lunes, 22 de febrero de 2021

LOS NIÑOS, MODELO DE DEVOCIÓN A SAN JOSÉ. (8) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

LOS NIÑOS, MODELO DE DEVOCIÓN A SAN JOSÉ. (8)

Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

 

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

MEDITACIÓN. San Enrique de Ossó

Los niños, modelo de devoción a san José

 

Composición de lugar. Mira a una multitud innumerable de pequeñuelos que con las manecitas elevadas claman al Santo bendito: “Bondadoso san José, ayo del Niño Jesús, dadnos el Niño Jesús”.

 

Petición. Glorioso san José, hacedme todo de Jesús, y vuélvame niño por el candor.

 

Punto primero. La devoción a san José encierra tesoros inmensos de ternura, cariño y amor. Nada extraño parecerá, pues, que el Santo bendito arrastre a las almas inocentes tras sí, y corran al olor de sus celestiales perfumes. Decimos que la devoción a san José es toda ternura, cariño y amor, y en verdad que no inspira a las almas otra cosa. Ya se considere al Santo viejecito, en los últimos años de su vida; ya en la edad viril llevando al Niño Jesús en sus brazos, abrazándole, besándole, acariciándole y regalándole, es lo cierto que todo respira cariño, ternura y amor. Un viejecito, será siempre un cuadro encantador. No sé por qué la ancianidad que se va, al lado de la niñez que viene al mundo, ese contraste de una flor que se entreabre, con otra que está a punto de marchitarse, ofrece y despierta siempre en el alma gratísima emoción. San José, rodeado de Jesús y María en los últimos años de su vida; san José acompañando y ayudando y socorriendo al Niño Dios en sus primeros años, ofrece verdaderamente meditaciones profundas que rebosan de ternura y amor. ¿Quién no se embelesa, encanta y extasía ante la imagen del santo patriarca, fugitivo a Egipto con el Niño Jesús, dormidito en paz algunas veces en sus brazos, envuelto en su pobre capa otras, descansando y jugueteando, con él bajo la palmera en el desierto? 

 

¡Oh Santo bendito!, haz que te amemos y admiremos como María y Jesús.

 

Punto segundo. No nos ha de maravillar, pues, que los niños y pequeñuelos, que por instinto adivinan donde están la dulzura, el cariño, virtud y amor, corran desalados tras los perfumes que exhala con estas gracias el bendito patriarca san José con su hijito Jesús.

 

Ya en Nazaret, decían los tiernos parvulitos al salir de la escuela:Vayamos a la dulzura, al cariño, al amor”. Y diciendo esto, se iban de tropel corriendo al taller de Nazaret, donde trabajaba Jesús con su padre san José. Allí pasaban horas y más horas, los ratos más placenteros de su vida, contemplando a Jesús y a José; y por más que fuesen un día y otro día, quedábanles siempre deseos vivos de volver a contemplar este cuadro, y gustar en su misma fuente a la misma suavidad y dulzura. Que, aunque velada por nuestro bien con la cortina del cuerpo humano la plenitud de la dulzura y gracia infinita de Jesús, no obstante, no podía estar tan fuertemente encerrada que no trascendiese algo de su virtud divina a las almas inocentes, que no tienen todavía embotados por el vicio, la fineza y delicadeza del sentido espiritual. Aceite derramado es el esposo; lirio de los valles es el Amado de las almas; bálsamo divino su nombre, que esparce a lo lejos su fragancia y virtud divinas, con las que atrae a las almas puras y las hace correr tras el olor de sus perfumes. ¿Qué mucho, pues, que los niños de Nazaret, y más sobre todo los niños cristianos, que tienen marcada en el fondo de su alma por el bautismo su divina imagen, corran desalados tras el glorioso san José, que lleva en sus brazos ese imán divino de las almas, ese bálsamo, ese aceite, ese lirio celestial?

 

Siempre lo hemos visto y lo hemos observado con atención. No sabemos por qué, si no es por esto, la imagen de san José tiene tal encanto en los corazones de los niños, que los atrae y cautiva y arrebata en su amor.

 

En los muchos años que estuvimos al frente del catecismo, la novena y las fiestas del santo patriarca atraían mayor concurrencia de niños, y con mayor avidez que la novena y fiestas del Niño Jesús, la Virgen Santísima y santa Teresa. Confesaban, rezaban, cantaban y acudían con tanto entusiasmo, que parece que el Santo bendito les arrastraba hacia sí como inmenso e irresistible imán, porque en su corazón inocente los ángeles, invisibles ministros de Jesús, hacían resonar, por encargo de Jesús y María, en los oídos de la infancia: “Id a san José, acudid a san José”, y ellos dóciles respondían: “Vamos a san José, a rezar a san José, a la novena y fiesta de san José, a confesarnos, porque es san José”. Y allí a los pies de la imagen del Santo con el Niño Jesús, horas y más horas pasaban obsequiándole, dándole y pidiéndole gracias, sobre todo la gracia de san José que es morir santamente en brazos de Jesús. Verdaderamente, nunca ha gozado más nuestro corazón que viendo miles de pequeñuelos postrados ante la imagen del Santo con el Niño Jesús en los brazos, pidiéndole gracias, consagrándose con sin igual ardor y entusiasmo a san José. ¿Por qué nosotros no imitamos tan bello ejemplo? ¿Por ventura no necesitamos de la protección de san José?

 

Punto tercero. ¿Qué hacemos nosotros los viejos, los de mayor edad, que tenemos ya un pie en el sepulcro? ¿No nos confunden, no nos mueven estos ejemplos de la niñez? ¿Por ventura estamos menos necesitados del patrocinio del Santo que la inocente infancia? Los pequeñuelos nos arrebatan el cielo con su devoción tierna, entusiasta, edificante al glorioso san José, ¿y nosotros lo consentiremos impasibles? ¡Oh!, hora es ya de asemejarnos, si no en la inocencia a lo menos en la buena obra a las almas inocentes, y clamar al cielo que nos otorgue una santa vida y una preciosa muerte, por intercesión de san José. Para merecerla procuremos con todo ahínco imitar las virtudes del Santo y el entusiasmo de la niñez devota suya: orando todos los días, confesando nuestros pecados, y pidiéndole nos alcance misericordia y perdón. Recordémosle al Santo sin igual, que por nuestra salud Dios lo ha enviado que nos precediera en el cielo, porque teniendo sus súplicas fuerza de mandatos, ore por nosotros, interceda por nosotros, y nos salve eternamente. Así sea, oh glorioso san José, y por vuestra intercesión y por las súplicas de tantas almas inocentes, modelos de perfecta devoción a vos, logremos un día acompañaros en los gozos de la gloria eterna. Amén.

 

Obsequio. Procuraré que todos los pequeñuelos amen y se consagren a san José. 

 

Jaculatoria. Bondadoso san José, hacedme niño por la pureza, sencillez y candor.

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.