encuentre algo deficiente, que se ponga en las  manos de Dios y Él socorrerá su miseria. Y así, esforzándose por vivir como buen sacerdote, ¿de qué habrá  que rendir cuentas? ¡Oh, la dicha de celebrar la Misa! Y cuando, como el día de Navidad, hay que celebrar tr es, ¡qué  gusto! Una Misa sirve de preparación a la siguiente..., es una gloria. Un año me atacó la hemicránea después  de la primera y no pude decir las otras dos; sentí un disgusto, una pena... ¡Ah, si comprendiésemos qué  significa una Misa más!
Celebrarla  bien  –  Para celebrar bien la Misa se requiere la preparación remota y la preparación  próxima. Preparación remota: conservarse santos con el ejercicio de todas las virtudes y un espíritu vivísimo  de fe. Preparación próxima: comenzar la preparación desde la  tarde anterior; luego, a la mañana, antes de  celebrar, arrodillarse y recogerse al menos unos minutos. Durante la santa Misa pensar en lo que se dice y en lo que se hace; procurar hacer bien cada cosa y a  su debido tiempo; por ejemplo, no comenzar antes que el monaguillo haya terminado su parte.
Si todas las cosas hay que hacerlas en serio, ¡cuánto más la celebración de la santa Misa! A los nuevos sacerdotes les digo siempre: «La celebraréis cada día, salvo que tengáis que  precipitaros». El que se apresura  en la Misa, se apresura al infierno. Después de la Misa, no miréis al reloj para ver si se acabó el tiempo. ¡Qué vergüenza! ¡Medir el tiempo al Señor! Si queréis, mirar si ha sido  demasiado breve, si se han comido palabras, si se han mezclado las cosas. La Misa es para perdonar los  pecados, no para gravar la conciencia con nuevas culpas.
Celebrando en su oratorio privado, san Felipe se encerraba solo y se las gozaba con Nuestro Señor,  incluso durante varias horas. Estaba solo; pero tampoco cuando se celebre en público hay que maltratarla.  Yo extraje muchos pensamientos de un opúsculo de san Alfonso: La Misa maltratada, y los he reducido a treinta meditaciones: una para cada día del mes. Me leo una todas las mañanas y noto que me ayuda en la preparación a la Misa. A la Misa hay que añadir luego una adecuada acción de gracias. El cardenal Agustín Rychelmy,  siempre que predicaba los ejercicios espirituales al clero, les recordaba la sentencia de san José Cafasso al respecto: el que habitualmente descuida la acción de gracias después de la Misa, no puede ser absuelto. Es como quien recibiese de huésped a un amigo y luego se marchase por sus predios. Conocéis la anécdota de san Felipe: habiendo visto que uno no había hecho la acción de gracias después de la comunión, mandó a dos clérigos que le siguieran con sendas velas encendidas, que se pusieran a derecha e izquierda y le acompañaran. Y bien que aprendió la lección y jamás se olvidó de la acción de gracias. Recordar sobre todo y practicar lo que dice la  Imitación: que, al celebrar la Misa, el sacerdote debe  ofrecerse a sí mismo en oblación pura y santa, con todas las fuerzas y con el máximo fervor. ¡Dichoso el que así obra todos los días! Y no es otra la razón de que os insista siempre en que seáis holocaustos. ¡Sí, sed holocaustos!
Siempre que nos acerquemos al altar, hagámoslo con gran devoción. El cardenal Bona exhorta a  celebrar cada Misa como si fuese la última y como si hubiese que morir inmediatamente.
Después de tantos años de Misa, estoy contento; no  tengo ningún remordimiento de haberla celebrado mal; y no lo digo por soberbia. Esto consuela. Tengo muchas miserias, pero la Misa he procurado  celebrarla siempre bien.
Por otra parte, es preciso evitar los escrúpulos y las prolijidades. Participé en la Misa de un buen sacerdote, que la decía sin energía, perdía tiempo. Había que animarlo y moverlo. Muchos pierden el tiempo y no se percatan de que lo pierden sin motivo.

Partícipes en la Misa  –  Debéis sentir deseos de participar en todas las Misas que podáis. San José Cafasso, después de haber celebrado, participaba siempre en otra y, si era posible, la servía. También santo Tomás servía una Misa después de celebrar la suya. La mejor acción de gracias es servir en otra Misa; en ello no se pierde el tiempo, y  además el Señor nos colma de sus bendiciones para todo. Nuestros coadjutores deben sentirse bien afortunados por poder servir tantas Misas. Procuremos servirlas bien, con fe, con gravedad y también con cierto decoro exterior.
Debemos, además, estar deseosos de participar en todas las Misas que podamos. Todo cuanto hemos dicho del sacerdote que celebra, se puede decir de los fieles que participan en la Misa, porque el sacerdote tiene siempre la intención de celebrarla también por todos los presentes. San José Cottolengo, cuando alguno venía a pedirle dinero, le mandaba primero a participar en una Misa. Esta es la devoción de las devociones. Suponed que Nuestro Señor hubiera concedido sólo al Papa la  facultad de celebrar la Misa, y de celebrar una sola: todo el mundo correría a oírla. ¿Y por qué no corremos, cuando se celebran tantas? Por ser muchas no se menoscaba su importancia. Admiremos y excitémonos a comprender el gran Misterio que se celebra en la Misa. Monseñor Gastaldi jamás omitía en las visitas pastorales el sermón sobre la Misa para excitar a los  fieles a participar de buena gana y con devoción. Mi buena madre me preguntaba: «¿Has ido a Misa?» «Sí, he ido». «Pero no has ido a la Misa parroquial». ¡Este es el verdadero sensus Christi! El conde Balbo,  óptimo cristiano, dejó como testamento un llamamiento a todos para participar en la santa Misa; llamamiento que se imprimió en un opúsculo. Contaba que, viviendo su padre, si uno de la familia no estaba presente al comienzo de la Misa, no desayunaba, y que  él mismo, cuando llegaba a la  iglesia una vez que el sacerdote estaba al pie del altar, se privaba del desayuno, pese a la insistencia de la  hermana. ¡Hombres enteros!
San Alfonso dice: «Muchos emprenden largos viajes, corren a visitar tal o cuál santuario; para mí, el  santuario de los santuarios es el Sagrario». Se refería a la visita al Santísimo Sacramento; pero lo mismo y  con mayor razón podemos decir de la Misa. Cuando necesitemos gracias extraordinarias, pidámoslas durante la Misa, porque entonces es Nuestro Señor el que pide por nosotros. Son innumerables los ejemplos de gracias obtenidas por haber participado bien en la santa Misa.
Tened mucha devoción a la Misa; sea realmente la primera de nuestras devociones. Si tenemos fe, jamás nos parecerá larga; al que se le hace larga, no tiene devoción. La plegaria en la Misa abarca todas las plegarias privadas. En éstas somos nosotros los que oramos; en la Misa es Jesús quien ora con nosotros.  Quisiera precisamente que estimaseis mucho la santa Misa, que le dierais la máxima importancia. Dícese que  no será un buen confesor el que no ha sido buen penitente; y yo os digo que jamás será un buen celebrante el que no ha sido un buen participante en la Misa.

Imitar a la Víctima divina – Os voy a sugerir tres pensamientos breves que os ayudarán a celebrar bien la santa Misa y a participar con devoción y fruto. Se refieren a las virtudes que resaltan mayormente en la Víctima divina y que nosotros debemos imitar. La primera es la obediencia. Al instituir la Eucaristía, Nuestro Señor quiso darnos una gran prueba de obediencia. No le bastó, en efecto, obrar el gran milagro de cambiar el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, sino que quiso además conferir al sacerdote la autoridad de mandar sobre Él mismo.  Haced esto en memoria mía  (Lc 22, 19). Es una orden, y en virtud de esta orden el sacerdote tiene autoridad para hacer descender e inmolar a Nuestro Señor bajo las especies del pan y del vino. Y Jesús no se niega jamás. Aunque  sea un sacerdote sacrílego, es lo mismo.  Aunque fuese excomulgado por el Papa, es lo mismo. Jesús está obligado a obedecer a la voz incluso de estos sacerdotes. ¡Y así todos los días, en todas las partes de la tierra, hasta el fin de los siglos! Supongamos que un sacerdote quisiese consagrar muchas veces un mismo día (cosa que no debe hacerse); pues bien, Jesús descendería otras tantas veces al altar bajo las especies de pan y de vino. Aprendamos todos esta primera lección: obediencia ciega, sin mirar a las cualidades del que manda o al modo de mandar.
La segunda virtud de la Víctima divina es el  espíritu de sacrificio.  En la Misa se repite siempre el sacrificio de la cruz, tal cual. Es un sacrificio incruento; pero es verdadero sacrificio representado por la separación del cuerpo y de la sangre. Jesús se sacrifica todo entero. Cada vez, por consiguiente, que participemos en la Misa, pensemos en el ofrecimiento que Jesús hace de sí mismo y pidámosle la gracia de sacrificarnos con Él en todo.

La tercera virtud es el  amor.  La comunión es parte de la Misa. El celebrante comulga siempre en la  Misa, y sin esta comunión el sacrificio no quedaría completo. Y vosotros que comulgáis dad gracias al Señor, porque tomáis una parte más íntima en el sacrificio mismo. Quiero haceros observar el amor inmenso que Nuestro Señor nos tiene. El alimento se convierte en la  sustancia del que lo come, y Jesús ha dicho:  El que me come, vive por mí (Jn 6, 58). No nos ha demostrado su amor sólo dándonos un regalo, sino dándosenos todo entero él mismo. Siendo infinitamente sabio, no sabría darnos más; siendo infinitamente poderoso, no podría darnos más. El amor de Nuestro Señor es el amor de Dios, que no sabiendo qué más hacer por nosotros, se incorpora a nosotros... ¿Correspondemos nosotros a tanto amor? Después de la comunión,  Jesús nos dice: «Yo me he entregado enteramente a ti y tú entrégate todo a mí». Es lo que nos toca hacer: darnos a Él sin reservas, en correspondencia de amor. Conservad estos tres pensamientos. Me han hecho mucho bien y pueden seros también muy beneficiosos a vosotros; los frutos que de ellos he obtenido, obtenedlos también vosotros.