07 DE ABRIL
SAN JUAN BAUTISTA DE LA SALLE
FUNDADOR (1651-1719)
EL excelso Fundador de los Hermanos de las Escuelas Cristianas, San Juan Bautista de la Salle, pedagogo insigne —Patrono Celestial de todos los maestros católicos—, fue un sacerdote sencillo y admirable que se esforzó por vivir ignorado en la más completa oscuridad, consagrado a las funciones más humildes, y cuya gloria llena hoy el mundo, sencillamente porque supo comprender como nadie, para darles una eficiencia vigorosa y magnífica, estas palabras del Divino Maestro: «Dejad que los niños vengan a Mí»... «Yo te he enviado a evangelizar a los pobres».
Un destello sobrenatural ilumina su vida. Primero entre los modernos Fundadores de Congregaciones docentes, su triunfo personal y el de sus hijos,' inmenso, representa también el triunfo del magisterio sabio y prudente de la Iglesia cerca de la juventud, el cual, según San Buenaventura, consiste en «enriquecer de pensamientos la mente, iluminarla e infundir la virtud en el ánimo de los discípulos».
La carrera de este varón extraordinario —plena y vigorosa— corre entre los años 1651 y 1719, época muy necesitada de maestros cristianos. En esta hora y para este clima de ateísmo filosófico y de ignorancia religiosa, en que «un sacerdote que reuniera toda la ciencia de los Santos se haría maestro» —en frase del abate Bourdoise— eligió Dios un hijo de noble raza, un sacerdote, un doctor, un dignatario de la insigne metrópoli de Reims, un joven colmado de todos los dones de naturaleza, fortuna y saber, para hacer de él un humilde maestro de párvulos, el Fundador de las Escuelas Cristianas...
Nace en Reims, primogénito de un distinguido magistrado. Inclinado desde niño al sacerdocio, a los dieciséis años es ya canónigo. Cursa los estudios superiores en la Sorbona y luego en el Seminario de San Sulpicio de París. El 9 de abril de 1678 se ordena de sacerdote. El mismo año, su santo confesor, M. Roland, le encomienda por testamento 'la dirección de la Comunidad de las Hermanas del Niño Jesús. Este suceso le inspira la idea de establecer escuelas gratuitas para los muchachos pobres, cuyo abandono hace sangrar su corazón de apóstol. Un alma selecta, Adriano Nyel, secundó su bello propósito. Después de numerosas contradicciones en que ha de abandonar su propia casa, Juan Bautista funda en el arrabal de Saint-Remi —1682— el primer establecimiento. En pos de éste, París, Roma, Chartres, Marsella, Lyon...
Pero el mundo odia el bien, y los siervos de Dios han sido siempre el blanco preferido de sus ataques. De la Salle también tuvo que aguantar sus iras: largas disputas, persecuciones de los jansenistas, de los maestros nacionales, burlas, calumnias, incomprensión de los buenos, todo un calvario de ignominias y desgracias fue la recompensa a su magnífica iniciativa apostólica. Juan Bautista era un alma fuerte. Para dar ejemplo de desprendimiento y de confianza en la Providencia a Sus discípulos y cooperadores, renuncia a su canonjía, distribuye sus bienes a los pobres y, bajo la granizada de los ataques, prosigue su camino, dulce y estoico, íntegro. Y la obra triunfó con vitalidad prodigiosa. En 1717 fija definitivamente las Reglas y dimite el cargo de Superior General. En el 24, Luis XV reconoce el Instituto, y un año después lo aprueba Roma, por boca de Benedicto XIII. El Santo vería este triunfo desde el cielo.
La gran fuerza de San Juan Bautista de la Salle, el secreto del éxito fue siempre su piedad ígnea, que jamás entibió su enorme actividad. Su alma subía a Dios en la llama de una oración continua. Los viernes se pasaba la noche en la iglesia de San Remigio. El amor a Cristo le abrasaba el corazón, y cuando decía misa le transfiguraba el semblante. Tuvo la locura de la cruz; la cruz desnuda, sangrante, y con ella todas las humillaciones, todas las inmolaciones de Getsemaní, del Pretorio y del Calvario.
Sus familiares se avergüenzan de su pobreza, sus colegas le acusan de insensato, varios de sus discípulos más queridos le traicionan y le abandonan. Las enfermedades vienen a sumarse a tantas pruebas. Pero en medio de los más crueles sufrimientos corporales y morales, su alma permanece tranquila, entera y libre, y aún añade por su parte grandes mortificaciones voluntarias. Más de una vez en el pavimento de su pobre celda se vieron las huellas -de sus disciplinas sangrientas. En la cuaresma de 1719 quiso ayunar rigurosamente y, a los que se oponían, a causa de su edad y quebranto físico, respondió: «La víctima está pronta a ser inmolada; pero antes hay que trabajar para purificarla».
Vencido, al fin, por la enfermedad, tendido sobre el lecho del dolor, Juan Bautista de la Salle quiso morir de pie. Revestido de estola y sobrepelliz, de rodillas delante del Dios Que venía a visitarle, pronunció estas admirables palabras, síntesis de toda su vida, secreto de su incomparable santidad: «Sí, adoro en todas las cosas la voluntad de Dios respecto de mí». Murió el 7 de abril de 1719, y fue canonizado en 1900 por Su Santidad León XIII, que fijó su fiesta para el día 15 de mayo.
Los Hermanos de las Escuelas Cristianas forman hoy un escuadrón glorioso, honra de la Iglesia y de su Santo Fundador, que desde el cielo fecunda y propaga sin cesar su Obra hermosa, maravillosa...