COMENTARIO AL EVANGELIO DEL DOMINGO
IV DOMINGO DE PASCUA
Forma Extraordinaria del Rito Romano
El Espíritu Santo es Aquel que nos hace
reconocer en Cristo al Señor, y nos hace pronunciar la profesión de fe de la
Iglesia: «Jesús es el Señor» (cf. 1 Co 12, 3b). Señor es el título atribuido a
Dios en el Antiguo Testamento, título que en la lectura de la Biblia tomaba el
lugar de su nombre impronunciable. El Credo de la Iglesia no es sino el
desarrollo de lo que se dice con esta sencilla afirmación: «Jesús es Señor». De
esta profesión de fe san Pablo nos dice que se trata precisamente de la palabra
y de la obra del Espíritu. Si queremos estar en el Espíritu Santo, debemos
adherirnos a este Credo. Haciéndolo nuestro, aceptándolo como nuestra palabra,
accedemos a la obra del Espíritu Santo. La expresión «Jesús es Señor» se puede
leer en los dos sentidos. Significa: Jesús es Dios y, al mismo tiempo, Dios es
Jesús. El Espíritu Santo ilumina esta reciprocidad: Jesús tiene dignidad
divina, y Dios tiene el rostro humano de Jesús. Dios se muestra en Jesús, y con
ello nos da la verdad sobre nosotros mismos. Dejarse iluminar en lo más
profundo por esta palabra es el acontecimiento de Pentecostés. Al rezar el
Credo entramos en el misterio del primer Pentecostés: del desconcierto de
Babel, de aquellas voces que resuenan una contra otra, y produce una
transformación radical: la multiplicidad se hace unidad multiforme, por el
poder unificador de la Verdad crece la comprensión. En el Credo, que nos une
desde todos los lugares de la Tierra, se forma la nueva comunidad de la Iglesia
de Dios, que, mediante el Espíritu Santo, hace que nos comprendamos aun en la
diversidad de las lenguas, a través de la fe, la esperanza y el amor.
Benedicto XVI, 12 de junio de 2011