lunes, 24 de julio de 2023

DÍA 25. AMOR DE JESÚS AL DAR SU SANGRE POR NOSOTROS

DÍA VIGÉSIMOQUINTO

AMOR DE JESÚS AL DAR SU SANGRE POR NOSOTROS

 

   En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ORACIÓN INCIAL PARA TODOS LOS DIAS

¡Oh Sangre Preciosísima de vida eterna!, precio y rescate de todo el universo, bebida y salud de nuestras almas, que protegéis continuamente la causa de los hombres ante el trono de la suprema misericordia, yo os adoro profundamente y quisiera compensar, en cuanto me fuese posible, las injurias y ultrajes que de continuo estáis recibiendo de las creaturas humanas y con especialidad de las que se atreven temerariamente a blasfemar de Vos. ¡Oh! ¿Quién no bendecirá esa Sangre de infinito valor? ¿Quién no se sentirá inflamado de amor a Jesús que la ha derramado? ¿Qué sería de mí si no hubiera sido rescatado con esa Sangre divina? ¿Quién la ha sacado de las venas de mi Señor Jesucristo hasta la última gota? ¡Ah! Nadie podía ser sino el amor. ¡Oh amor inmenso, que nos ha dado este bálsamo tan saludable! ¡Oh bálsamo inestimable, salido de la fuente de un amor inmenso! Haced que todos los corazones y todas las lenguas puedan alabaros, ensalzaros y daros gracias ahora, por siempre y por toda la eternidad. Amén.

DÍA VIGÉSIMOQUINTO

CONSIDERACIÓN:

AMOR DE JESÚS AL DAR SU SANGRE POR NOSOTROS


I. Cogido de feroz tempestad el rey Jerjes, después de haber hecho arrojar las demás cosas, dijo a los numerosos príncipes que formaban su séquito: «Persas, si me amáis, arrojaos vosotros mismos al mar para que alivianada la nave, pueda yo sano y salvo llegar al puerto», y todos al instante ejecutaron el deseo de Jerjes (Liborio Siniscalchi SJ, Ejercicios de San Ignacio, Meditación de las dos banderas). Grande acto de amor fue este ciertamente, pero en comparación de lo que hizo Jesús por nosotros es nada. Puesto que aquellos eran súbditos que murieron por su rey, y si no se hubieran por sí mismos ahogado, habrían perecido en el naufragio; o si de éste hubieran escapado, habrían sido el blanco de la ira de Jerjes. Jesús, si no hubiera muerto, no habría sufrido daño alguno; y sin embargo, siendo el Señor del universo, dejó la vida en un mar de Sangre, por salvarnos a nosotros, vilísimas criaturas. ¡Oh amor verdaderamente sumo! ¿Y tú, corazón mío, no amarás a quien tanto te ha amado? ¿No te encenderás de devoción hacia la Preciosa Sangre, derramada con tanto amor por tu causa?

  

II. Fijemos la mirada en Jesús crucificado: observemos ese cuerpo dilacerado de la cabeza a los pies, esas llagas tan profundas que dejan ver hasta los huesos, esa Sangre que brota a torrentes de todos lados, y reflexionemos que a tal extremo se ha reducido por nuestro amor. A nosotros, que somos los que hemos pecado, nos correspondían esas penas y esos dolores, y Él los ha cargado sobre sus hombros. ¿Puede darse mayor amor que éste? ¿Y podrás, alma mía, quedar insensible en presencia de tanto amor, sin derretirte de afecto hacia Aquel que te ha redimido a costa de su Sangre?

  

III. Santa Francisca Romana vio salir de las llagas del Salvador una cadena de oro ardiendo juntamente con un precioso líquido, y comprendió que ello significa el amor de Jesús, pronto a encender de caridad todos los corazones (Bernardo María Amico, Vida de la Santa, libro IV, capítulo VII). Pues la vista de aquella Sangre, dice San Juan Crisóstomo, no puede menos que despertar sentimientos de amor («Con esta Sangre el alma se enciende», Homilía 61 De la sagrada participación de los misterios, al pueblo de Antioquía). Quien a tal vista permanece indiferente, quiere decir que tiene un corazón de piedra: si así no es el nuestro, hemos de rendir amor a quien por nosotros ha derramado toda su Sangre.

 
EJEMPLO
Santa Catalina de Génova, desde pequeñita, oraba siempre delante de la imagen de Jesús depuesto de la Cruz en el seno de su afligida Madre, y la consideración de esas llagas y de la Preciosa Sangre que de ellas manaba, la inflamó de tanto amor celestial, que despreciando las cosas terrenas quería hacerse monja; mas por su tierna edad, no fue admitida. Andando los años, sus padres la colocaron en matrimonio, y en este estado, por las grandes tribulaciones que hubo de sufrir, contrajo no leve enfermedad. Como le aconsejasen que abandonara su vida penitente a fin de recuperar la salud, así lo hizo, pero en vez de alivio, experimentó mayor molestia. Acudió enseguida a la presencia de un sacerdote y para remedio de sus males pidió confesarse. Haciendo lo cual, recibió de Dios tal conocimiento de la malicia de la culpa, que entre un mar de llanto y dolor, fue constreñida a exclamar: «Amor mío, no más pecados». Vuelta a casa se le apareció Jesús chorreando viva Sangre, y de tan indeleble manera, se grabó en su alma, que de allí en adelante no pudo ella en otra cosa pensar sino en Jesús bañado de Sangre; y cada objeto le parecía regado con la Sangre Preciosa. Mediante esos favores celestiales consiguió perfecta tranquilidad su corazón, y tanto se inflamó de amor divino que el fuego interior le translucía en el rostro. Tal amor, creciendo en ella cada vez más, la condujo a un alto grado de perfección. El año 1510, cayó enferma, fue arrebatada en éxtasis y cantando con voz dulcísima las últimas palabras de Jesús: «Señor, en tus manos encomiendo mi alma» se voló al santo paraíso (René François Rohrbacher, Historia Universal de la Iglesia, libro 83; y Breviario Romano, apéndice 22 de Marzo) ¡Oh muerte verdaderamente preciosa! ¡Oh cristiano, ama de veras también tú a la Preciosísima Sangre, y también tú tendrás la suerte de acabar tus días con una tan feliz muerte!

        
Se medita y se pide lo que se desea conseguir.

 

OBSEQUIO: Decid siete Gloria Patri a la Preciosísima Sangre de Jesucristo.

 

JACULATORIA: Sangre vertida con tanto amor, de afecto inflama mi corazón.

 

ORACIÓN PARA ESTE DÍA

Señor mío crucificado, ¿por qué estáis clavado en esa Cruz? Por amor mío. ¿Por qué vuestro cuerpo está todo dilacerado, traspasados con clavos los pies y las manos, y perforada de espinas la cabeza? Por amor mío. Sí, por amor mío os veo cubierto de Sangre de la cabeza a los pies. ¿Y quién soy yo para que tanto me améis? Una criatura vilísima, un ingrato que tanto os ha ofendido. ¡Y sin embargo Vos, sumo Dios, por mi os habéis reducido a tal estado! ¡Oh amor incomprensible, amor inmenso! ¿Y yo no me resuelvo aún a amaros? ¡Ah! Conmuévete al fin, ingrato corazón mío, y ama a quién te ha amado tanto: da todo tu amor a quién te ha dado toda su Preciosísima Sangre. Sí, amaros quiero Jesús mío, y amaros siempre en todo el resto de mi vida, para tener la suerte de amaros eternamente en el cielo. Amén.