miércoles, 17 de febrero de 2021

MARÍA INMACULADA MODELO DE DEVOCIÓN A SAN JOSÉ. (3) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

 

MARÍA INMACULADA MODELO DE DEVOCIÓN A SAN JOSÉ. (3) Preparando nuestra Consagración a San José con san Enrique de Ossó.

Poniéndonos en presencia de Dios, pidiendo el auxilio de la Virgen María y del Ángel Custodio, recita esta oración al Glorioso San José:

 

Oración a san José

Santísimo patriarca san José, padre adoptivo de Jesús, virginal esposo de María, patrón de la Iglesia universal, jefe de la Sagrada Familia, provisor de la gran familia cristiana, tesorero y dispensador de las gracias del Rey de la gloria, el más amado y amante de Dios y de los hombres; a vos elijo desde hoy por mi verdadero padre y señor, en todo peligro y necesidad, a imitación de vuestra querida hija y apasionada devota santa Teresa de Jesús. Descubrid a mi alma todos los encantos y perfecciones de vuestro paternal corazón: mostradme todas sus amarguras para compadeceros, su santidad para imitaros, su amor para corresponderos agradecido. Enseñadme oración, vos que sois maestro de tan soberana virtud, y alcanzadme de Jesús y María, que no saben negaros cosa alguna, la gracia de vivir y morir santamente como vos, y la que os pido en este mes, a mayor gloria de Dios y bien de mi alma. Amén.

 

  

MEDITACIÓN. San Enrique de Ossó

María Inmaculada modelo de devoción a san José

 

Composición de lugar. Contempla a María que te dice desde el cielo: “Ama a mi esposo san José como yo lo he amado”.

 

Petición. Virgen Santísima, dadme gracia de imitar las virtudes de vuestro esposo.

 

Punto primero. La devoción consiste en el respeto y amor que se tributa a algún santo, a proporción de la dignidad que le adorna y de los beneficios que nos dispensa. La gloria de ser escogido san José por esposo de la Virgen María, es la primera prerrogativa del Santo, y por consiguiente la fuente y raíz de sus glorias y privilegios, de sus gracias y dignidad incomparables. Todos los ángeles y santos llaman a María su reina, su señora; solo san José la llama su mujer, su esposa. Dios mandó que el marido fuese cabeza de la mujer, que la mandase y gobernase y que las mujeres fuesen súbditas del marido, y le estuviesen sujetas. Modelo de todos los estados, María debía serlo de las esposas, en la obediencia y respeto a san José. Va María a Belén, huye a Egipto, vuelve a Judea, trabaja y mora en Nazaret, obediente siempre a la voz de su esposo san José. “Yo fui humilde siempre, dijo la Virgen a santa Brígida (I. 7, c.25), y no me desdeñé de servir y de guisar de comer para José y para mi Hijo, porque también mi Hijo servía a José” ¡Oh dichoso tal carpintero José, que mereció en la tierra ser servido de la Reina a quien todos los ángeles sirven en el cielo; dichosa comida guisada por tales manos como las de María, que en buen provecho entraría a José; dichoso esposo que halló mujer tan fuerte, tan cabal y perfecta, que vale más que todo el oro de Arabia y que las perlas y piedras preciosas traídas de los últimos confines de la tierra! ¿Qué rey, ni que emperador, ni qué monarca ha habido en el mundo que haya sido servido, honrado, respetado y obedecido de tales dos personas, Jesús y María, como lo fue san José? ¿Respetas tú así a tus mayores y superiores?

 

Punto segundo. María, modelo de devoción a san José por el amor que le profesó. “Donde esta Cayo allí Caya”, decían los antiguos, para significar la identidad de voluntades que debe haber entre los casados. “Toda criatura ama a su semejante”, dice el Espíritu Santo (Eccl. III). Cercanos parientes eran María y José (los padres de María y José eran, hermanos). Además, sienta muy bien el amor sobre las almas puras. De ellas se escribe: “Holgarase el esposo con la esposa, y morará el mancebo con la virgen” (Is. LXII).

El amor se muestra en querer bien a quien se ama, y el amor de las buenas mujeres para sus maridos suele ser grande, porque son dos corazones en una carne (Gen. II); y como ninguna fue tan santa y perfecta como María, ninguna se le igualó en el amor a su esposo. Manda san Pablo que los maridos amen a sus esposas y mutuamente, como Cristo a su Iglesia. (Col. V). Y como este amor es inefable, inefable fue el amor de María a su esposo san José. La mujer es ayuda semejante al hombre. (Gen. II).

Así es que María, amando con perfección a su esposo san José, cumplió la ley que lo manda; y como en el Santo solo hallaba motivos de amor, de ahí que todo era amor entre estos dos esposos, los dos vírgenes, los dos enamorados de Dios, los dos de idéntico querer, escogidos para llevar a cabo la grande obra de la Redención; nunca se han visto dos quereres tan idénticos. ¡Oh! ¿Qué amor con el trato y comunicación de tantos años había de engendrarse y avivarse en el corazón de los dos esposos? Solo por arrimarse al sol, al fuego, se conserva largo tiempo el calor. Por estar al lado de una rosa, o de una esencia aromática, se lleva y se esparce pues, muy por lo lejos su olor, ¿qué no había de participar el Santo con tantos años de comunicación? ¿Cuánto, por fin, debió de aumentarse este amor al ver cómo el Hijo de Dios e Hijo suyo, Jesucristo, le respetaba como a padre, le servía como a señor y le escuchaba como a maestro suyo?

 

Punto tercero. Era María de condición agradecidísima, como lo son todos los buenos y principalmente los que obtienen nobleza, porque el desagradecimiento y olvido de los beneficios recibidos es indicio de ánimos villanos y groseros, y conforme a los beneficios crece el agradecimiento, y a su medida es el amor. Y después de Jesús, ¿quién participó más de las bondades de san José que María, su esposa? Basta recordar o pronunciar los nombres de Belén, Nazaret, Jerusalén, Egipto, para que luego se comprenda cuánto debía mostrarse agradecida la Virgen a san José. El fue su esposo fidelísimo que guardó el secreto del misterio de la Encarnación. San José fue guardián y custodio de la virginidad de María, defensor de su honor, consuelo en sus penas y tribulaciones. San José fue sombra del Espíritu Santo para María, el confidente de sus secretos, el ayudador y socorredor y amparador de María en todo peligro y necesidad. ¿Cómo no amar, pues, la Virgen santísima a su casto esposo a quien consideraba como su principal o único bienhechor en este mundo, después de Dios? “¿Qué mujer casada hubo en el mundo, dice un piadoso escritor, que más buenas obras haya recibido de su marido, que María de José? Por causa de José no la apedrearon, si la acusara de adulterio, y con ella a su Niño en el vientre, con que ella perdiera la vida y sus parientes la honra: por José no le mataron su Hijo en sus brazos, como a otras madres inocentes; José la sustentó, consoló, acompañó y sirvió con tanta voluntad y gracia como se puede pensar.” Y si María amaba a Jesús más que a sí misma, ¿cuánto agradecería la Virgen los trabajos y sudores que pasó san José para salvar y sustentar a su hijo Jesús? El trato continuo y familiar y la conversación hacen crecer el amor; pues, ¿quién podrá comprender el amor que resultaría en María y José de la conversación de treinta años que moraron juntos? ¡Oh qué hermoso modelo de devoción a san José es María! Imitémosle.

 

Obsequio. Haz una limosna a un pobrecito en obsequio de san José.

 

Jaculatoria. Virgen María, ame como vos a san José el alma mía.

 

Oración final para todos los días

Acordaos, oh castísimo esposo de la Virgen María, dulce protector mío san José, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han invocado vuestra protección e implorado vuestro auxilio, haya quedado sin consuelo. Animado con esta confianza, vengo a vuestra presencia y me recomiendo fervorosamente a vuestra bondad. ¡Ah!, no desatendáis mis súplicas, oh padre adoptivo del Redentor, antes bien acogedlas propicio y dignaos socorrerme con piedad.