domingo, 15 de agosto de 2021

ORACIÓN A LA VIRGEN EN QUE EL ALMA PIDE TODA SUERTE DE GRACIAS. San Alfonso María de Ligorio

 

EJEMPLO

María se aparece a un devoto suyo.

Refiere el padre Silvano Razzi que, habiendo oído un piadoso clérigo, muy devoto de la Virgen María, alabar su incomparable hermosura, entró en deseos de ver a lo menos una vez a su augusta Señora, y con humildes plegarias le pedía este insigne favor. La bondadosísima Madre le mandó decir, por medio de un ángel, que pronta estaba a complacerle, pero con la condición de que después de verla quedaría ciego. Luego que aceptó la condición, la Virgen no se hizo rogar, y se le apareció. El devoto clérigo, para no quedar totalmente ciego, al principio la miró con un solo ojo. Mas, fascinado por tanta hermosura, para contemplarla mejor, se apresuró a abrir el otro ojo; mas de repente la Madre de Dios desapareció. Perdido que hubo la presencia de su amada Reina, no se cansaba de lamentarse y llorar, no por haber quedado ciego de un ojo, sino por no haber perdido entrambos mirando tan arrebatadora belleza.

Después entonces volvió a suplicar a María que se le apareciese otra vez, aunque tuviera que perder el otro ojo y quedar ciego. "Por muy feliz y dichoso me tendré — decía — si llego a perder del todo la vista por tan buena causa, porque así quedaré más prendado de Vos y de vuestra belleza." Quiso María proporcionarle este consuelo, y de nuevo se le apareció. Mas como esta amorosa Reina no sabe hacer mal a nadie, al aparecérsele por segunda vez no sólo no le cegó del otro ojo, sino que devolvió la vista al ojo que la había perdido.


ORACIÓN

(en que el alma pide a María toda suerte de grácias)

¡Oh grande, oh excelsa y gloriosísima Señora!, postrados a los pies de vuestro trono os adoramos desde este valle de lágrimas y nos complacemos de la gloria inmensa con que el Señor os ha enriquecido. Ahora que gozáis de la dignidad de Reina del Cielo y de la tierra, no os olvidéis de nosotros, pobres siervos vuestros. Desde ese excelso solio en que os sentáis como Reina, no os desdeñéis de inclinar los ojos de vuestra misericordia hacia nosotros, miserables pecadores. Y puesto que os halláis tan próxima a la fuente de la gracia, con mucha facilidad nos la podéis proporcionar; ya que en el Cielo conocéis mejor nuestras necesidades, mas debéis compadeceros de ellas y otorgarnos vuestro favor. Haced que en la tierra seamos fieles siervos vuestros, a fin de que podamos ir un día a alabaros en el Cielo. En este día, en que habéis sido coronada por Reina del universo, nos consagramos a vuestro servicio. Comunicad parte de las inefables alegrías que hoy gozáis a los que habéis aceptado por vasallos vuestros.

Vos sois, pues, nuestra Madre. ¡Ah Madre dulcísima y amabilísima! Veo vuestros altares cercados de gentes que os piden, unos verse libres de sus dolencias, otros ser remediados en sus necesidades; éstos, buena cosecha; aquéllos, feliz éxito en un pleito. Nosotros os pedimos gracias más conformes con los deseos de vuestro corazón: concedednos la humildad, desprendednos de las cosas de la tierra, haced que vivamos resignados a la voluntad de Dios; alcanzadnos el santo amor de Dios, una buena muerte y el Paraíso. Trocadnos, Señora, de pecadores en santos; obrad este milagro, que os dará más honra y gloria que si devolvieseis la vista a mil ciegos y resucitaseis a mil muertos. Sois poderosísima para con Dios; baste decir que sois su Madre, la más amada de su corazón, la llena de su gracia. Por tanto, ¿qué os podrá rehusar? ¡Oh hermosísima Reina!, no pretendemos veros en la tierra, mas esperamos ir a gozar de vuestra presencia en el Cielo; Vos nos habéis de alcanzar esta dicha. Así lo esperamos. Amén, así sea.