domingo, 30 de diciembre de 2018

LA UNIDAD ENTRE LAS VERDADES, PRECEPTOS Y CONSEJOS DEL EVANGELIO. San Juan Bautista de la Salle

DOMINGO DENTRO DE LA OCTAVA DE NAVIDAD
San Juan Bautista de la Salle
Que no han de contradecirse las verdades, los preceptos ni los consejos del Evangelio
Cuenta el evangelio de este día que, después de bendecir san Simeón al padre y a la madre de Jesús en el Templo, dijo a María su Madre: " Este Niño viene para ruina y para resurrección de muchos en Israel " (1); porque algunos sacarían provecho de su muerte, mas otros, por infidelidad a la gracia que el Redentor había de merecerles, convertirían esa misma gracia en el principio de su condenación.
El santo anciano añadió en seguida que Jesucristo sería blanco de la contradicción de los hombres. Efectivamente, hubo muchas personas que contradijeron en vida el modo de proceder de Jesucristo; y no faltan otras muchas, aun entre cristianos, que se oponen a su doctrina y a sus máximas todos los días.
Algunos hay que reciben con poco respeto las decisiones de la Iglesia; otros, que se mezclan a veces en disputas sobre la predestinación y la gracia, de las cuales los no enterados deberían guardar absoluto silencio, por ser superiores a su capacidad; de modo que, si alguno les habla de ellas, han de contentarse con responder en general: " Yo creo lo que la Iglesia cree ".
Procedamos de igual modo respecto de varios otros puntos de doctrina que la mente humana no puede comprender, recordando aquellas palabras del Sabio en el Eclesiástico: No pretendas inquirir lo que es sobre tu capacidad (2).
Dejemos a los sabios las disputas sabias; dejémosles el cuidado de confundir a los herejes y refutar las herejías por nuestra parte, atengámonos a la doctrina común de Jesucristo, y adoptemos la norma de seguir en todo la enseñanza que propone la Iglesia a los fieles en los catecismos que aprueba, esto es, los compuestos o adoptados por los obispos que están en comunión con el Vicario Universal de Jesucristo; sin tomarnos nunca la licencia de dogmatizar sobre cuestiones difíciles de religión (*).
No hay menos peligro en contradecir la moral de Jesucristo que en oponerse a su doctrina; porque, de ordinario, lo que induce a perder la fe es la relajación de las costumbres, y porque Jesús no vino a anunciarnos tantas verdades santas de moral cristiana, sino para decidirnos a que las pongamos por obra.
Es, con todo, harto frecuente dar con cristianos, hasta en las comunidades religiosas, que gustan poco de las verdades prácticas; que las contradicen en su corazón y, aun a veces, con su conducta externa.
Así ocurre cuando se les dice, por ejemplo,
- que, en el día del juicio, darán cuenta de toda palabra inútil (3); - que se debe orar sin intermisión (4) y entrar en el cielo por la puerta angosta (5);
- que Jesucristo ha dicho: Si no hiciereis penitencia, todos pereceréis (6).
Por tanto, que es obligación ineludible llevar a la práctica esas máximas, si se quiere conseguir la salvación, y que constituyen para todos verdaderos mandamientos, así como las siguientes:
- amar a los enemigos, hacer bien a quienes nos aborrecen, y rogar por los que nos persiguen y calumnian, para ser hijos del Padre que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre buenos y malos (7).
¡Cuántos se persuaden que todos estos artículos son de mera perfección, a pesar de que Jesucristo los predicara como prácticas necesarias y medios para salvarse!
Guardaos bien de caer en tan craso error, que os apartaría del verdadero camino que conduce al cielo.
No nos basta a nosotros dejar de contradecir la moral del Evangelio. San Pablo dice que quiere mostrarnos un camino mejor y más perfecto (8), al que Jesucristo nos ha llamado y que de por Sí nos traza, cuando dice Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a si mismo, o sea, renuncie a su propio juicio y a su propia voluntad; cargue con su cruz todos los días, y sígame (9).
¿Quiénes no contradicen, al menos de corazón, si no de boca, esa divina sentencia de Jesucristo, nuestro Maestro?
¿Cuántos dan por bueno aquel sentir de san Bernardo cuando afirma que, si las chanzas y donaires no pasan de niñerías entre seglares, son blasfemias en labios de las personas consagradas a Dios? ¿A cuántos parecen bien estas palabras de san Doroteo: " Pongamos atención en las cosas más leves, por temor a que traigan consecuencias y efectos desastrosos? " ¿Cuántos no tienen por duras aquellas otras del mismo Jesucristo: Bienaventurados los pobres de espíritu; es más difícil a un rico entrar en el reino de los cielos que a un camello por el ojo de una aguja? (10).
En lo que a nosotros respecta, sondeemos el corazón y comprobemos si está bien persuadido de lo que afirma también Jesucristo: Seréis bienaventurados cuando los hombres digan con mentira todo género de mal contra vosotros (11).
¡Cuántos hay que contradicen en muchos puntos sus Reglas, como si sólo estuvieran obligados a practicar lo que de ellas estimen conveniente! Todos éstos caen muy pronto en relajación; pues, según enseña san Doroteo, tan pronto como empieza a decirse: " ¿Qué importancia tiene el que diga esta palabra? ¿qué mal hay en tomarse este bocadillo? ¿qué crimen cometo al hacer esto o aquello?...; fácilmente se llega a pasar por encima de todos los remordimientos de la conciencia en los puntos más esenciales ".
Temamos perdernos si asentimos a tales máximas, que llevan al relajamiento; pues Dios nos ha llamado a vivir según la perfección evangélica.